La historia del niño misterioso que fue campeón olímpico porque “pasaba por allí”

Durante el último octubre, celebrando el Día del Niño, el sitio oficial de los Juegos Olímpicos Río 2016 decidió homenajear a aquellos atletas que, antes de ser adolescentes, se colgaron una medalla, adoptando a su vez el mensaje de que el mayor evento deportivo “es para cualquiera, sin importar la edad”.

Es cierto, y los ejemplos fueron varios. Interesante repasarlos, y recordar que el nadador japonés Kusuo Kitamura logró la medalla dorada con apenas 14 años en Los Ángeles 1932, en los 1.500 metros estilo libre. O el sueco Nils Skoglund, que una semana después de cumplir los 14, se “regaló” una medalla plateada en salto en largo, durante los juegos de Amberes 1920.

Entre las mujeres, la danesa Inge Sorensen se convirtió, en Berlín 1936, en la medallista olímpica más joven de la historia en una prueba individual con 12 años. En los 200 metros Pecho (natación) se colgó la medalla de bronce. Aunque la más recordada es, probablemente, Marjorie Gestring, campeona olímpica con 13 años en la prueba de Saltos Ornamentales (Plataforma 3 metros), también en la capital alemana.

Pero hay una foto icónica, un recuerdo. Hay un niño, una imagen borrosa y un misterio. Se trata de uno de los grandes secretos olímpicos. Uno de esos que, a medida que pasa el tiempo, se pone más difícil de develar. Tal vez alguien lo sabe, pero no lo cuenta. Probablemente no conozcamos nunca la identidad del muchacho que hizo historia en el deporte, entrando y saliendo de la escena sigilosamente, casi en puntas de pies; postales de otros tiempos.

El niño misterioso, entre Brandt y Klein. 
El niño misterioso, entre Brandt y Klein. 

 

Lo cierto es que durante los Juegos de París 1900 –organización caótica si las hubo-, primera edición con el Remo incluido entre los deportes oficiales, una de las historias de las que se guardan menos precisiones en la historia, ocurrió.

A priori favorita al título, la dupla holandesa conformada por Françoise Antoine Brandt y Roelof Klein fue sorprendida al quedar nueve segundos detrás de los franceses Martinet y Waleff,  durante las pruebas clasificatorias. El motivo de aquella “catástrofe” enseguida fue descubierto: mientras los holandeses llevaban un timonel adulto (Hermanus Brockmann, de 60 kilos), los franceses pusieron en esa misma posición a un niño que pesaba la mitad. A partir de allí, el aprieto. Brandt, Klein y el propio Brockmann deberían tomar una decisión si no querían ser humillados por los locales.

Tal vez la prisa de los franceses en utilizar esa táctica en la fase clasificatoria, haya sido el gran error, el causal de que el primer puesto no se haya quedado en casa. Desesperados, los holandeses sabían que debían reemplazar a Brockmann por un niño cualquiera, el que fuese. A tener en cuenta: en aquellas épocas aún podía inscribirse en el equipo a un participante de otra nacionalidad, por lo que no era necesario que la criatura fuese holandesa, lo cual hubiese tornado imposible la misión.

El Sena durante la competencia de Remo, París 1900.
El Sena durante la competencia de Remo, París 1900.

 

Recorriendo las calles parisinas, cerca del Río Sena, donde se disputaba la competencia, Brandt y Klein vieron desde lejos a un desgarbado niño, de piernas y brazos largos. Era perfecto. Con toda su amabilidad y prometiéndole el cielo si acababan venciendo, los holandeses finalmente convencieron al niño que, según cuenta la crónica, pesaba 33 kilos y andaba entre los siete y los 10 años.

Minutos antes del comienzo de la prueba, el equipo francés veía con asombro a los holandeses riendo y cargando en brazos a un jovencito flacucho. Sabían lo que eso significaba. Los atisbos de protesta, de nada sirvieron. Unos y otros deberían dar lo mejor. Lo cierto es que esta vez la diferencia no sería de nueve segundos, ni soñando.

Apenas iniciada la competencia, los holandeses salieron al frente. Promediando, los franceses lograron igualar y hasta colocaron la nariz del bote un poco por delante. Remo a remo, hasta el final, las palpitaciones al máximo. Finalmente, fueron Brandt, Klein y el niño de identidad desconocida los vencedores. Los tiempos hablan de la paridad: siete minutos, 34 segundos y dos centésimas para los holandeses contra siete minutos, 34 segundos y cuatro centésimas para los locales.

Programa olímípico, París 1900
Programa olímípico, París 1900

El niño misterioso, que se ganó el cariño de toda la delegación holandesa, fue despeinado una y otra vez, cargado en andas, besado por las señoras… así, hasta llegar al podio para la gran ceremonia de premiación. No recibió medalla, ya que esa tradición olímpica comenzó cuatro años después, en Saint Louis. Se llevó apenas unos estuches para guardar cigarros y otros artículos chic, de esos que no llaman ni un poco la atención de un niño.

Entre el champagne y los gritos de Brandt y Klein, el chico campeón logró escurrirse. Se esfumó, volvió a perderse por aquella callecitas donde horas antes fue encontrado. Nada se ha vuelto a saber de él, ni siquiera su nombre. El historiador holandés Tony Bijker, quien descubrió esta historia, afirma que, en realidad, tenía entre 12 y 14 años. Pero, a pesar de innumerables esfuerzos, no consiguió arrancar precisiones. Por eso, la valía de la foto enigmática, la del niño misterioso que fue campeón olímpico simplemente porque pasaba por allí. 

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