Boris, el tramposo: el mayor engaño de los Juegos Olímpicos

No podía ser cierto. Jim Fox no desconfiaba de su olfato; sabía que en todo aquello había “gato encerrado” pero, a su vez, el oponente y principal sospechoso, era uno de los atletas que más respetaba. Incluso, tiempo atrás se habían tornado confidentes entre un trago y otro. Así y todo no podía dejarlo pasar. El florete de Boris Onischenko no había tocado su cuerpo, de ninguna manera. Pero antes de levantar la denuncia, los interrogantes (y las dudas) retumbaban en la cabeza del británico: ¿Realmente pueden fallar los sensores? ¿Está pasando lo mismo que con Adrian Parker? El peor, sin embargo, era: ¿Boris está haciendo trampa?

El pentatlón moderno es una de las disciplinas olímpicas que menos contagia entre el público en la actualidad. Tal es así que si ahora mismo hacemos un rápido chequeo en la web oficial de Río 2016, aún pueden quedar ingresos para esta modalidad -sea cuando fuere que te encuentres leyendo esto. Consta de cinco pruebas: esgrima, natación, saltos ecuestres y la combinada (carrera y tiro), “las que un soldado debe dominar”. Se disputa la competición en un sistema de tabla de puntos, en el que los atletas, por medio de sus desempeños, determinan su posición de salida en el último evento. Quien termine en primer lugar en esta prueba combinada es el vencedor.

Onischenko o Boris, el tramposo. 
Onischenko o Boris, el tramposo. 

En la antigüedad, el pentatlón original (carrera, salto en largo, lanzamiento de jabalina, lanzamiento de disco y luchas) era la disciplina reinante, la que daba el título de “atleta más completo de los Juegos” o “Victor Ludorum”. El barón de Coubertin, fundador de los Juegos Olímpicos modernos, reintrodujo el pentatlón en Estocolmo 1912. Y, ya que mencionamos al pedagogo e historiador francés, viene bien recordar el juramento olímpico que él creó:

"En nombre de todos los competidores, yo prometo que tomaré parte en estos Juegos Olímpicos, respetando y cumpliendo con las reglas que los gobiernan, en verdadero espíritu de deportividad, para la gloria del deporte y el honor de nuestros equipos"

Seguramente no había leído aquella declaración Boris Onischenko, nacido en la región ucraniana de Poltava en 1937. O, tal vez, prefirió ignorarla. Lo cierto es que en la Unión Soviética comenzó a destacarse en diferentes deportes. Después de entrenar natación durante varios años, Boris se decidió por el pentatlón moderno.

En 1968 participó de sus primeros Juegos Olímpicos, en México, con 31 años. No tuvo la notoriedad del saltador Bob Beamon (consiguió una marca de 8,90), pero se llevó la medalla plateada en la prueba por equipos. Nada mal para un debut.

Pero Onischenko y el elenco soviético estaban para más. Por eso, cuatro años más tarde, en Munich 1972, se llevaron el oro en la disciplina por equipos y el de Poltava se colgó la medalla plateada en la prueba individual.

Onischenko o Boris, el tramposo. 
Onischenko o Boris, el tramposo. 

 

De regreso en Moscú, Onischenko y compañía fueron recibidos como héroes. Todos los integrantes del equipo fueron condecorados con la Orden de la Bandera Roja del Trabajo.

Con 38 años, Onischenko también dijo presente en Montreal 1972, donde haría su última presentación. Era una leyenda en su país y, aunque intentaban no demostrarlo, los rivales le temían. En la primera jornada, la Unión Soviética, con el atleta ucraniano a la cabeza, no se destacó. Pero era lógico, los saltos ecuestres no eran su fuerte. Lo mismo había sucedido en las ediciones anteriores.

Estaban seguros de que las cosas cambiarían en la esgrima… y vaya si cambiaron. Con naturalidad y sin esforzarse demasiado, Onischenko batía a sus rivales, uno tras otro. Sumaba para la Unión Soviética, que volvía a ponerse en carrera.

El quinto contendiente del “pase el que sigue” fue Jim Fox. Se conocían bien, ya se habían cruzado varias veces en otros torneos. Entre ambos existía una admiración mutua y hasta compartieron tragos, charlas y risas en los momentos vagos de alguna que otra competencia internacional.

Onischenko o Boris, el tramposo. 
Onischenko o Boris, el tramposo. 

Fox fue "despachado" raudamente por Onischenko pero, a pesar del respeto, decidió patear el tablero. Él (y todo el equipo británico) sospechaba de los sensores desde que el soviético había batido a otro miembro de la escuadra, Adrian Parker. No había advertido un toque en su compañero y ahora, viviéndolo en carne propia, sabía que esto efectivamente era así. Había un problema, algo estaba mal. ¿Pero qué? Enseguida, presentaron la denuncia a los jueces.

El florete “sospechado” fue requisado y Onischenko siguió compitiendo durante dos combates más, hasta que fue excluido de la competencia porque se había descubierto algo que dejó a todos boquiabiertos. El arma disponía de un mecanismo electrónico con un cable oculto y un botón, que al ser presionado por el atleta marcaba “toques” en sus oponentes.

Viendo como toda su carrera se iba por la alcantarilla, Onischenko argumentó una defensa. “El florete no es mío, no sé de dónde salió eso”, dijo. Dudaron, pero no le creyeron. Fue descalificado junto a todo el equipo soviético y la medalla dorada quedó en mano de los “perjudicados” británicos. No obstante, Pavel Lednyov y Boris Mosolov pudieron seguir adelante con sus pruebas individuales. Lednyov se adjudicó la plata y le devolvió un mínimo de dignidad al vapuleado equipo de la Unión Soviética.

Después de su infructífero descargo, Onischenko decidió no hablar con nadie y se fue, en silencio, al aeropuerto. Minutos después, la Federación Soviética de Pentatlón Moderno publicó una carta condenando la acción del atleta y expulsándolo del equipo. Lo bautizaron “Boris, el Tramposo”. Le quitaron sus "honores deportivos" y lo dieron de baja en el ejército.

Onischenko o Boris, el tramposo. 
Onischenko o Boris, el tramposo. 

 

Los entendidos y los analistas de aquella época jamás pudieron explicar qué es lo que llevó a Onischenko, campeón olímpico, a tomar esa decisión con 38 años, siendo parte de sus últimos Juegos, aquellos que más podría haber disfrutado. Los rivales, los compañeros y la prensa coinciden en que era el mejor en lo suyo, que no necesitaba de nada porque tenía una técnica fantástica. Viéndolo así, menos se entiende.

Tampoco se supo si el atleta había diseñado solo, sin ayuda, aquel dispositivo ilegal. Nada de nada salió a la luz, ya que Onischenko jamás volvió a hablar y poco se sabe de él. Algunos aseguran que acabó como taxista en Kiev. Otros apelan a una leyenda, la preferida de los fabuladores. Según esa versión, el tramposo Boris fue sentenciado a pagar por su pecado y pasó el resto de sus días trabajando en las minas de sal de Siberia. 

 

En el video a continuación, Jim Fox explica el "tramposo mecanismo" en el florete de Onischenko: 

 

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