La masculinidad acomplejada intoxica el deporte y contagia a las nuevas generaciones

Aficionados a punto de pelear en un partido de fútbol en México. (Getty Images)
Aficionados a punto de pelear en un partido de fútbol en México. (Getty Images)

Si los borrachos tontos se retratan a sí mismos al segundo cubata, a los obtusos que se sientan en una grada a soltar improperios chabacanos, racistas, machistas e intimidatorios se les ve el plumero a la primera dentellada que le dan a las pipas de girasol con sal que se les escapan entre el meñique y el anular de grande que es el puñado. Indeseables hay en todos lados y tanto los noctámbulos sin dos dedos de frente como los que viven el deporte desde la necedad comparten un amor incondicional por la insensatez. El fútbol, el baloncesto, el balonmano, el voleibol… son un pasatiempo, entretenimiento, un abrazo a diferentes valores, una celebración de la superación individual y colectiva, un remar a buen ritmo y con decencia tanto cuando el agua está plato como cuando arrecia el temporal. Y esto se aplica a los de la tribuna y a los de abajo. Las cualidades del deporte están claras, aunque impere la amnesia y éste quede contaminado con facilidad por unos machos capaces de quitarle el brío que debería tener.

En tan solo dos días, se han producido varios eventos que deslucen todo aquello a lo que se aferra el mundo de la competición. En Nueva Jersey, integrantes de un equipo de baloncesto de instituto le dieron una paliza a su entrenador después de bajarse del autobús tras un partido. La escena quedó grabada en vídeo. Un encuentro de fútbol de juveniles disputado en Galicia tuvo que suspenderse durante varios minutos porque un padre no paró de increpar al colegiado sin miramiento alguno. Borracho de ira y sin ser capaz de contar hasta 10, este individuo consiguió que el árbitro se echara a llorar de tal manera que los jugadores de ambos equipos tuvieron que ir a consolarle. En otro compromiso, esta vez de fútbol femenino, las jugadoras del Crevillente denunciaron que el colegiado usó términos machistas para referirse a ellas. En otro juego de féminas en Argentina, la árbitra paró la cita hasta que un tonto se marchó de la grada después de balbucear lindezas. Un chaval que acudió al Benito Villamarín a presenciar el Betis contra el F.C. Barcelona fue obligado a irse por llevar una camiseta del Sevilla. Los aficionados béticos la tomaron con él y no quedaron tranquilos hasta que el joven se marchó.

El fútbol inglés es uno de los que más altercados genera en sus gradas. (Getty Images)
El fútbol inglés es uno de los que más altercados genera en sus gradas. (Getty Images)

Los ejemplos se multiplican exponencialmente y reflejan un punto gris que ensombrece todo lo bueno que sale de los poros de este mundillo tan intenso. Desde pequeños, los niños y niñas están expuestos a un ambiente tóxico de estereotipos que acaban convirtiéndose en parte importante de su educación. “Llorar es de niñas”, “no entrar fuerte al balón es de maricones”, “ir a romper piernas es de valientes”, “jugar con calidad es de niños”, “arbitrar mal es de cobardes”, “usar los puños es tenerlos bien puestos”, “perder es de incompetentes” … Ningunear la vulnerabilidad y ensalzar la agresividad abusiva es un lastre que compromete el futuro de una sociedad en la que el deporte juega un papel primordial. Afortunadamente, no es la norma general, y aún quedan padres, entrenadores y mentores que valen la pena, aunque los pesados son los que más ruido hacen y a algunos niños les da por replicar sus necedades. Esta excesiva masculinidad, forzada y exagerada, es fruto de un desequilibrio infeccioso.

Ruben Nieves, es el director la Alianza de Entrenadores en Positivo, una organización estadounidense sin ánimo de lucro que se dedica a educar a coaches y deportistas noveles en una manera positiva de afrontar este tipo de actividades. El mensaje que propugnan en el centro es el crecer por encima de ganar, el de saber escuchar en lugar de desenfundar la lengua cual hooligan enrabietado.

Equipo de fútbol femenino.
Equipo de fútbol femenino.

“El entrenador moderno está por la labor de hablar y conectar con los jugadores sobre la bondad, la amistad, el amor y la empatía”, afirmó a CNN. “Saben que aquellos deportistas que tengan más inteligencia emocional serán los que estén más sanos mentalmente y tendrán un rendimiento mejor. Les hablamos de ser mejores personas no un hombre de verdad. Tener un lenguaje neutro ayuda a que los atletas LGBTQ se sienten bienvenidos”, agregó.

Este trabajo se va por el desagüe en el momento en que un par de padres le digan cuatro cosas a un árbitro, o se insulten entre sí, incluso si otro entrenador tiene una actitud agresiva y abusiva en su manera de dirigir a su equipo. Para todos ellos, ganar se convierte en la meta que hay que superar a toda costa, incluso si la intimidación sirve para lograr su fin. Este tipo de actitudes son el beneplácito que necesitan algunos críos para imitar lo que ven como un acto de heroísmo y masculinidad, en lugar de percibirlo como una inseguridad casposa y carca. Lo veo todos los fines de semana, en diferentes deportes y a edades dispares, y no me cabe la menor duda de que vivimos en una sociedad tan acomplejada que todavía no ve con buenos ojos el que haya más entrenadoras en equipos masculinos, o árbitras que dirijan encuentros, incluso que haya jugadores que tengan la valentía de salir del armario. Quizás sea eso lo que haga falta, perfiles con una empatía tal que sirva para neutralizar por las buenas esa testosterona más obtusa y trasnochada que actúa por las malas.

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