Óscar de la Hoya, el promotor que hace todo lo que él no hubiera permitido como boxeador

Óscar de la Hoya durante un evento público. (Frazer Harrison/Getty Images)
Óscar de la Hoya durante un evento público. (Frazer Harrison/Getty Images)

Óscar de la Hoya hace como promotor todo lo que él no hubiera permitido como boxeador. Fundador y presidente de Golden Boy Promotions (GBP), el multicampeón mexicoamericano ha experimentado una caída libre que parece no tener punto de retorno. Si hace unos años su empresa era ejemplar en todo sentido (peleas atractivas y ganancias millonarias), hoy navega en la incertidumbre total.

Cuando GBP nació, en el año 2002, la revolución de Óscar tuvo efectos inmediatos: los peleadores se sintieron realmente valorados. Ese ideal fue una bandera esencial en el camino del Golden Boy boxeador. En sus años mozos, de la Hoya siempre pugnó por la revalorización de los pugilistas. Además de construir un legado arriba del ring, al californiano le preocupaba que fueran los promotores quienes se quedaran con las partes más suculentas del pastel. Por eso, como promotor atrajo, en diversas etapas, a boxeadores de la talla de Floyd Mayweather, Saúl Álvarez, Miguel Cotto, Juan Manuel Márquez y Marco Antonio Barrera.

En los años de oro de la promotora, el tradicional gigante de la industria, Top Rank, propiedad del nonagenario Bob Arum, encontró a un verdadero competidor. La rivalidad entre ambas promotoras impidió que algunas peleas de primerísimo nivel se realizaran. Por ejemplo, en 2011 estuvo sobre la mesa el soñado combate entre Érik Morales (boxeador de GDP en ese momento, antes en Top Rank) y Juan Manuel Márquez (con Top Rank, tras haber estado en GPD), pero las empresas se mostraron indispuestas y fueron incapaces de impulsar el combate.

De la Hoya tocó el cielo como promotor y peleador en mayo de 2007, cuando promovió su propio combate contra Floyd Mayweather. En ese momento, la reyerta fue la más lucrativa de la historia con un total de 120 millones de dólares. Sin embargo, en 2013 de la Hoya sufrió una recaída en sus adicciones y fue internado de nuevo (la primera vez, 2011). En ese momento, uno de sus principales socios, Richard Schaefer, le tendió una trampa: quería vender GBP y dejar a Óscar con las manos vacías. “La compra iba a ser por 100 millones. A mí me iban a quedar tres millones, entre comisiones, impuestos y repartición de ganancias”, contó de la Hoya para Un Round más. De la Hoya no aceptó y Schaefer dejó la promotora.

Ese golpe significó también el adiós de Mayweather de la empresa del californiano. Money tenía una buena relación con Schaefer y no se caía bien con de la Hoya. Fue el comienzo de una decadencia duradera. Al Haymon, que había fungido como asesor de Floyd, incursionó de lleno en el boxeo con su propia empresa Premier Boxing Champions, en una alianza inmejorable con la televisora Showtime. Peleadores como Errol Spence Jr., Shawn Porter, Keith Thurman, Gervonta Davis y Leo Santa Cruz fortalecieron a la compañía del enigmático Haymon, hoy promotor de primera línea que se disputa el reinado con Arum y el británico Eddie Hearn.

Durante varios años, de la Hoya tuvo un seguro de vida en Canelo Álvarez, una máquina de vender pagos por ver. Pero todo se terminó a finales de 2020, cuando el púgil tapatío separó su camino de Óscar y además calificó a su antiguo socio como traidor, pues en diversas ocasiones le sugirió que cambiara de entrenador. Sin esa mina de oro, de la Hoya reforzó su cautela.

De la Hoya enfrentando a Mayweather en 2007 por el título mundial de peso mediano junior. (GABRIEL BOUYS/AFP via Getty Images)
De la Hoya enfrentando a Mayweather en 2007 por el título mundial de peso mediano junior. (GABRIEL BOUYS/AFP via Getty Images)

Los peleadores han sido los principales afectados por las políticas conservadoras de Óscar. Quizá ningún ejemplo sea tan ilustrativo como el de Jaime Munguía. El peleador tijuanense fue campeón del mundo cuando tenía 21 años, en 2018, y desde entonces solo Liam Smith se cuenta como rival de peligro en su récord. El resto, pruebas muy sencillas que han servido para llevar su récord a un maquillado 40-0.

Lo mismo ha sucedido con Gilberto "Zurdo" Ramírez (44-0), que llegó a GBP el año pasado, pero hasta ahora no ha podido enfrentar a ninguno de los tres campeones de la división de los semicompletos: Dmitry Bivol, Artur Beterbiev y Joe Smith Jr. Aunque también es cierto la discreción en su personalidad también ha sido una limitante. Por ello, el caso de Munguía es aún más dramático que el de Ramírez, pues desde sus comienzos ha gozado de un amplio impulso mediático que le auguraba un futuro brillante a corto plazo.

De la Hoya junto a su antiguo socio Saúl Álvarez y su todavía representado Ryan García. (Tom Hogan/Golden Boy/Getty Images)
De la Hoya en 2019 junto a su antiguo socio Saúl Álvarez y su todavía representado Ryan García. (Tom Hogan/Golden Boy/Getty Images)

Ryan García es un caso especial. Entregado a las redes sociales, The King sigue sin enfrentar verdadera oposición. La posible pelea contra Gervonta Davis ha sido publicitada por él y por de la Hoya, pero incluso Ryan ha dicho que no le importaría que GBP no esté de acuerdo con la realización del combate. Dejaría la empresa con tal de hacerlo. Virgil Ortiz, invicto peleador mexicoamericano con 18 nocauts en 18 peleas, es el último as bajo la manga que le queda a Óscar y la llave para cumplir el anhelo que lo obsesiona: ser el hombre en entrar al Salón de la Fama como boxeador y también como promotor. A él sí le ha organizado peleas de cierta dificultad y, en honor a la verdad, Ortiz tiene madera de ídolo.

De la Hoya dijo a ESPN la semana pasada que está listo para vender su compañía, supuestamente valuada en un billón de dólares. Sus intenciones pasan por hacer unas cuantas peleas más de nivel estelar: Munguía vs. Jermall Charlo, y García vs. Davis. Por ahora eso parece lejano. Y si eso no pasa, de la Hoya podría tener dos caminos: irse del boxeo como un promotor melancólico que no pudo repetir los tiempos de bonanzas o revivir el espíritu valiente del Golden Boy boxeador que no le temía a nada.

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