El “baño sangriento”, un partido de waterpolo que se convirtió en una batalla

Los Juegos Olímpicos de 1956, disputados en Melbourne, Australia, fueron los primeros en arrastrar multitudes hacia el hemisferio sur. Mientras tanto, en el norte se abrían heridas que hoy se refugian en algunos corazones y que, en aquella edición de los Juegos, dejaron su marca de sangre dentro de una piscina, en un partido de waterpolo. Tal vez, el más recordado y retratado de la historia de esta disciplina acuática.

El waterpolo es el deporte rey en Hungría. Se comenzó a practicar en las piscinas de aquel país a finales de la década del 20’ y, en muy poco tiempo, ya eran miles los niños que lo dominaban con naturalidad. A partir de allí, esta nación de Europa Oriental se convirtió en una fábrica de talentos como ninguna otra. De hecho, al día de hoy, los magyares cuentan con nueve medallas doradas en Juegos Olímpicos, además de tres platas y tres bronces. Tal es así que los waterpolistas profesionales son tratados como estrellas de rock en Budapest y otras ciudades.  

Una potencia que no caduca en esta disciplina que combina destreza con elegancia y, claro, físicos imponentes que resistan a las atrocidades que se cometen debajo del agua, donde se oculta la peor cara del waterpolo. La selección húngara llegó a Melbourne 1956 con un récord asombroso, de 99 victorias en los últimos 100 partidos disputados. Además, contaba con una plantilla repleta de talentosísimos jugadores, entre los que se realzaba la figura del crack con cara de niño, Ervin Zador, que poco tiempo después quedaría inmortalizado con una imagen poco propia de su habilidad incontenible.

El bano sangriento. Foto: waterpololegends
El bano sangriento. Foto: waterpololegends

 

El 23 de octubre de 1956, la Revolución Húngara “obligó” -tras un sinfín de protestas multitudinarias y varias batallas- a las fuerzas armadas soviéticas a retirarse de aquel territorio. Hubo un cese al fuego y los tanques rusos se replegaron hasta la frontera, casi en silencio, esperando las órdenes de Nikita Kruschev. Dezso Gyarmati, que era capitán del equipo de waterpolo nacional, había participado de la protesta inicial, abandonando el centro de entrenamiento que la selección olímpica tenía en unas colinas nevadas, ubicadas a dos horas de Budapest, donde los jugadores se concentraban en medio de una tensa calma. La idea era conquistar el cuarto oro olímpico y la atención no debía desviarse a pesar de los acontecimientos que amenazaban con cambiar la historia de la nación.

La mayoría de los jugadores, excepto Gyarmati y algún que otro de los experimentados, no estaban al tanto de la situación que llevó a los tanques soviéticos hasta la frontera, imponiendo a Imre Nagy como primer ministro. Fue el propio Ejército Rojo el encargado de acompañar al equipo de waterpolo y a toda la delegación húngara hasta el aeropuerto de Praga, desde donde partieron hacia Australia. Cuando embarcaron, Hungría era una nación libre y orgullosa. Minutos después de aterrizar en Oceanía, se enteraron de que su país había sido arrasado por más de 300 mil soldados y 2 mil tanques soviéticos, quienes habían pisoteado a sangre y fuego la revolución, retomando el poder.

Revolución Húngara. Foto: cnn.com
Revolución Húngara. Foto: cnn.com

 

Así y todo, los húngaros debieron entrar a la piscina después de casi un mes sin entrenamientos en el agua, a defender con lágrimas en los ojos y fuego en el corazón los colores de una nación que, para ese noviembre, era una ruina. Antes que ninguna otra cosa, pidieron que se reemplazara el martillo y la hoz en su bandera por el tradicional escudo nacional. Después, pasaron por encima de sus rivales en la primera semana: vencieron a Estados Unidos por 6-2, Italia (4-0) y Alemania (4-0). En semifinales, el rival sería la Unión Soviética, a quienes querían encarar desde siempre, y con quienes se juraron que no perderían. Al menos, no esta vez.

"Trata de imaginar la situación", explicó Gyarmati años después, para el documental que dirigió Quentin Tarantino –junto a Lucy Liu- , llamado Freedom’s Fury (Furia de Libertad) y estrenado en diciembre de 2006, 50 años después del mítico partido.

