Brock Lesnar, la bestia de la WWE que encontró la fórmula del carisma como vaquero

Brock Lesnar durante WWE SummerSlam 2021 en Las Vegas, Nevada. (Joe Camporeale-USA TODAY Sports)
Brock Lesnar durante WWE SummerSlam 2021 en Las Vegas, Nevada. (Joe Camporeale-USA TODAY Sports)

La WWE creó el personaje de Brock Lesnar para causar impacto. La simple mención de su nombre es suficiente para estructurar una cartelera completa. Lo construyeron como el luchador que encarnó en una bestia. Aquella que sólo se expresaba a través del contacto físico, siempre sujeta al discurso de su mánager. Pero tal como en la fantasía, hasta los monstruos más temidos tienen una chispa especial muy en el fondo de su ser.

Desde sus primeras apariciones en la compañía, durante el 2002, Lesnar irrumpió en el panorama estelar. Provenía de la Universidad de Minnesota, cuna en que se forjó dentro del entorno amateur. Dos años antes de su salto al circuito profesional, se consagró como campeón pesado de la National Collegiate Athletic Association (NCAA). Tenía el porte, la mentalidad y los dotes para dejar huella de inmediato.

La empresa no lo desaprovechó; en su lugar, lo vendió al público como su siguiente gran prospecto. Fallar no era una opción. Era el candidato idóneo para relanzar su producto. Con tal de asegurar su éxito lo emparejaron con Paul Heyman, uno de los manejadores más prodigiosos en la historia de la industria. Heyman le ponía voz a la representación de Lesnar. Él se encargaba de hacer el trabajo duro.

La estrategia funciona para cubrir las carencias de los atletas, sobre todo de quienes no son tan prodigiosos a través del micrófono como suelen serlo en el cuadrilátero. Entonces el mánager es el que realiza la labor de convencimiento, empuja al talento en aras de obtener una reacción de los fanáticos. A la edad de 25, Brock Lesnar deseaba comerse al mundo de un bocado.

Le bastaron menos de cinco meses en la televisión para comenzar a imponer registros. Luego de superar al ícono que ya suponía The Rock, y de quebrar la marca que éste ostentaba, se erigió como el monarca más joven en obtener la máxima presea del emporio. Pronto llegaron un par de reconquistas del cetro; al igual que rivalidades relevantes contra elementos de la talla de The Big Show, Kurt Angle, Eddie Guerrero, The Undertaker y Goldberg.

Estaba en su mejor momento, parecía no pensar en los límites. En 2004 decidió no renovar su contrato y optó por probar suerte en otros lares. No logró afianzarse en los Vikingos de la National Football League (NFL), así que volvió a los deportes de combate. Luchó en Japón, también probó suerte en las artes marciales mixtas; sembró el miedo al alcanzar la corona de la división de las 265 libras de la Ultimate Fighting Championship (UFC).

Ocho años después de su salida de la WWE, retornó por la puerta grande. Enfrentó a rivales como John Cena, Triple H y CM Punk. Reavivó su alianza con Paul Heyman. Acabó con la racha invicta de El Hombre Muerto en su terruño más preciado: WrestleMania. Se tiñó de oro a más no poder. Tenía todo el respaldo directivo en su favor, aunque no gozaba del mismo clamor desde la grada.

Lesnar lidiaba con el odio y la desidia. Cumplía con el prototipo del campeón ausente. No refrendaba su estatus cada semana, no le era necesario, solo se mostraba en los escenarios importantes. Algo cambió dentro de esa bestia dominante en agosto de 2021. No dejó de ser despiadada, sino que procuró ser más original.

Heyman lo abandonó con tal de apoyar a Roman Reigns, era su turno de remar en solitario. Adoptó una personalidad ante las cámaras que coincidiera con sus adentros. Desapareció el corte militar; debido a una apuesta con su hijo, ahora luce una cola de caballo. Bienvenida la barba de vikingo, tal como en sus ayeres del octágono. Las botas, jeans, overoles y sombreros tampoco podían faltar en su composición.

No tenía miedo de asumirse al más puro estilo vaquero. Se crió en una granja en Dakota del Sur, Estados Unidos. En el presente vive en otra en Saskatchewan, Canadá. Nunca ha desdeñado sus raíces, sino que las abraza con orgullo. ¿Quién lo imaginaría con ese look? El experimento funcionó. Su sonrisa deleitaba en los coliseos. Conectaba de forma natural con la gente.

Era idolatrado por la manera en que derrochaba carisma, algo que no le favorecía. Por fin se atrevió a adueñarse de la palabra, recurso del que dudaba en emplear. No le interesaba equivocarse al hablar, disfrutaba de su libertad como un niño. Jamás había existido una versión más auténtica de Brock Lesnar. Y sí, no consiguió su cometido: destronar al denominado Jefe Tribal. Pero, en la cima de su carrera en la WWE, la experimentación le concedió la clave. Hoy es más feliz que cuando tenía 25.

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