La Undécima: La luz al final del túnel

La Undécima: La luz al final del túnel

Cuando Cristiano Ronaldo marcó el quinto penalti de la tanda de desempate batiendo a Jan Oblak, más de treinta mil fieles seguidores del Real Madrid que llegarón hasta San Siro para alentar a su equipo tomaron una bocanada de aire y se deshicieron en un alarido mezcla de rabia y alegría. La final de la Champions League fue un calvario para los madridistas y no fue hasta el último segundo que los aficionados blancos pudieron dejar de sufrir y empezaron a disfrutar de una fiesta que duró toda la noche y parte del día siguiente.

Porque los merengues no sólo sufrieron las acometidas del Atlético de Madrid en una segunda parte que se puso cuesta arriba en el momento que Dani Carvajal se retiró del campo llorando a lágrima viva por una lesión que seguramente le aleje también de la que iba a ser su primera Euro con España, sino que llevan sufriendo buena parte de los últimos dos años.

El Real Madrid es un club de leyenda, de instinto, de garra y coraje sobre el campo, que lleva inscrito la palabra victoria en su ADN, pero que por mucho que nos hayan querido vender una imagen de modernización desde el verano del año 2000, en lo que ha planificación deportiva compete, anda completamente a la deriva.

Es justo eso lo que hace sufrir a su hinchada, una masa blanca que --por momentos-- enmudeció en Milán mientras sus vecinos rojiblancos, en el fondo sur de San Siro, reventaban sus pulmones con el 0-0, tras el 1-0 de Ramos, tras el falló del penalti de Griezmann y, mucho más, tras el golazo de Carrasco. Tras el extasis final, tres aficionados blancos que sufrieron los más de 120 minutos del encuentro en la tribuna este del estadio milanés comentaron: "A ver que hace ahora Florentino Pérez. Es el momento de arreglar esto, desde la victoria. No como hace dos años".

Tras aquella final en Lisboa --también agónica y también ante el Atlético de Madrid-- el Real Madrid dio una vuelta de tuerca más en su disparatado plan de comercialización, sacrificando a la vez su plan (si se le puede llamar así) deportivo. Carlo Ancelotti se encontró al llegar al club 10 meses antes con un Ángel Di María desmotivado, que había acabado el curso anterior siendo suplente de Jose María Callejón, y que tenía muchas ganas de firmar el contrato de su vida que le ponía en frente el Mónaco. El argentino no daba una a derechas en aquellos primeros meses de la 2013-14, pero la enfermedad de su hija le hizo recapacitar y suplicar al club que le diera otra oportunidad para quedarse en Madrid, donde la pequeña recibía su tratamiento. El argentino no despuntaba y cuando llegó el invierno, con su hija totalmente recuperada y con Ancelotti enfocado en hacer entenderse a la BBC en la delantera, Di María volvió a mirar hacia Mónaco como válvula de escape y una oportunidad de acabar jugando suficientes minutos para llegar al Mundial con Argentina.

Su mayor desplante ocurrió en la Copa del Rey, de la cual acabaría siendo gran protagonista con un gol en la final. En la primera ronda de la competición, ante el Xátiva de Segunda División B, su presencia fue poco más que olvidable, y al ser cambiado se llevó las manos a sus partes en señal de repudia a los pitos del público.

Ancelotti tuvo una charla seria con él y acabo por reconducir la situación. El argentino hizo seis meses brutales de competición, como se han visto pocos en el Real Madrid, y acabó ganando la Copa del Rey y la Champions League, convertido en el MVP de la final de Lisboa, en ídolo de la afición, y en uno de los valores al alza del club.

La primera idea de Florentino Pérez tras su partidazo en Lisboa fue venderle al mejor postor. El PSG puso 95 millones de euros sobre la mesa y el presidente blanco encontró en James Rodríguez (joven, guapo, jugador de calidad, y reclamo publicitario donde los haya) el hombre perfecto para hacer olvidar al héroe de la Undécima. Una semana después, nadie puso pegas a que Xabi Alonso se marchara al Bayern de Munich de Guardiola tras haber renovado su contrato sólo ocho meses antes. Nadie, salvo Carlo Ancelotti.

De un plumazo, Florentino Pérez se llevó por delante dos terceras partes de un mediocampo que --tras mil pruebas fallidas-- había conseguido agrupar Ancelotti de tal manera que las estrellas impuestas por el presidente en la delantera no se tuvieran que molestar mucho de defender. Así y todo, Ancelotti, hombre de club donde los haya, no levantó la voz y se puso manos a la obra.

Vuelta a empezar, desde cero. Un club que acababa de ganar la Champions League y que tres meses después tenía que volver a encontrar un patrón de juego. Pero Ancelotti consiguió conjuntar otra vez un equipo infalible, que llegó a ganar 22 partidos seguidos, conjugando a mediapuntas dispuestos a trabajar en la medular: Kroos, Modric, Isco y James. Todo funcionó hasta que Gareth Bale volvió de su lesión y Ancelotti le tuvo que hacer hueco en el equipo. Otras lesión múscular, en este caso de Modric, sería el glope de gracia definitvo. El Real Madrid superó al Atlético de Madrid en cuartos de la Champions League con Sergio Ramos como mediocentro defensivo y se plantó en semifinales de la misma manera. La Juventus de Turin se lo llevó por delante, y esa misma noche -- a pesar de que el equipo acabaría ganando 9 de sus últimos 10 partidos de Liga-- Ancelotti firmó su carta de despido.

