La indomable Dawn Fraser: leyenda de la natación, campeona de los escándalos
Antes de morir de leucemia, su hermano Don le dijo: “Tienes el talento, estás bendecida. Sigue entrenando por mí”. Dawn Fraser apenas tenía 13 años cuando el mejor amigo que tenía en la familia los abandonó. Don, aquel joven inquieto de vida corta, estaba llamado a ser uno de los grandes nombres de la historia de la natación, de acuerdo a sus marcas en las competencias juveniles, pero no logró resistir al dolor; fue la hermana menor y "pupila", Dawn, quien tomó su lugar. Y se aferró tanto al sueño ajeno que lo convirtió en anhelo propio. El camino lo fue haciendo a su manera. Consiguió tantas medallas como portadas en los periódicos adoradores de la confusión debido a los escándalos que ella siempre aceptó como sus "errores", sus "miserias personales".
De Balmain, en los suburbios de Sidney, era la familia Fraser. Dawn era la menor de ocho hermanos, en una casa de clase media un tanto alborotada. Amiga inseparable en las aventuras de los varones del hogar; valiente y traviesa, asmática desde la cuna. Por esa enfermedad en el sistema respiratorio, su madre le prohibió los juegos en una mina de carbón abandonada que quedaba cerca de la casa. La pequeña Dawn no obedeció a esas órdenes y siguió visitando cada tarde aquella escenografía que tanto la cautivaba. “No importa si me muero, no dejaré de ir”, le dijo a sus padres, que recurrieron a psicólogos y otros especialistas en búsqueda de ayuda para controlar a la terrible Dawn, la de “peor carácter” entre las niñas.
Uno de los médicos, por caso, les recomendó apuntar a la revoltosa criatura en clases de natación, un deporte que Don, su hermano mayor ya practicaba. Con esta práctica expandiría sus pulmones y, con suerte, también gastaría energías y disminuirían sus travesuras. A los cinco años, Dawn Fraser entraba por primera vez a una piscina.
Con poco más de 10 años, había dejado de ser aquella pequeñita asmática, criatura frágil. Su espalda era ancha y los músculos de sus piernas, firmes. Su carácter eléctrico, sin embargo, había empeorado. Sólo se calmaba cuando la radio daba noticias desde Londres, en los Juegos Olímpicos de 1948, los primeros tras la Segunda Guerra Mundial. Tenía algo con esa competencia, que más temprano que tarde iría a descubrir.
El fallecimiento de su hermano Don fue una mano que entró pesada y la sacudió... pero logró mantenerse en pie. Con 13 años, el recuerdo fresco de la enorme pérdida la volvió aún más rebelde. Abandonó los estudios y consiguió empleo en una fábrica de ropa, a contramano del deseo de sus padres. Eso sí, nunca dejó de nadar. Y lo hizo cada vez con mayor dedicación, desparramando toda su bronca en el agua, gritando sin que la puedan escuchar.
Distinguiéndola superior a las demás su entrenador de entonces, Harry Gallagher, decide llevarla a un centro de entrenamientos en Adelaida. “Si sigue así, será campeona olímpica”, afirmó el viejo coach.
Enseguida, llegaron los duelos con quien sería su rival por siempre, la también australiana Lorraine Crapp. Un 21 de febrero de 1956, con 19 años, la desconocida Dawn sorprendió a todos al vencer a Crapp en los 100 metros libres. Además, con un tiempo de 1m4s05 rompió el récord mundial que la holandesa Willy den Outen había conseguido 20 años antes. Lorraine, con la sangre en el ojo, vence a Fraser seis meses después, y en dos oportunidades. La segunda, ya en el marco de las series clasificatorias en los Juegos Olímpicos de Melbourne, donde Crapp consigue quebrar la mejor marca histórica de la competencia.
La noche previa a la gran final, Fraser no durmió bien y tuvo una pesadilla, que ella misma describió tiempo después. “Sonó el disparo y cuando quise saltar al agua, mis pies estaban pegados con miel. Logré lanzarme a la piscina, pero en vez de agua había espaghettis. Movía los brazos con fuerza, pero no avanzaba. Me hundí varias veces y tuve que tragar esos fideos. Me desperté ahogada, sudando, tal vez por tanto espaghetti”, dijo quien una vez que enfrentó la "verdadera" final -en una piscina olímpica con agua y no con comida- alcanzó un tiempazo de 1m02s, que le dio el récord mundial y la medalla dorada. Crapp llegó lejos, pero pudo vengarse en los 400 metros, prueba que era su especialidad. De todas formas, Dawn Fraser consiguió una dignísima medalla plateada.
Ambas unieron fuerzas y con la ayuda de Sandra Morgan y Faith Leech arrasaron en la prueba de relevos 4x100, quebrando todos los relojes. Australia era la gran potencia mundial en la natación femenina y Fraser se probaba la corona de reina de las piscinas.
