Ucrania espera un mañana que no puede ver

En una foto sin fecha de United24, Andriy Shevchenko, estrella retirada del fútbol ucraniano, en el estadio de fútbol dañado en Irpin, Ucrania. (United24 vía The New York Times)
En una foto sin fecha de United24, Andriy Shevchenko, estrella retirada del fútbol ucraniano, en el estadio de fútbol dañado en Irpin, Ucrania. (United24 vía The New York Times)

Hay ciertas cosas de las que Andriy Shevchenko no puede hablar. El sentimiento que genera el sonido de una sirena antiaérea. El pavor que infunde saber cuántos misiles te han apuntado a ti, a tus seres queridos y a tu casa la noche anterior. La sensación de saber que otro enjambre de drones está en camino, la única esperanza de que cada uno de ellos pueda ser derribado.

Shevchenko no quiere repetir todo lo que ha escuchado de los soldados ucranianos apostados en el campo de batalla, esa grieta que recorre lugares que antes eran cercanos y familiares pero que ahora son ajenos, parte de un frente de batalla aterrador. Empieza y se detiene, traga saliva, incapaz de continuar. “No quiero hablar de lo que está pasando”, comentó.

Una de las historias que es incapaz de contar es la de Irpin, una ciudad situada en el extremo noroccidental de la capital ucraniana, Kiev, que fue el escenario de algunos de los combates más sangrientos en los primeros días de la guerra. Los ataques aéreos destruyeron sus calles. En la ciudad vecina de Bucha se encontró una fosa común.

Cuando las fuerzas ucranianas, después de un mes de contraofensiva, recuperaron el control de la ciudad, la encontraron tan deforme que fue imposible reconocerla. Según algunos estimados, el 70 por ciento de sus estructuras habían quedado destruidas o dañadas. Entre ellas estaba el estadio de fútbol de la ciudad.

Unos meses más tarde, Shevchenko fue de visita. Mientras paseaba por el cascarón quebrado que era el lugar —la cancha de césped artificial llena de cicatrices de guerra, las gradas destartaladas y carbonizadas—, vio a un grupo de niños que jugaban fútbol y hacían todo lo posible por montar un partido a pesar de la ruina que les rodeaba y al menos un poco ajenos al hecho de que Shevchenko, el mejor jugador que ha dado su país, los estaba observando.

Para Shevchenko, una de las fortalezas que en general han descubierto los ucranianos durante la guerra es la capacidad de “adaptarse a las circunstancias, reaccionar ante la situación tal y como está ahora”. Aquí estaba mientras se manifestaba frente a él.

Cuando les preguntó a los niños qué se sentía tener que jugar ahí, en un lugar donde antes había habido un estadio, respondieron con esa naturalidad directa de los preadolescentes: contestaron que tal vez no tenían un estadio, pero eso no significaba que no quisieran jugar fútbol.

Conforme los combates escalaban en Irpin, como mucha gente en Ucrania, Heorhiy Sudakov —un mediocampista joven y brillante del Shakhtar Donetsk— buscaba refugio donde pudiera encontrarlo. Le envió una foto a uno de sus antiguos entrenadores desde un búnker antiaéreo. En la imagen, su mujer embarazada, Lisa, apoyaba la cabeza en su hombro.

Poco más de un año después, Sudakov ha pasado dos semanas anunciándose como uno de los talentos más brillantes del fútbol europeo. Ayudó a conducir a la selección ucraniana hasta las semifinales del Europeo Sub-21 celebrado en Georgia, donde anotó tres goles en cinco partidos, dos de ellos en la victoria de cuartos de final contra Francia.

En circunstancias normales, la eliminación sin pena ni gloria de Ucrania en semifinales a manos de España habría sido una especie de conclusión anticlimática de su participación en el torneo. Sin embargo, las circunstancias de Ucrania son todo menos normales. En ese contexto, su actuación ha sido un triunfo rotundo e inspirador.