Nueva vuelta de tuerca de Florentino Pérez, con la contratación de un Rafa Benítez que no encajó nunca en el club y con el cual los jugadores chocaron desde el primer día. Un hombre con la empatía de un caracol, que sin haber pisado un sólo campo de Primera División como jugador ni ser doctor en física, era capaz de corregir el posicionamiento de Ronaldo en las falta o interrumpir un rondo para recriminar su estilo a Luka Modric.

El barco a la deriva continuaba navegando por la Liga y la Champions League, donde sólo el profesionalismo de un grupo a remolque de los Ramos, Navas, Pepe, Marcelo, Kroos o Ronaldo hacía mantener una pizca de ilusión a los aficionados blancos.

Cuando ya se vio acorralado, Florentino Pérez --como Joan Laporta en el Barcelona en el verano de 2008-- acudió a su último recurso: Zinedine Zidane. Una gloria de la casa, uno de los mejores jugadores de la historia. Un hombre con carácter, sin experiencia, pero que serviría de paraguas perfecto si las cosas se torcían.

El francés no se amilanó y aceptó el reto. Al fin de cuentas, él tenía la coartada perfecta si la temporada acababa en fracaso y podría engrandecer su fama de leyenda si conseguía reconducir el rumbo. Y eso fue justo lo que hizo.

Se ganó a todos por su personalidad, por su humildad, por su justicia casi salomónica. No se tuvo que hacer fuerte apartando a alguién para demostrar su carácter --lease Mourinho con Pedro León, o Mata en el Chelsea--, no tuvo que ser agresivo ante una prensa que le recibió como agua de mayo por su coherencia, y sólo se enfocó en hacer cumplir su principal premisa a rajatabla: Juegan los que mejor están.

Les dio cariño a los rechazados de Benítez, Isco y James, y como no reaccionaron le brindó la oportunidad de nuevo a Casemiro, y este no le defraudó. Cuando llegaron los envites importantes, el brasileño se mantuvo en el once, no como con el técnico madrileño que tras dos meses espectaculares le sentó en el banquillo el día del Clásico en el Bernabéu. Lucas Vázquez se convirtió en el jugador número doce, a pesar de que otros --los propios Isco y James, o el croata Mateo Kovacic, que costó 35 millones el verano pasado-- tenían más papeletas entre las quinielas que hace la junta directiva basada en el que dirán antes que en la meritocracia. Se convenció rápidamente que Carvajal era el caballo ganador en el lateral derecho, a pesar de Danilo y sus 40 millones de traspaso, y seguramente mandaría un email de carácter urgente al presidente con un mensaje claro: Ahórrese 35 millones. Mi portero es Keylor Navas.

Pocos cambios, alguno dirá que casi de sentido común, pero acabarón dando la vuelta a una temporada que tenía color de hormiga y que ha concluido en celebración por todo lo alto del equipo con más Copas de Europa del continente.

Por eso el partido de Milán, con su gol en posible fuera de juego de Sergio Ramos, con su bajón en la segunda mitad, con sus lesiones --reinicidentes en momentos clave, por cierto-- de la BBC, con la suerte del penalti fallado por Griezmann... pero también con el pundonor demostrado en los últimos 15 minutos de partido, con el arrojo y entrega en la prórroga --con cuatro jugadores rotos físicamente el Real Madrid realizó cinco remates a gol por ninguno del Atlético de Madrid-- y, sobre todo, con los bémoles que demostraron los Lucas Vázquez (canterano que cumple su primer año en el equipo), Marcelo (desfondado tras un partido jugado a todo pulmón), Sergio Ramos (jugándose en un penalti poder acabar con su mágica historia de héroe del madridismo), Gareth Bale (no queriéndose borrar a pesar de estar totalmente cojo) y Cristiano Ronaldo (que había fallado sus dos únicos penaltis en tandas decisivas en la Champions League), debería servir como el punto de partida en el club para empezar a hacer las cosas bien. O al menos, de manera diferente. Debería ser la luz al final del túnel.

Tiene el Real Madrid entre manos a una plantilla con una media de edad muy joven, entre los 25 y 26 años, con jugadores con experiencia (campeones del Mundo, bicampeones de Europa), con super estrellas consagradas y con otras (Bale, James, Isco o incluso Benzema) con mucho por demostrar aun, con canteranos que ya van teniendo ascendente en la plantilla (los Carvajal, Casemiro, Jesé, Nacho o Lucas) y con una generación que viene detrás que es de las mejores de los últimos años (el Castilla está a un paso de subir a segunda división). Si las cosas se hacen bien este verano, si no se pierde la cabeza, si se mantiene el grupo, se hacen retoques que mejoren lo presente pero que no lo sobrecarguen y, sobre todo, que no desbaraten lo conseguido hasta ahora; el club tiene la oportunidad de crear un equipo que pueda mandar en Europa en el próximo lustro.

A trancas y barrancas, estos hombres han ganado dos Champions League ante un comando armado como es el ejercito del Cholo Simeone, y no ha bajado de las semifinales de dicho torneo en los últimos seis años, tras ocho de travesía por el desierto (la antigua maldición de octavos).

Si Florentino Pérez no entiende que el universo no suele conceder segundas oportunidades como esta, poco más se podrá hacer para que el Real Madrid se plantee un proyecto con futuro. Ojalá el presidente haya mirado a su alrededor en San Siro, a los aficionados blancos hasta allí desplazados, y entendido ese suspiro final antes del jolgorio de celebración tras el penalti definitivo de Ronaldo como lo que fue: un suspiro de alivio, un suspiro de ilusión, un suspiro que gritaba a los cuatro vientos: "Gracias. Ahora, hagamos las cosas bien, por favor".

Seguiremos informando.

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