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La disputa del Manchester City y Liverpool por ganar todo y las expectativas demasiado altas

Jugadores del Manchester City celebran el campeonato de la Copa Carabao. (Foto: Reuters)
Jugadores del Manchester City celebran el campeonato de la Copa Carabao. (Foto: Reuters) (Carl Recine / reuters)

El Manchester City tenía todo listo. Unos días antes de la final de la edición de 2019 de la FA Cup, los ejecutivos del club ya habían marcado en un mapa la ruta del desfile de celebración. Ya habían reservado el autobús sin techo. Ya habían organizado un día entero de festejos. Estaban muy conscientes de que era tentar al destino, pero no tenían otra opción: después de todo, estas cosas requieren tiempo y planeación.

Además, sin importar lo que pasara contra el Watford en el estadio de Wembley, habría muchas razones para celebrar. Hacía un par de meses, el equipo de Pep Guardiola había ganado la Copa Carabao, la primera y la menos importante de las prioridades nacionales de Inglaterra. La semana anterior, había superado el enérgico desafío del Liverpool para retener el título de la Liga Premier. La FA Cup completaría la tercia de trofeos.

Lo único que faltaba era decidir cómo publicitar el logro. Todo necesita un nombre estos días. Todo necesita una etiqueta. El año pasado, había sido fácil. El City se había convertido en el primer equipo en la historia de Inglaterra en conseguir cien puntos en una sola temporada; los jugadores que lo hicieron fueron coronados no solo campeones, sino también centuriones.

Ahora estaban a punto de continuar ese legado con una hazaña aún más impresionante: convertirse en el primer equipo en la historia de Inglaterra en ganar una tripleta nacional: alcanzar el título de liga y ambas competencias de copa.

No obstante, dentro del club, había preocupación sobre pronunciar la palabra (tripleta) a muy alto volumen. Algunos ejecutivos temían que estuviera demasiado asociada con el equipo de 1999 del Manchester United, que ganó la liga, la FA Cup y la Liga de Campeones. Les preocupaba que la necesidad de calificar la tripleta del City como un logro “nacional” podría abaratarla de cierta manera.

Ferran Soriano, el dominante director ejecutivo del City, sintió que había otro problema. Insistía que el City tendría cuatro trofeos para el desfile. En agosto, había ganado también el Community Shield. El hecho de que el tradicional trofeo de inicio de la temporada inglesa es, en realidad, un partido amistoso de pretemporada con algunos fuegos artificiales al final no lo desalentó. Era un trofeo, afirmó Soriano. El City debería celebrarlo. Soriano incluso tenía lista la nomenclatura: los tetrampeones.

Hubo incomodidad ante la sugerencia. Varios ejecutivos del City advirtieron que incluir el Community Shield expondría al club a acusaciones de inflar su palmarés, algo que, en estas circunstancias, era totalmente innecesario. Pero Soriano no pudo ser convencido y lo más crucial es que tenía el apoyo de Guardiola. En los días posteriores, después de que el City ganó la final, su autobús avanzó por las calles de Mánchester con la palabra “tetrampeones” pegada en el costado.

El hecho de que Soriano estuviera dispuesto a ignorar las preocupaciones de sus colegas y subordinados y soportar las acusaciones de arrogancia de parte de los fanáticos rivales es revelador. Pese a todos sus otros rasgos (visionario, rebelde, el tipo de persona que se autoproclamaría un “disruptor”), Soriano tiene una comprensión instintiva del futbol moderno. Y sabe que en el futbol moderno, la gloria se mide al mayoreo.

En el mes o poco más que ha pasado desde que el Liverpool levantó la Copa Carabao de esta temporada, Jürgen Klopp ha lidiado, de manera casi semanal, con preguntas sobre si su equipo puede ganar un “cuádruple” (todas las competencias nacionales de Inglaterra más la Liga de Campeones). Las ha ignorado con la misma frecuencia. “No estamos ni siquiera cerca de pensar en cosas tan locas como esa”, comentó el mes pasado.

El entrenador del Liverpool, Jurgen Klopp, observa al mediocampista colombiano Luis Diaz mientras es atendido tras un golpe. (Foto: Getty Images)
El entrenador del Liverpool, Jurgen Klopp, observa al mediocampista colombiano Luis Diaz mientras es atendido tras un golpe. (Foto: Getty Images) (PAUL ELLIS via Getty Images)

Guardiola sabe lo que se siente. A él también lo han saturado con preguntas (sin duda desde principios de año, si no es que antes) sobre si esta escuadra del Manchester City puede lograr otro triplete esta temporada, uno que no requiera la aclaración geográfica. Guardiola también ha hecho lo posible por minimizar las expectativas. “Trato de decirle al club: ‘Disfruta estos momentos durante la temporada. No esperes a ganar la Liga Premier, la Liga de Campeones o la FA Cup para ser feliz. Disfruta el día. Disfruta el momento’”, señaló.

No es difícil rastrear el comienzo de esta obsesión con los dobletes y los tripletes y, ahora, los cuádruples: en varias ligas de toda Europa, la era de los superclubes de la última década ha hecho que ganar un solo título de liga no tenga importancia para equipos del nivel del Paris Saint-Germain, el Bayern Munich y (hasta su implosión autoinfligida) la Juventus.

Las ligas de sus países están desequilibradas a un grado tan irremediable que el destino del campeonato realmente no está en duda. Con ese trofeo en esencia decidido, solo les queda buscar otros objetivos. Eso podría ser una racha (obtener nueve o diez títulos consecutivos) o quizás complementarlo con un exceso de otros premios. Si un entrenador no consigue esa clase de resultados, con creciente frecuencia, esto puede costarle el puesto.

