La siguiente gran tendencia en el fútbol es comprar al por mayor

El miércoles por la noche, el club colombiano Atlético Huila decidió consentir a sus jugadores y a su cuerpo técnico con una velada que podría describirse mejor como una “salida de compañeros de oficina”. El Huila ha tenido una temporada difícil. Terminó en último lugar del Apertura, la primera vuelta de la liga colombiana. Tan solo ganó cinco de sus veinte partidos. La excursión fue más una salida reparadora que una recompensa.

También fue una buena noche. La plantilla del Huila ha pasado la última semana en Sangolquí, un suburbio de la capital de Ecuador, Quito, para terminar los preparativos de su segunda mitad de la temporada como invitados del Independiente del Valle. El club anfitrión invitó como corresponde al Huila a presenciar el partido de la Copa Libertadores que iba a disputar contra el Argentinos Juniors en su estadio compacto y moderno.

Primero que nada, los jugadores del Huila vieron un espectáculo emocionante. Gracias a un gol de último minuto de Kevin Rodríguez, el Independiente ganó 3-2 y así garantizó el primer puesto de su grupo en el proceso. Y, más importante aún, mientras posaban para una foto de grupo frente a las gradas vacías del Estadio Banco Guayaquil después del silbatazo final, los jugadores del Huila sabían que habían visto un destello de su futuro, o al menos del de su club.

En marzo, durante su plática en la cumbre Business of Football de Financial Times, Amanda Staveley, dueña minoritaria del Newcastle United, confirmó que el club inglés estaba explorando la idea de crear una red mundial de equipos.

Eso no fue una gran sorpresa. En los últimos años, el concepto de construir una cuadrilla de clubes se ha convertido en algo de rigor en el fútbol. Red Bull fue pionero del modelo en Salzburgo, Leipzig, Nueva York y São Paulo. El Manchester City, por medio de City Football Group, lo industrializó; en la actualidad, su cartera incluye a más de una decena de clubes desperdigados por lugares tan lejanos como Uruguay y la India.

En el papel, la lógica es la siguiente: poseer una red de equipos debería permitir que los dueños compartan con mayor facilidad las mejores prácticas y al mismo tiempo se reduce el riesgo y aumenta la eficacia en el mercado de transferencias. Si se construye de manera correcta, una red debería funcionar como una cantera de talentos bidireccional: los mejores jugadores ascienden a la cúspide de la pirámide y al mismo tiempo quienes se quedan a medio camino tienen lugares de aterrizaje más abajo, es decir que hay mucho menos desperdicio.

Esa es la teoría. La práctica es un poco distinta. Salvo por el Leipzig y el Salzburgo, no está claro que alguien haya logrado que funcione esta idea, al menos a escala. Los jugadores no pasan del Montevideo City Torque al Girona y de ahí al Manchester City. Por ahora, la estrategia de cartera sigue en versión beta en el fútbol.

Sin embargo, hay una razón por la que la gente sigue intentándolo. Para los clubes que forman las redes, en especial para los equipos que están fuera de los enclaves acaudalados de la Liga Premier inglesa y la élite europea, la seguridad colectiva ofrece cierto grado de estabilidad económica. En algún momento, incluso puede darles acceso a un jugador de mayor calibre que no podrían obtener de otra manera.

Y, a pesar de todo, visto desde otro ángulo, esta tendencia representa algo mucho más preocupante: no tanto la conclusión inevitable del coqueteo del deporte con las altas finanzas, sino algo mucho más cercano a una amenaza existencial.

A menudo, esto se interpreta como un asunto de integridad competitiva: por ejemplo, ¿qué ocurriría si dos equipos del mismo grupo se encuentran en una competencia europea? No obstante, tal vez sea más apremiante determinar si formar parte de un gran grupo cambia de manera fundamental el propósito de un club. ¿El significado de un equipo se altera cuando ya no es una entidad que intenta tener éxito con sus propios medios, sino más bien se convierte en un campo de pruebas para talento o en un estacionamiento para jugadores rechazados?

El mes pasado, Grupo Independiente, un consorcio de inversión dirigido por Michel Deller, un magnate inmobiliario ecuatoriano, adquirió al Atlético Huila. Sin embargo, su riqueza no fue lo más atractivo del grupo.

Más bien, fue el éxito que han tenido Deller y sus socios con el Independiente del Valle, el club que compraron hace 15 años y convirtieron, a una velocidad vertiginosa, en el que podría ser el equipo más avanzado de Latinoamérica.

Como lo dijo Juan Carlos Patarroyo, presidente saliente del Huila, el Independiente ahora se erige como el “gurú” del fútbol sudamericano, un “pionero en el entrenamiento, la creación, la producción y la comercialización de jugadores profesionales”.

