Adiós, Lopetegui: el fracaso eterno de Florentino con los entrenadores

Julen Lopetegui, en el banquillo durante el Barcelona – Real Madrid. Foto: REUTERS/Albert Gea
Julen Lopetegui, en el banquillo durante el Barcelona – Real Madrid. Foto: REUTERS/Albert Gea

Estaba cantado desde minutos antes de terminar el partido en el Camp Nou que se saldó con una contundente y muy dolorosa goleada, aunque las malas lenguas dicen que ni siquiera un triunfo contra el Barcelona habría bastado para salvarle y que la idea de su despido llevaba ya semanas rondando por el palco. El caso es que no ha sido hasta la noche de este lunes que se ha hecho oficial la destitución de Julen Lopetegui como entrenador del Real Madrid. Así lo ha hecho saber la junta directiva mediante un comunicado de no muy buen gusto que rápidamente ha encontrado hueco en la prensa de todo el mundo.

El entrenador vasco ha durado en el banquillo poco más de cuatro meses, lo que le convierte en el segundo que menos tiempo ha permanecido en el cargo bajo la presidencia de Florentino Pérez (el primero en la lista es García Remón, quien era el lugarteniente de Camacho cuando le echaron en septiembre de 2004; ocupó el puesto durante apenas tres meses, hasta ser reemplazado por Wanderley Luxemburgo en diciembre). En principio de forma interina se pondrá al frente de la primera plantilla Santiago Hernán Solari, hasta ahora técnico del filial en Segunda División B.

En principio, decimos, porque ahora mismo no está nada claro quién va a dirigir al equipo más allá del partido de Copa del Rey contra el Melilla este miércoles. El nombre que suena con más fuerza es el del italiano Antonio Conte, un técnico de marcado carácter defensivo que casa mal con una plantilla repleta de hombres de ataque y centrocampistas creadores, donde solo Casemiro responde al perfil de mediocentro de contención que demanda el que fuera jefe del Chelsea. Su carácter estricto y autoritario, además, no termina de ser compatible con un bloque de jugadores que ha rendido más y mejor bajo Zidane y Ancelotti, tendentes a dar más libertad a los futbolistas. Sergio Ramos, el capitán, ya dejó clara su opinión al declarar que “el respeto se gana, no se impone” tras la debacle contra el Barcelona.

Otro muy presente en las quinielas es Roberto Martínez, español y actual seleccionador de Bélgica, con cuya federación tiene contrato en vigor (aunque eso, visto está, no supone mayor problema para Florentino). Se habla también de darle la alternativa a Guti, vieja gloria del club o eterna promesa frustrada, según los gustos de cada uno, aunque sería un tanto extraño: el antiguo número 14 llevaba un par de años entrenando al juvenil blanco y aspiraba a hacerse cargo del filial, pero en verano, al ver esa puerta cerrada, decidió marcharse a Turquía a ser el ayudante de Günes en el Besiktas. Hay quien apuesta incluso por extender la interinidad de Solari de forma indefinida, a ver si suena la flauta y resulta que funciona, como pasó con Zidane cuando se le usó de parche tras la catástrofe de Rafa Benítez. Las demás opciones parecen tener menos fuerza, aunque nunca se sabe.

Lo que está claro, precisamente, es la escasez de ideas en la dirigencia merengue con respecto a qué hacer con el banquillo, puesto que los candidatos filtrados no pueden ser más diferentes entre sí. No existe un modelo, no hay una visión estratégica para el puesto que debería ser más importante en la planificación deportiva de la Casa Blanca. Florentino siempre ha sido muy propenso a los bandazos en este terreno, como queda de manifiesto viendo que en la lista de sus contrataciones están, de forma consecutiva, Pellegrini, Mourinho, Ancelotti y Benítez. Zidane y, sobre todo, Cristiano Ronaldo le permitieron tapar las carencias durante dos años y medio que, indudablemente, el madridismo recordará con alegría, y quién sabe si con nostalgia. En cuanto se han ido, cada uno por sus razones, todo se ha venido abajo.

De hecho, ya la contratación de Lopetegui fue más que controvertida. Solo los madridistas más recalcitrantes justifican negociar y llegar a un acuerdo con el seleccionador nacional de España apenas unos días antes de empezar todo un Mundial. Pero no es solo el perjuicio que la operación causara a la Roja; parecía que se había hecho con prisas, por la necesidad urgente de rellenar un hueco tras la salida de Zidane y sin pararse a reflexionar sobre la idoneidad del aspirante. Porque, seamos sinceros, el vasco no tiene ni de lejos un currículum espectacular como entrenador. Con la selección completó una fase de clasificación bastante decente para Rusia 2018, sí, como tantos otros habían hecho antes, y no había demostrado aún su valía en un torneo importante. Su etapa previa en el Oporto portugués se puede considerar un fracaso, al no ganar un solo trofeo en año y medio con el equipo más potente del país vecino. Sus únicos éxitos se dieron en las categorías inferiores de nuestra Federación, con las que ganó un par de Eurocopas sub-19 y sub-21. Si nos remontamos al origen de su carrera, encontramos una destitución cuando tenía al Rayo Vallecano en el fondo de la tabla en Segunda, allá por 2003.

En honor a la verdad, no toda la culpa es de Julen, que ni siquiera era la primera opción el pasado verano (el plan A era Pochettino, a quien no consiguieron sacar del Tottenham). A fin de cuentas, los que saltan al césped, los que cometen errores defensivos imperdonables, los que demuestran una falta de gol impropia de su categoría y de su sueldo, los que hace poco se proclamaron campeones de Europa y ahora se arrastran por los campos de España, son los jugadores. Y el que ha visto cómo Cristiano Ronaldo dejaba vacante su número 7 y para sustituir al ganador de los dos últimos Balones de Oro se traía a Mariano ha sido Florentino Pérez. El mandatario es un gestor brillante en materia económica pero en cuanto toca la parcela deportiva tiemblan los cimientos del Bernabéu. Y eso que tiene bien cerca el mejor ejemplo que podría tomar: la sección de baloncesto ni la mira, la ha dejado en manos de expertos, y funciona como un reloj. En el fútbol, sin embargo, se empeña en dejar su marca personal… aunque ni él mismo tiene claro en qué consiste.

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