"Una superpotencia destruye con armas y tanques tu país, un país que nunca ha pedido que ese poder esté ahí, y después de que la revolución es aplastada tienes que enfrentar a los representantes de esa potencia", continuó aquel que era capitán del equipo.

El cuadro era el siguiente: el partido se jugó exactamente un mes después de la caída del gobierno popular de Nagy, el estadio estaba lleno como nunca para un choque de waterpolo (había 8 mil espectadores) y los periodistas que cubrían el evento llegaban desde todo el mundo, sabiendo que aquel no sería un enfrentamiento más. Además, ese mismo equipo húngaro que entraba en la piscina había sido obligado a colaborar en el entrenamiento de los soviéticos y en un “amistoso” preolímpico en Moscú –con un arbitraje escandaloso en favor del local- los magyares perdieron su único partido sobre los últimos cien disputados hasta Melbourne 1956.

Pero en el agua, aquel día, los roles se invirtieron durante lo que duró el juego. Todo el estadio se volcó en favor del oprimido, Hungría. A su vez, los espectadores demostraban un enorme desprecio por los rusos, que en aquel juego sufrieron un arbitraje parcialísimo en su contra; tal es así que el juez hizo repetir un penal que el arquero ruso atajó hasta que los magyares convirtieran y dejó pasar los miles de codazos, patadas y provocaciones que los húngaros propinaron contra sus rivales. Eso sí, estuvo bien atento a la hora de expulsar al primer soviético que tímidamente devolvió una de las agresiones.

Pero aquello era más que un juego. No podía comenzar y acabar así, se trataba del hijo de un contexto violento… se olfateaba el caos. Tenía que suceder algo más. Hungría ganaba 4-0 y la URSS sufría una humillación tras otra. Hasta que Zador, uno de los mejores en aquel match, se tomó el atrevimiento –lo confesó poco tiempo antes de morir en 2012- de sacar de sus casillas al enorme Valentin Propokov. Éste, sin pensarlo demasiado, tomo impulso y golpeó brutalmente a Zador. El deportista magyar quedó grogui y su sangre tiñó el agua de rojo, lo que bautizó aquella contienda como “el baño sangriento”.

El bano sangriento. Foto: waterpololegends
El bano sangriento. Foto: waterpololegends

 

Desesperado, sabiendo que el estadio pedía la cabeza de Propokov y toda la delegación rusa, el árbitro dio por terminado el partido cuando aún quedaban dos minutos. La policía escoltó a los soviéticos, que recibieron escupitajos e insultos hasta abandonar el estadio. Mientras, la fotografía de Zador saliendo del agua, chorreando sangre, era retratada para permanecer hasta hoy en la memoria de todos. “Para cuando acabó de nadar, la sangre se había escurrido a su pecho. Parecía que había salido de una carnicería. El público explotó”, recuerda Gyarmati sobre la herida de su compañero.

Zador no pudo estar en la final. Así y todo, Hungría se las arregló para vencer a Yugoslavia por 2-1 y conquistar otra vez la medalla dorada. La mitad del plantel magyar pidió asilo político y ya no regresó a Hungría, donde 3 mil compatriotas habían muerto, 10 mil estaban detenidos y otros 200 mil eran forzados a salir del país. Ervin Zador, por su parte, se exilió en Estados Unidos y consiguió volver a unos Juegos Olímpicos, en Munich 1972, y como entrenador de un tal Mark Spitz, el tiburón. De hecho, la voz en off que se escucha en el documental de Tarantino es la del siete veces campeón olímpico. Para ser justos, también existe una película húngara sobre “el baño sangriento”, y se llama Szabadsag szerelem (Niños de Gloria), también lanzada durante el 50° aniversario de la revolución magyar.

Zador, sangrando. Foto: waterpololegends
Zador, sangrando. Foto: waterpololegends

 

"La Guerra Fría explota la violencia en las Olimpiadas de Melbourne" tituló tras aquel juego histórico el Sydney Morning Herald. Y fue eso, ni más ni menos. El escándalo que se presagiaba dejó la sangre tiñendo el agua, oscureciéndola. Una metáfora casi perfecta de lo que sucede con el deporte cuando otras “historias” se mezclan, cuando las “pasiones” se confunden.  A su vez, todo aquello resulta inevitable. 

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