Julio César Chávez, el ídolo que los mexicanos adoran por ser imperfecto

Julio César Chávez enfrentando a Kyung-Duk Ahn por los campeonatos CMB y FIB de peso superligero. (Getty Images)
Julio César Chávez enfrentando a Kyung-Duk Ahn por los campeonatos CMB y FIB de peso superligero. (Getty Images)

Julio César Chávez ha sido el boxeador mexicano más grande de todos los tiempos. Hay que dejarlo claro antes de entrar en cualquier debate. La adoración del público la ganó, fundamentalmente, arriba del ring. Después su biografía personal confeccionó al héroe trágico que los mexicanos nunca dejarán de idolatrar.

Las expresiones populares cuentan con el fantástico ingrediente de convertir en deidades a quienes estaban destinados a morir en el anonimato. El boxeo, el futbol, la música. Basta con hacer un poco de memoria: ¿Cuántas superestrellas provienen de los extractos sociales más relegados? Si el boxeo nunca se hubiera inventado, Julio César Chávez sería un ser humano común y corriente: un mexicano entre 126 millones más.

Si la lógica hubiera hecho su trabajo, todo sería más sencillo de comprender porque ninguna pieza estaría fuera de lugar: un tipo con diez hermanos, que nace y crece en la pobreza, que lleva todas las de perder en la vida, simplemente no puede acceder a ninguna de las variantes del éxito. Ni dinero ni fama ni reconocimiento.

Chávez nunca imaginó que se iba a convertir en un ídolo reverenciado hasta la médula; que iba a meter a 132 mil personas al Estadio Azteca. ¿Quién le iba a contar que forjaría un invicto de 89 peleas? Lo ha explicado Julio César en su propia voz cientos de veces: él sólo quería salir de la pobreza. El boxeo fue la llave que encontró y a la que se aferró con una vocación sagrada.

La afición lo asimiló como un ídolo con naturalidad inmediata. Dentro del ring, el mexicano de a pie tenía una certeza irremediable: Chávez era alguien parecido a él. No veían a un sonorense que bajando del ring tenía fiestas con narcotraficantes en las que inhalaba cocaína devotamente; se veían a ellos mismos tirando puñetazos. Unas habilidades prodigiosas le permitieron a Julio ser campeón del mundo en tres categorías y establecer un récord de locura: 31 peleas de título mundial ganadas.

No había una ecuación con mayor probabilidad de éxito si exaltar a las masas era la intención. Un boxeador que desborda carisma y gana todo cuanto se le antoja pese a los fantasmas que atormentan su vida cotidiana. Por ese motivo personajes como Hugo Sánchez son tan difíciles de admirar: porque son perfectibles, pero lo imperfecto siempre es más seductor que lo perfectible.

Julio César Chávez junto a Saúl Álvarez en la pelea de exhibición que tuvo contra 'Macho' Camacho Jr. (Manuel Velasquez/Getty Images)
Julio César Chávez junto a Saúl Álvarez en la pelea de exhibición que tuvo contra 'Macho' Camacho Jr. (Manuel Velasquez/Getty Images)

Desde esa perspectiva, qué fácil es caer en el señuelo: si Julio César Chávez, el Rey del Mundo, puede llevar una vida desmadrosa y tener éxito, yo también puedo. ¿Quién me puede decir que no? Error de concepción mayúsculo. Chávez no brilló gracias a las fatalidades de su vida: lo hizo a pesar de ellas.

Su invicto de 89-0 (inconcebible hoy en día) ya era una gesta sobrehumana. Habría que poner a trabajar un poquito la imaginación para suponer qué pudo haber logrado sin las escorias que invadieron su vida deportiva y personal. Como lo dijo Marco Antonio Barrera en días recientes: Chávez era un bendecido, un portento que con sus facultades superlativas ahuyentaba a todos los demonios.

Igual que sus contemporáneos más ilustres, Chávez también fue víctima de la teoría del limón: exprimir mientras tenga jugo y tirar a la basura cuando ya no sirva para nada. Los aduladores que lo llevaron a la estratósfera fueron los mismos que lo señalaron con el dedo cuando El César dejó de ser lo que ellos querían que fuera. Ya no era un ejemplo para los niños, pero pronto nos olvidamos de eso: su vida seguía siendo útil para los programas del corazón. Todo limón tiene gotas extra si pasa por el exprimidor.

La idolatría que la afición le profesa a Julio César Chávez sólo está al alcance de un puñado de elegidos. El Gran Campeón cimentó un legado que no conoce las fisuras: a pesar de todos los problemas que han incendiado sus días, el fanatismo se mantiene intacto. Si la historia fuera perfecta, hoy su nombre sería dolorosamente insignificante.

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