Marco Antonio Barrera y el 'Terrible' Morales, la pelea más salvaje de la historia

Marco Antonio Barrera (izquierda), de Ciudad de México y Erik 'Terrible' Morales, de Tijuana. | Foto:  REUTERS/Steve Marcus
Marco Antonio Barrera (izquierda), de Ciudad de México y Erik 'Terrible' Morales, de Tijuana. | Foto: REUTERS/Steve Marcus

Marco Antonio Barrera y Érik 'Terrible' Morales no le tenían miedo a nadie. Eran boxeadores chapados al más puro estilo mexicano. No había método para contener la electricidad que brotaba de estos dos dentro del ring. Cada uno por sí solo es una leyenda del pugilismo azteca, pero la rivalidad que sostuvieron los convirtió en inmortales. Barrera y Morales, Morales y Barrera: dos ídolos de viejos tiempos.

Hoy sus combates son recordados con nostalgia y cuentan con el mejor método de propaganda inventado por el género humano: el relato de generación en generación. Los años pasan y el mito se hace más grande. El odio encarnizado traducido en una reyerta en plena conferencia de prensa, los salvajes intercambios verbales, la rabia contenida en cada mirada. Un guion tan perfectamente ensamblado que no hubiera podido escribir el dramaturgo más lúcido.

Si hoy en día abundan los intereses que privan a los fans de grandes peleas, en el pasado cercano todo era diferente. Nada estaba por encima del orgullo. El Asesino con cara de bebé y el Terrible le regalaron al boxeo mundial una rivalidad apasionante que jamás conoció los matices. Los dos pensaban que no había nadie mejor que ellos. Con esa premisa, eran capaces de desbaratar cualquier oposición.

Marco Antonio Barrera y Érik 'Terrible' Morales durante su tercera pelea en Las Vegas. (REUTERS/Ethan Miller  EM/SH)
Marco Antonio Barrera y Érik 'Terrible' Morales durante su tercera pelea en Las Vegas. (REUTERS/Ethan Miller EM/SH)

Claramente eran peleadores de élite, pero no existía el más mínimo vestigio de reconocimiento mutuo. Barrera era un don nadie para Morales (“¿Por qué tengo que hablar de pendejos?”) y viceversa (“Espero que HBO se dé cuenta de que su campeón no sirve”). La génesis del odio venía de antaño: entrenaron juntos en el gimnasio Pancho Rosales de la Ciudad de México. Crecieron a la par, codo a codo, con la etiqueta de candidatos al trono que Julio César Chávez había dejado vacante.

Su primera pelea, el 19 de febrero del 2000 en Las Vegas, fue una manifestación de la época. Ambos llegaron como campeones del mundo en peso supergallo. Morales por el CMB y Barrera por el OMB. El carácter rijoso de los dos era un factor medular: se sabía que no iban a guardar nada. Pero lo que mostraron superó cualquier expectativa. No había puñetazos en ese ring; eran auténticas ráfagas.

El Terrible Morales se llevó la primera pelea con una decisión dividida. The Ring nombró el combate como el mejor del año y, en particular, el round cinco recibió la condecoración de "Mejor round del año". El intercambio de combinaciones fue la constante durante toda la noche ante un público que contempló historia pura. Según contó Barrera recientemente en el podcast de Roberto Martínez, aquella noche se embolsó 125 mil dólares. Una cifra insólita para los parámetros de la actualidad. Hoy cualquier desconocido puede hacerse millonario en un santiamén.

Nadie quedó colmado con aquellos 12 rounds. Eran necesarios más. Todos los entendieron: Morales y Barrera, los promotores, la prensa y, desde luego, los aficionados que habían encontrado a los ídolos que tanto añoraban. Morales y Barrera se citaron el 22 de junio de 2002 en Las Vegas para la ansiada segunda parte de la saga.

El combate se pactó en peso pluma, una categoría más arriba que la primera pelea. A esas alturas, no existía respeto alguno. En plena conferencia de prensa Barrera soltó un gancho que Morales replicó de inmediato. Ninguno salía de la mente del otro. El odio recíproco no podía camuflarse con frases de cajón.

Marco Antonio llegó con los ánimos por las nubes tras haber derrotado a Naseem Hamed. Aquella rivalidad contra el británico fue sumamente tensa. Los peleadores mexicanos suelen hinchar el pecho de orgullo cuando se miden con extranjeros; sin embargo, cuando el destino coloca a dos aztecas en el mismo ring, no hay límite que valga: las ganas de vencer mutan en deseos de dominar y humillar.

Morales es atendido en su esquina durante la tercera pelea. Barrera se llevó el combate, y la saga, con una decisión mayoritaria. (REUTERS/Steve Marcus  SM/LA)
Morales es atendido en su esquina durante la tercera pelea. Barrera se llevó el combate, y la saga, con una decisión mayoritaria. (REUTERS/Steve Marcus SM/LA)

El sentido de pertenencia era una de las variantes más explosivas. Morales nació en Tijuana, Baja California, y Barrera en el Distrito Federal, concretamente en Iztacalco. No se trataba únicamente de una pelea entre mexicanos. Ellos lo sabían y pronto trasladaron su sentir a la afición: el pleito era entre tijuanenses y chilangos.

Barrera se llevó el segundo combate por decisión unánime. Todos sabían que el resultado era apenas un paso intermedio para el juicio final: una tercera parte que definiría quién de los dos era más grande. La historia tenía todavía páginas en blanco. Y ellos querían escribirlas con sangre. De nuevo con el MGM Grand de testigo, Marco Antonio Barrera y Érik Morales sellaron su pasaporte a la eternidad. Ningún choque fue en la misma división. La última pelea se acordó en peso superpluma.

Fueron otros 12 rounds de salvajismo y derroche atlético. Quizá ambos sabían que era la última vez que estarían en el mismo ring. No había mañana. La gloria absoluta o el desasosiego eterno. Por eso, cuando Barrera fue anunciado ganador le cantó la victoria en la cara a un Morales que desbordaba frustración.

Después de la euforia llegó la decadencia. Ambos se alejaron de sus mejores versiones y cedieron sus tronos a talentos nacientes. Ya nada volvió a ser como antes, pero aquellos combates quedaron grabados con tinta indeleble. Y seguirán pasando de generación en generación para que todos sepan por qué México adora el boxeo: gracias a tipos como Marco Antonio Barrera y Érik Morales.

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El problema no solo es que robe, sino que lo haga una y otra vez con total impunidad