Corazón de gigante: la emotiva dedicatoria de Del Potro luego de sus victorias
Por Federico E.
Cuesta hacer callar al público, sobre todo porque posiblemente se trate del último punto. Un ace, un tiro ganador o una pelota en la red pueden sellar la enésima victoria de Juan Martín Del Potro, ése de la derecha demoledora y el revés reinventado y cada día más fuerte, ése que demostró tener el corazón enorme y un temple de acero.
De a poco los gritos de los hinchas más ocurrentes se apagan y la pelota, luego de picar cinco veces en el piso, se eleva y escapa de la mano zurda del gigante para flotar y entrar en una órbita efímera, de la que será arrancada de un latigazo. Dos, tres, cuatro o cinco golpes después, el estadio entero se deshace en un aullido ensordecedor, desafiado por el anuncio protocolar del umpire de acento francés, portugués o alemán, a quien el tandilense saluda amablemente luego de que lo haga su derrotado, como indica la etiqueta del tenis.
Enseguida, y como si se tratara de un muy ensayado último golpe, el gigante vuelve al centro de la cancha, se persigna, mira al cielo y señala a una nube para regalarle un beso cargado de todo ese esfuerzo transformado en victoria. En ese momento ya no es Delpo; es Juan Martín.
Guadalupe Del Potro era dos años mayor que su hermano tenista hasta el día en que un terrible accidente automovilístico se la llevó para siempre. Ocurrió en Lobería, por el sur de la Provincia de Buenos Aires. Ella tenía ocho años y Juan Martín sólo un par menos. El dolor, abrupto e incomprensible, fue casi todo para sus padres Daniel, veterinario y ex-jugador de rugby, y Patricia, maestra de literatura. Su hermana menor, Julieta, apenas balbuceaba sus primeras palabras. A pesar de su corta edad al momento del accidente, la temprana partida de su hermana marcó a Juan Martín para toda la vida. ”Me cuida desde arriba cada vez que juego”, confesó una de las pocas veces en las que habló del tema.
Como no podía ser de otra manera, La Torre de Tandil le dedicó el triunfo y vigésimo título en el circuito profesional a su hermana. Dimitrov, abatido por la clara superioridad de Del Potro, ya guardaba sus raquetas y no veía la hora de terminar con la ceremonia del ATP 250 de Estocolmo, en la que se llevaría el trofeo (y el cheque) más chico. En cambio, el campeón no tenía ningún apuro. Con los brazos abiertos y una mirada que perforaba el techo del estadio cubierto, Juan Martín le devolvía, otra vez, una eterna sonrisa a su hermana mayor, esa que lo cuida cada vez que juega.
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