Tal es así que en los Juegos Olímpicos de Roma 1960, Fraser se convirtió en la primera mujer en repetir el oro en los 100 metros libres, su prueba favorita -por si hace falta aclarar. Esta vez, fue la estadounidense Chris von Saltza quien le dio pelea. Y el equipo norteamericano cortó la hegemonía de las australianas logrando el primer puesto en los relevos.
Dawn Fraser no paraba. A pesar de que los años pasaban, se sentía vigorosa y no perdía el ritmo. Entre las bromas a sus compañeras y algún que otro exabrupto fuera de las piscinas, consiguió bajar por primera vez el minuto en una prueba de 100 metros femenina. Lo hizo dos veces: la primera en Melbourne (59s9) y la segunda en Perth (59.5).
En 1964, en Sidney estableció su récord definitivo en 58s9, el que se mantuvo ocho años imbatido. No obstante, poco después de esa marca histórica, otra tragedia sobrevino. En un accidente automovilístico, falleció su madre. Dawn, que viajaba en el asiento trasero sufrió lesiones en el cuello y en la espalda. Se dudó de su presencia en los Juegos de Tokio, que se llevarían a cabo ese mismo año, pero la campeona se recuperó a tiempo -al menos, físicamente.
En Japón, con 27 años, Fraser era una de las grandes figuras del deporte mundial y se destacó no sólo por sus performances piscina adentro, sino por su mal comportamiento. Antes de comenzar con las pruebas, Dawn se escapó de la concentración en la villa olímpica para participar de la ceremonia inaugural, a pesar de que la delegación australiana había prohibido la presencia de todos los atletas que enfrentarían compromisos horas después, como en el caso de la nadadora. Llegó al estadio en un autobús cualquiera y se filtró entre sus compatriotas.
Después de su primera prueba clasificatoria, Fraser volvió a buscarse un problema. Y lo encontró. El uniforme oficial de Australia no le resultaba cómodo para nadar y decidió probar con la indumentaria de un equipo rival. Volvieron a regañarla, pero poco le importó. De hecho, aprovechó para reprocharles a los responsables la mala elección del traje de baño.
Con problemas y todo, nadie pudo con Fraser en la final de los 100 metros libres. Con récord olímpico de 59s5, se colgó por tercera vez consecutiva la medalla dorada en la prueba principal de la natación. Una hazaña. También obtuvo la medalla plateada junto a sus compatriotas, en el relevo. Así, su palmarés olímpico quedó con ocho preseas, cuatro de ellas de oro.
Pero aún tenía hilo en el carretel Dawn Fraser y, fuera de las piscinas volvió a hacer de las suyas, provocando un escándalo que está entre los sucesos más recordados de Tokio 1964. Horas antes de la ceremonia de clausura fue detenida por la policía japonesa. ¿El motivo? Había intentado robarse, un poco pasadita de copas, la bandera japonesa que flameaba en el mismísimo Palacio Imperial. Ella y los "secuaces en la fechoría" estuvieron demorados en una comisaría hasta que fueron liberados, justo a tiempo para participar de la fiesta de cierre.
Lo curioso es que, horas más tarde, el emperador japonés perdonó a Fraser y le obsequió aquella bandera que habían intentado apropiarse. Así y todo, para las autoridades australianas el buen gesto del emperador no reparó el "gravísimo error" de la nadadora, que fue suspendida por 10 años. Eso hizo que, a los 27 años, su carrera acabase.
Fraser asumió aquella sanción como lo había hecho desde niña en casa de sus padres. Agachaba la cabeza, se hacía cargo del error y, poco tiempo después, volvía a las andadas. Alejada de las piscinas, llegó a ser miembro del Parlamento australiano en 1988. Diez años después, la condecoraron con la Orden de Australia. En 2000 publicó su polémica autobiografía y portó la antorcha olímpica en la ceremonia de clausura de los Juegos de Sidney.
A los 77 años, en 2015, volvió a estar en el ojo de huracán, acusada por el joven tenista australiano Nick Kyrgios de lanzar comentarios racistas contra él en un programa de TV. La exnadadora explicó que se trató de un malentendido y cambió de tema, casi sin inmutarse. Es que Dawn Fraser tiene un imán para polémica y fascinación por la controversia. Salir de una para meterse en otra y así... hasta el final. Incansable.
Así nadaba Fraser, "ícono del deporte australiano". Video:
También te puede interesar:
La indomable Dawn Fraser: leyenda de la natación, campeona de los escándalos
Nada pudo detenerlo: consiguió seis medallas con una pierna de madera
Boris, el tramposo: el mayor engaño de los Juegos Olímpicos