Luis Suárez, el delantero que ya no puede cargar con Uruguay. Y Qatar 2022 lo está demostrando

Luis Suárez tras el partido entre Portugal y Uruguay. (REUTERS/Matthew Childs)
Luis Suárez tras el partido entre Portugal y Uruguay. (REUTERS/Matthew Childs)

Luis Suárez es la nostalgia hecha jugador. También Cavani, que ha fungido como excelente coprotagonista durante todos estos años. Pero Lucho, el goleador de El Salto, tiene algo más: esa mezcla de picardía y buen juego que lo convierten en una pieza única. Y sí, nadie ignora ni olvida esos arranques de furia en los que le daba por morder a sus rivales. Lo hizo un par de veces y fue condenado, recibió su castigo. No ha vuelto a pasar desde aquel mordisco a Chiellini en Brasil 2014.

Y aquel Mundial resultó paradójico porque, antes de irse por la puerta de atrás, Suárez dejó para la posteridad una de las actuaciones individuales más conmovedoras de cualquier época. Le hizo dos goles a Inglaterra en ese Mundial. Un cabezazo pacífico, para ejemplificar su lado más sensible, y un auténtico riflazo que obligó a Joe Hart, arquero británico, a mover el rostro para no ser vapuleado. Algo así tenía que tener mucho de milagroso. Antes del Mundial, el entonces delantero del Liverpool se había lesionado de los meniscos. Iba a llegar en tiempo récord.

Faltaban tres semanas. El kinesiólogo Walter Ferreira interrumpió su tratamiento contra el cáncer para atender la lesión del Pistolero. El delantero se recuperó para el segundo partido y eliminó a Inglaterra del Mundial. Luego pasó lo que pasó: Uruguay también victimó a Italia, pero se quedó sin futbol contra Colombia en octavos de final. Suárez vivió dos juicios: el mediático y el real (lo suspendieron cuatro meses sin jugar el futbol tras la mordida contra Italia).

Le pasó de todo en el futbol: se volvió ídolo en el Barcelona junto a Lionel Messi y Neymar, los socios que todo nueve querría. En Rusia 2018 le tocó ceder protagonismo para Edinson Cavani y no tuvo problema en hacerlo. Le devolvió las asistencias que Edi le había dado cuatro años antes. Ese es el Suárez de la gente: un delantero generoso, aunque encasillado por sus arranques de ira. Vivió el exilio de Barcelona simplemente para viajar a Madrid, con el Atlético, y demostrarle a su exequipo que se habían equivocado con él.

Luis Suárez no ha dejado de ser un atacante imperial, pero tampoco nos podemos engañar. Ya no queda más que recordarlo como que el que un día fue. Si algo ha demostrado Luis Suárez durante toda su carrera, es una capacidad asombrosa para reponerse de los malos momentos. Pero habría que decir que, en esta ocasión, ni siquiera es que se trate de un mal momento (para él no, sí para Uruguay), y nadie cometerá la osadía de apuntarlo con el dedo: ya no es titular y sus responsabilidades han bajado.

Él pertenece a la estirpe de jugadores que siempre están ahí. Pero un día dejarán de estarlo. Rusia 2018 es su último Mundial por una cuestión natural, pero todavía parece lejanísimo el día en que dejaremos de verlo en las canchas. Cuando Suárez ya no esté, todo tendrá más sentido: se habrá acabado una época para quienes lo vieron por primera vez en Sudáfrica 2010. Y la pregunta inevitable invadirá la mente de los aficionados: ¿por qué tiene el tiempo que pasar tan rápido?

Luis Suárez, por eso, es nostalgia. Nostalgia del futbol que fue, que sigue aquí, pero que en poco tiempo nos dejará. Y entonces entenderemos a quienes, cuando éramos chicos, nos decían que ellos sí habían visto a jugadores de verdad. Pasaremos, entonces, a ocupar ese papel: "No, mijito, para delanteros buenos, Luis Suárez", diremos a modo de autocompasión mientras recordamos el tiempo transcurrido y el inevitable dolor del recuerdo.

Porque, ciertamente, uno podría pensar que el 2010 fue hace tres años. Nadie puede explicar la manera en que el tiempo se vuelve tan relativo para caminar de la forma en que se le da la gana. Cualquier día de estos, uno escuchará a alguien decir que Luis Suárez tiene un gran futuro. Y ojalá fuera verdad.

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