Algunos las mataban callando, Shaquille O'Neal lo hacía gritando

Shaquille O'Neal sostiene el trofeo al Jugador Más Valioso y la copa al campeón de la NBA tras coronarse los Lakers por segunda vez seguida tras derrotar a Filadelfia el 15 de junio del 2001. O'Neal fue elevado al Salón de la Fama del básquet estadounidense junto con Allen Iverson, Yao Ming, Tom Izzo, Sheryl Swoopes y Jerry Reinsdorf. (AP Photo/Mark J. Terrill, File)

Varias estructuras sufrieron el peso de su cuerpo medido en libras -los mates de Shaq hicieron añicos varios tableros- su dominio destruyó a rivales y un carácter altivo y nada acomplejado partió en dos las esperanzas de varias franquicias soñadoras. Sus maneras dentro y fuera de la cancha le catapultaron al universo infinito de la NBA, allí donde sólo los más extraordinarios son recordados. No hay más que ver cómo se le adora allá donde va, sin importar la ciudad o los colores de los aficionados. Su ahora pareja de baile en las retransmisiones de los partidos, Charles Barkley, suele mostrar una cara torcida cuando los fans le mandan a freír espárragos; O´Neal, en cambio, esboza sonrisas por doquier cada vez que se dirigen a él: todo son halagos.

La culpa de tanta aceptación no es de nadie más que suya. ¿Cuántos jugadores se han enfrentado cara a cara con Kobe Bryant sin despeinarse? ¿Quién se atrevió a ponerse por delante de pívots como Kareem Abdul-Jabbar? ¿Cuántos han logrado controlar su propio destino con solvencia? ¿Quién es capaz de decir y hacer lo que le dé la gana sin que le importe un bledo las consecuencias?

La máxima de Shaq era divertirse, algo que hizo en todas las esferas de su vida y todavía está recogiendo sus frutos. Cuatro anillos, tres MVP en las Finales, un MVP de temporada regular y 15 All Star entre otros logros han desembocado en un hueco –huecazo- más que merecido en el Salón de la Fama, donde será inducido este viernes.

 

Shaquille O'Neal, a 2016 class of inductee into the Basketball Hall of Fame, looks up at photographs on the ceiling of past inductees during a conference at the Naismith Memorial Basketball Hall of Fame, Thursday, Sept. 8, 2016, in Springfield, Mass. (AP Photo/Jessica Hill)
Shaquille O'Neal, a 2016 class of inductee into the Basketball Hall of Fame, looks up at photographs on the ceiling of past inductees during a conference at the Naismith Memorial Basketball Hall of Fame, Thursday, Sept. 8, 2016, in Springfield, Mass. (AP Photo/Jessica Hill)

Su paso por Los Ángeles Lakers dejó momentos inolvidables (y tres anillos). Aquél séptimo partido ante Portland Trail Blazers en las Finales de la Conferencia Oeste del 2000, donde de ir perdiendo por una diferencia de 15 puntos en el último periodo, acabó clavando un ‘alley oop’ con asistencia de Bryant. O el descosido irreparable que le hizo a Sacramento Kings en 2002, donde su soberbia fue ilimitada. Ya en Miami, Shaq se dedicó a lo mismo de siempre, esta vez escoltado por un Dwyane Wade joven y fornido, el complemento perfecto al pívot que por aquel entonces ya tenía 33 años de edad. En las Finales de 2006, la Ciudad Mágica vibró tras remontar un 0-2 en contra ante los Dallas Mavericks de Dirk Nowitzki. Sus 13.7 puntos (60.7 por ciento de efectividad) y 10.2 rebotes fueron una renta fundamental para que el Heat lograra el primer campeonato de su historia (cuarto de Shaq).

En 19 campañas en la NBA, O´Neal nos enseñó una manera agresiva de jugar al básquetbol, sacó petróleo del juego de contacto, fue uno de los mejores jugadores interiores de la historia y un genio en su acercamiento al baloncesto y en su actitud ante el juego y su día a día. Lleva el descaro por bandera, algo que sólo los mejores pueden extender. La mayoría las mataba callando, él lo hacía gritando.

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