La sofisticación de su sistema de cantera es la envidia del continente: las bases de entrenamiento regionales ubicadas a propósito en las zonas más fértiles del país, los torneos internos que atraen a visores de todo el mundo. El Independiente no solo ha producido a Moisés Caicedo, el actual niño de oro del fútbol ecuatoriano, sino también a Kendry Páez, su heredero. El futuro luce prometedor, si consideramos que Páez, a sus 16 años, es mayor que la versión actual del club.

Los resultados no han sido menos impresionantes. El Independiente no es solo una escuela de refinamiento. Gracias a una inversión considerable y a su buen ojo para los entrenadores, Deller ha convertido su proyecto en una auténtica fuerza continental. El Independiente fue finalista de la Libertadores en 2016 y ganó la Copa Sudamericana en 2019 y 2022.

No obstante, lo más significativo ha sido su impacto en el fútbol ecuatoriano. En la Copa del Mundo del año pasado, 10 de los 26 jugadores de la selección ecuatoriana llevaban el sello oficial del Independiente: habían pasado parte o toda su carrera en Sangolquí. Con Páez como líder, la selección ecuatoriana terminó subcampeona del Sudamericano sub-17 de este año, por delante de Argentina, y obtuvo un lugar para el Mundial sub-17.

Y ahora, por medio del Huila, Deller se ha puesto como meta hacer exactamente lo mismo en Colombia. Para él, las condiciones son similares: una abundancia de talento joven, gran parte del cual se pierde por descuido en la actualidad, que se debe aprovechar; un club más que dispuesto a adoptar sus métodos y aplicar sus conocimientos.

“Vamos a contribuir mucho con conocimiento y experiencia”, comentó Santiago Morales, gerente general del Independiente, después de concretarse la adquisición. “Aportaremos nuevas ideas e iniciativas, pero, sobre todo, tenemos un compromiso de formar jugadores. Pronto tendremos a Colombia jugando en torneos juveniles de Sudamérica y el mundo”.

En todo caso, ese es el plan. Si consideramos todo lo que ha logrado el Independiente, es fácil creer que podrá cumplir sus ambiciosas promesas. Al hacerlo, no solo encumbraría al Atlético Huila, sino también a Colombia en general. Y, más que eso, incluso podrían demostrar que hay forma de lograr que la última teoría del fútbol también funcione en la práctica.

La revolución del sentido común

Francesca Whitfield no es exactamente una persona conocida. Como directora de planificación de grupo del Manchester United, es probable que no espere serlo. Viene del sector corporativo; en un inicio, el United la contrató como analista financiera. Sin embargo, esta semana ha hecho dos cosas tan excepcionales e inesperadas que merecen ser aclamadas.

Es bastante impresionante que, durante su participación en la cumbre inaugural de fútbol femenil Women's Football Summit —la Asociación de Clubes Europeos no había pensado en organizar una antes de 2023, lo cual es bastante revelador, la verdad—, Whitfield haya sugerido que el fútbol femenil debería buscar “la adopción de una normativa financiera en el fútbol femenino mucho antes, en comparación con lo que se hizo en el fútbol varonil”.

Por supuesto que esto es tan sensato que casi roza en lo obvio, pero la idea de Whitfield —que el fútbol femenil no debe tratar de “emular o repetir” lo que se hace en la versión varonil— sigue siendo sorprendentemente revolucionaria. Es curioso que pocas personas en el fútbol femenil parezcan conscientes de que no se deben aferrar a una serie de convenciones erróneas diseñadas para una época pasada.

No obstante, el contexto de los comentarios de Whitfield fue todavía más impactante. Trabaja para uno de los principales depredadores alfa del deporte y, a pesar de todo, promueve públicamente controles financieros —un “sistema de anclaje” o “incluso algo parecido a un tope salarial estricto”— para que los clubes más pequeños puedan competir.

“La inflación salarial de la actualidad contribuye a la brecha entre los clubes más grandes y los más pequeños”, comentó y señaló que, aunque los equipos con respaldo de los principales clubes varoniles pueden salir adelante, a los que tienen presupuestos más apretados los están empujando a la irrelevancia. “Es imposible que sean competitivos como están las cosas”. Whitfield mencionó que le gustaría que no fueran las ligas quienes se encarguen del problema, sino que se abordara “a nivel europeo”.

Está abierta a debate la forma que debería tener ese control financiero: un tope salarial, un sistema de jugadores designados o incluso la introducción de una ronda selectiva para los jugadores sin contrato.

Sin embargo, vale la pena hacerle caso a esta opinión, no solo por el fútbol femenil, sino por el deporte en su conjunto. