Santos Escobar, el luchador mexicano que brilla como líder de la 'mafia' en la WWE

Santos Escobar en el SoFi Stadium de Inglewood, California en 2022. (Gregg DeGuire/Getty Images)
Santos Escobar en el SoFi Stadium de Inglewood, California en 2022. (Gregg DeGuire/Getty Images)

Santos Escobar volvió a la Arena Ciudad de México, el recinto donde perdió su máscara cuatro años antes. Regresó bajo una faceta distinta: reconvertido en un líder de la mafia, el personaje con el que resaltó en la WWE. El público lo arropó como cuando aún portaba su tapa en el pancracio nacional. Después de todo, nunca podrá ocultar su legado familiar, siempre será El Hijo del Fantasma.

Venció al estadounidense Dolph Ziggler. Solo que algunas cosas nunca cambian. Tal como el 25 de agosto de 2018, en que apostó su incógnita, ingresó enmascarado y terminó con el rostro descubierto. En ambos instantes, le entregó la careta que lucía a El Fantasma: su padre, gladiador estrella de los ochenta y actual comisionado de Lucha Libre Profesional de Ciudad de México.

En la noche de su caída, enfrentó a Psycho Clown, Pentagón Jr. y L.A. Park en una jaula de acero. La batalla fue denominada Póker de Ases, ya que reunía a cuatro emblemas del momento de Triple A. Dos de ellos debían escapar para salvarse. Enseguida, la estructura metálica sería levantada y los elementos restantes se jugarían sus máscaras. El Psicópata del Ring y El Cero Miedo huyeron a tiempo del duelo final.

Sin la guadaña en mano, pero a través de una lanza, La Huesuda se erigió como su verdugo. Le arrebató el antifaz con el que conquistó la cabellera de Texano Jr. y más de siete campeonatos individuales, de parejas y de tercias entre el Consejo Mundial de Lucha Libre y La Caravana Estelar. También, el que le permitió brillar en el extranjero dentro de IMPACT Wrestling y Lucha Underground.

En la disciplina, existen ocasiones en que se gana más aún en la derrota. Tras desvincularse de Triple A, no pasó desapercibido en el radar de la WWE. La compañía de entretenimiento deportivo decidió incorporarlo a sus filas. Representaba una cara hispana fresca, con más de 18 años de experiencia sobre la lona y que dominaba el inglés.

No todos los atletas nacidos en México que dieron el salto al emporio pueden jactarse de erizar a la grada en un idioma distinto al español. La excepción fue Alberto del Río, el villano millonario de la década del 2010: su fluidez y manejo del inglés facilitó que su actuación causara repudio en la audiencia. El Hijo del Fantasma encajaba con el perfil que buscaban.

El siguiente reto consistía en alejarlo del aura de luchador y transformarlo en una superestrella. Inicialmente, retomó la capucha de la que fue despojado. En 2020, apareció en NXT, el programa de desarrollo de talentos de la WWE. Conquistó el Campeonato Crucero en un torneo; mantuvo el oro en su cintura por más de 310 días ininterrumpidos.

Enseguida, se distinguió como rudo. Reveló que estaba detrás de una serie de 'secuestros' a otros combatientes, quienes luego se le unieron: su compatriota Cruz del Toro y Joaquin Wilde. Además, anunció que cambiaría su nombre a Santos Escobar. En su afán por producir un alias reconocible a nivel internacional, WWE incurrió en el estereotipo del latino como mafioso.

Porque si algo le faltaba a México era un representante violento. La crítica no se hizo esperar, incluso comparó la semejanza del nuevo mote con el del narcotraficante colombiano. Escobar no desconocía el papel, pues en Triple A formó parte de la agrupación Los Mercenarios. La diferencia es que ellos no 'raptaban' a rivales o compañeros.

Pronto modificaron el rumbo hacia una facción de antagonistas, apodada El Legado del Fantasma.

Pese a la polémica, confesó a ESPN que su interpretación resultó un éxito en Estados Unidos. En entrevista con Récord, le atribuyó la idea a Triple H, vigente director creativo de la WWE que le ayudó a cimentar su personaje en NXT. Escobar compaginó su calidad en el cuadrilátero con su capacidad de interacción con los espectadores, se consolidó como un atractivo de la marca.

En octubre, los directivos le indicaron que estaba listo para debutar junto a su “familia” en SmackDown, el segundo show semanal más importante del consorcio. Con 38 años, ya no era más una promesa por pulir, se había adaptado a los estándares que requerían. Arriesgó, pero la reconstrucción de su imagen funcionó. Dejó atrás sus fantasmas del pasado en aras de triunfar en la WWE.

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