El Celta, un crucifijo invertido en la catedral del fútbol
El entrenador del Mirandés dice que en el fútbol y en la vida lo normal es fracasar. Pienso en el realismo extremo de Carlos Terrazas, que mientras espeta declaraciones tan festivas se ha dedicado a meter al Mirandés en los cuartos de final de Copa y a pelear por el ascenso a Primera, y entiendo que el fútbol es un baile de sombras. Un callejón con niebla a las 8 de la mañana. Un lugar donde poco es concreto y nada eterno. En este escenario, la mejor manera de afrontar el juego es como si lo fueran a prohibir mañana y eso nos lleva al Celta de Eduardo Berizzo.
Aunque el Atlético de Madrid hubiera aplastado al Celta en la última eliminatoria de Copa, lo de Berizzo seguiría siendo la mejor noticia de la temporada. La diarrea es la enfermedad más contagiosa del fútbol. Dobles pivotes, interiores de brega, jugar con un único delantero como una concesión a la aventura, el equilibrio, el compromiso, el todos juntitos, la especulación... El Celta representa justo lo contrario al orden establecido. Es un crucifijo invertido en la catedral del fútbol.
Defienden porque no les queda más remedio y cuando lo hacen escogen medirse siempre cara cara. A la antigua usanza, a la usanza Bielsa. El Toto propone ataque sin concesiones, duelos individuales y derroche físico hasta la extenuación. Lo que se espera de un grande lo consiguen los gallegos con un presupuesto ridículo.
El Celta ha perdido tres finales de Copa. Como Terrazas, saben que lo normal en el fútbol es estrellarse, pero a Berizzo parece no importarle que el precipicio pueda estar a la vuelta de la esquina. De brillante celeste y con alegría, su equipo jugará tirando paredes hasta el borde del acantilado. Están en semifinales de Copa, van quintos en liga y son el equipo más divertido de Europa. Como para tener miedo al fracaso...
También te puede interesar:
Inglaterra quiere profesionalizar a los linieres para evitar escándalos arbitrales
El Real Madrid intentó fichar a Messi hasta en tres ocasiones
NAC Breda: cuando la jugada de pizarra acaba siendo un desastre