Poco a poco, eso se ha convertido en la era del multiplicativo del futbol. Cuando el Manchester United ganó su tripleta en 1999, fue el único equipo en cualquiera de las que ahora consideramos las cinco principales ligas de Europa en haberlo hecho (aunque el Celtic, el Ajax y el PSV Eindhoven lo habían logrado con anterioridad). Desde 2010, esto ha sucedido cinco veces. El Barcelona y el Bayern lo consiguieron en dos ocasiones.

Los dobletes nacionales —ganar la liga y la (principal) copa del país en la misma temporada— son tan comunes ahora que pasan casi desapercibidos: cinco para el Bayern y cuatro para la Juventus y el PSG en los últimos diez años, así como tres para el Barcelona.

El panorama en Inglaterra, por supuesto, es diferente. La competencia entre los seis grandes del país significa que el City es el único equipo que ha obtenido el doblete desde 2010. Pero sus superclubes no son inmunes a la tendencia más extensa. Para ellos también, el símbolo de la grandeza ya no es la primicia, sino el dominio.

No obstante, esa estrategia conlleva un peligro inherente, el riesgo de que los equipos buenos (equipos que han gozado de un éxito asombroso, que están entre los más sólidos que la Liga Premier jamás haya visto) de alguna manera se consideren fracasos: no por no ganar, sino por no ganar lo suficiente.

Las últimas ocho semanas de la temporada de la Liga Premier desde hace tiempo han sido vistas como una batalla entre el Liverpool, que anhela un cuádruple, y el Manchester City, que aspira a una tripleta. Ya que está programado que se enfrenten de manera directa en dos de esas competencias durante las próximas semanas, ambos, por definición, no pueden lograr sus cometidos. Lo más probable, incluso en esta etapa tan avanzada, sigue siendo que ninguno de los dos lo logre.

Eso aumenta la posibilidad de que a dos equipos, cada uno con trofeos para presumir y logros que celebrar, se les diga que analicen sus temporadas con arrepentimiento. Si el Manchester City solo gana la Liga Premier, ¿eso representará una decepción? Por supuesto que no debería, pero en una era definida por una gula de gloria, se podría presentar (o incluso sentir) como algo anticlimático.

¿Qué pasa si el Liverpool termina esta temporada con solo dos copas nacionales? ¿Es suficiente? El equipo de Klopp habría dejado ir los dos trofeos que más codicia, claro, pero eso no es lo mismo a quedarse corto. Si la única victoria verdadera es la que es total, la que lo conquista todo, la absoluta, eso indica que las expectativas son demasiado altas, que hemos creado un mundo en el que incluso el éxito puede ser interpretado como un fracaso.

Lionel Messi celebra junto a sus compañeros de la selección argentina. (Foto: Getty Images)
Lionel Messi celebra junto a sus compañeros de la selección argentina. (Foto: Getty Images) (SOPA Images via Getty Images)

La ignorancia del aislamiento

Para cuando Argentina salte a la cancha (en Wembley, para un encuentro con el actual campeón europeo, Italia) habrán pasado casi tres años desde la última vez que perdió un partido. Desde que cayó ante Brasil en la Copa América de 2019, la única derrota del equipo de Lionel Scaloni ha sido contra las autoridades sanitarias de São Paulo. Fuera de eso, ha jugado 31 partidos, ganado 20 y empatado 11.

Este es, sin duda, el tipo de trayectoria que debería emocionar a los argentinos antes de una Copa del Mundo que tiene una importancia particular: 2022, después de todo, quizá sea la última vez que Lionel Messi portará la camiseta de Argentina, su última oportunidad de emular a Diego Maradona y llevar a su país hasta el premio más grande de todos.

Sin embargo, llega con una advertencia. Ese juego contra Italia (llamado Finalissima) será la primera ocasión en que Argentina se enfrente a un rival europeo desde el empate con Alemania en octubre de 2019. Su racha, estos últimos años, ha sido un asunto puramente local, forjada y lograda en Sudamérica.

Resulta que Brasil está en la misma situación. Desde que perdió contra Bélgica en los cuartos de final del Mundial de 2018, el equipo de Tite solo ha jugado contra un equipo europeo (la República Checa) y eso también fue hace tres años. Brasil es considerado como el favorito para ganar la Copa del Mundo, un estatus que se basa casi de manera exclusiva en su capacidad de derrotar a los mismos equipos sudamericanos una y otra vez.

Por supuesto que ese repentino aislamiento está vinculado en parte a la pandemia de coronavirus, pero también tiene que ver con el ascenso de la Liga de las Naciones en Europa y las exigencias de las interminables rondas de partidos en Sudamérica para clasificar al Mundial y de la Copa América. Desde 2019, ha habido muy pocas oportunidades de jugar partidos amistosos.

Sin embargo, a medida que la Copa del Mundo se acerca, la ausencia de competencias variadas lleva a una sensación de ignorancia. Podemos estar seguros de que Argentina (que el viernes se dio a conocer que enfrentará en la fase de grupos a México, Polonia y Arabia Saudita) y Brasil (que se medirá ante Suiza, Serbia y Camerún en Catar) son competitivos en Sudamérica. No tenemos idea de cómo se desempeñarán contra los equipos europeos que ambos deben superar para lograr triunfar en Catar.

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