Toluca, el equipo 'grande' beneficiado por la mediocre medida de quitar el descenso

Toluca empató ayer con León en el último partido del torneo. (Leopoldo Smith/Getty Images)
Toluca empató ayer con León en el último partido del torneo. (Leopoldo Smith/Getty Images)

Toluca ha dado un paso más hacia su consumación como equipo del montón. Ya no es que ofrezcan un pobre espectáculo o que queden eliminados en la Liguilla. Si el futbol fuera normal en México, los Diablos Rojos tendrían que estar descendidos. Pero el sistema, que tanto favorece la mediocridad, les permitirá quedarse en Primera División con la única condición de desembolsar 33 millones de pesos.

Este método de supervivencia avergonzaría a cualquier equipo que se digne de ser grande o histórico, como tanto han pregonado los mexiquenses. La única certeza que los puede acompañar a estas alturas es que seguirán en el máximo circuito. ¿Para qué? Para formar parte del selecto club de equipos que solamente sirven para rellenar el calendario.

El partido de ayer contra León terminó 4-4 y fue considerado por algunos como el mejor del torneo. Habría que pensar si eso habla bien del Toluca y del León o mal del torneo mexicano, una competencia donde la bipolaridad manda. ¿Cómo es posible que Chivas, hundido en tantas crisis, haya hecho los mismos puntos (26) que el mejor Puebla de la historia? ¿Debería darle vergüenza a Chivas o al Puebla?

Ese tipo de paradojas son las que definen a la Liga MX. El afán desmedido de copiar a los deportes estadounidenses trajo consigo la grandiosa idea de eliminar los descensos. Claro que la NFL, NBA y MLB se preocupan por brindar un espectáculo de altura, algo que el futbol mexicano no puede ni soñar, empecinado como está en premiar a quienes hacen menos y en castigar con mano suave a los que hacen méritos para jugar en la “liga de plata”.

Los equipos de la Liga MX pueden estar muy cómodos. La única herramienta que castigaba su desempeño desapareció hace dos años. Eso ha permitido algo tan insólito como ver a Mazatlán, un equipo que se salvó de última hora de “descender”, con la posibilidad de acceder a la Liguilla y, por si fuera poco, al título. Mientras tanto, los equipos de Expansión disputan un trofeo de plástico cada seis meses que no tiene ningún valor ni recompensa. La función del pretendido territorio de desarrollo es meramente decorativa.

La Liga de Expansión le vendió el dulce a cierto sector de la afición, al que resulta muy fácil convencer con tan solo un cambio de nombre y de logotipo. En los hechos reales, no hay ninguna diferencia entre la extinta Liga de Ascenso y el nuevo bodrio que inventaron para eliminar ascensos y descensos. En su eterna búsqueda de eufemismos, los directivos han pretendido que se vea a Expansión MX como un espacio ideal para nuevos talentos, como si no existieran ya los torneos sub-20 y sub-17.

Ignacio Ambriz no pudo revertir la tendencia  negativa de Toluca. (Hector Vivas/Getty Images)
Ignacio Ambriz no pudo revertir la tendencia negativa de Toluca. (Hector Vivas/Getty Images)

Finalmente, todo es un intento para no llamar a las cosas por su nombre. En todo el mundo, a la segunda categoría se le conoce, por redundante que suene, como segunda división. Nada más. Nada de adornos pretenciosos ni innovadores conceptos que solamente juegan con la inteligencia de los aficionados. No es que la Liga de Ascenso o Primera A, como le llamaron durante un tiempo, fueran un oasis de competitividad, pero al menos servían para cumplir con la lógica elemental que rige al futbol en todo el mundo. premiar a los que hacen méritos y castigar a los mediocres que poco y nada aportan.

Toluca, Juárez y Tijuana son los últimos beneficiarios de este método. No serán los últimos. Nadie alzará la voz porque, al parecer, el pastel es igual de suculento para todos. Un cúmulo de malos torneos no tiene consecuencias, más que dilapidar el prestigio algún día conseguido, en el caso de Toluca. Los otros descendidos ni siquiera pueden perder eso. A este paso, la Liga MX pronto será una competición repleta de equipos del montón. O ya lo es, pero nos gusta mantener la ilusión intacta.

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