“Los sub-21 obtuvieron un logro increíble”, declaró Shevchenko en una entrevista esta semana. “Ucrania siempre ha aportado grandes talentos; quizá no todos los años, pero, cada tantos años, tenemos un jugador joven que puede subir a la selección mayor. Hay que construir esa plataforma. Al ver lo que hicieron en este torneo, nos da esperanzas a nosotros y a la próxima generación, para el futuro”.

Por supuesto que nadie en Ucrania sabe cómo es ese futuro. Desde que la liga de fútbol del país se reanudó el pasado agosto, los clubes ucranianos se han acostumbrado a jugar con el escalofriante telón de fondo de los estadios vacíos. Las mismas sirenas antiaéreas que le siguen dando escalofríos a Shevchenko han interrumpido los partidos. Decenas de jugadores extranjeros abandonaron el país después de que la FIFA los eximió de terminar sus contratos.

Varios equipos, entre ellos el Shakhtar, reubicaron de manera temporal sus sistemas de academias en el extranjero —sacando del país a jugadores y familiares sin que nadie se diera cuenta— para protegerlos de la invasión rusa. Algunos clubes, entre ellos el Shakhtar como el más prominente, todavía se encuentran exiliados de sus hogares; ahora sus territorios tradicionales están al otro lado del frente de batalla.

A la luz de todo lo que está sucediendo en Ucrania, el fútbol no es una prioridad ni debería serlo. En muchos sentidos, es difícil pensar que siquiera sea importante. Sin embargo, hablar con Shevchenko es acordarse del viejo aforismo de Jürgen Klopp: tal vez es lo más importante de lo menos importante.

Cuando Shevchenko y su sucesor como capitán de la selección nacional ucraniana, Oleksandr Zinchenko —ambos embajadores de United24, la plataforma oficial de recaudación de fondos del país— decidieron organizar un partido de exhibición para ayudar a reconstruir una escuela en el pueblo de Chernihiv, el apoyo fue inmediato y entusiasta. El Chelsea, uno de los antiguos clubes de Shevchenko, se ofreció como voluntario para que el Stamford Bridge fuera el escenario del partido, llamado Game4Ukraine, el 5 de agosto. DAZN y Sky aceptaron transmitirlo. Rápidamente, un desfile de estrellas aceptó jugar.

“Es una buena oportunidad para recordarle a la gente que la guerra continúa”, declaró Shevchenko. “Oleksandr y yo hemos hecho muchas entrevistas, para intentar que siga siendo noticia, para que el resto del mundo no lo olvide, para que la gente siga ayudando, porque necesitamos que sepa que no podemos hacer esto sin ella”.

No obstante, el fútbol importa por otra razón. Es revelador que el éxito de la selección sub-21 de Ucrania —así como el alentador comienzo como seleccionador nacional de Serhiy Rebrov, antiguo compañero de ataque de Shevchenko— no haya pasado desapercibido dentro de Ucrania, que se hayan celebrado los logros de Sudakov y sus compañeros, incluso mientras suenan las sirenas.

“Todavía hay lugar para la vida, todavía hay lugar para el deporte”, afirmó Shevchenko. “Por eso luchamos: por el derecho a tener una vida normal. Incluso durante la guerra, intentamos vivir lo mejor que podemos. Tiene que ser día a día”.

Shevchenko se sintió inspirado por la conversación que tuvo con los niños de Irpin. Cuando se marchó, se dispuso a recaudar el dinero necesario —unos 600.000 euros, o 650.000 dólares— para garantizar que pudieran jugar fútbol y tener un estadio. Organizó una gala en Milán, la ciudad que durante mucho tiempo fue su hogar. El club en el que se convirtió en una superestrella y posiblemente en el mejor delantero de su generación, el AC Milán, aportó 150.000 euros para el proyecto.

El plan es empezar las obras del estadio este verano. Por supuesto, es imposible planificar algo con una certeza absoluta. A lo largo de 18 meses de miedo, desafío y angustia, los ucranianos se han acostumbrado a la idea de que las cosas pueden cambiar de un momento a otro. No saben qué les deparará el mañana. Sin embargo, saben que habrá un mañana.

c.2023 The New York Times Company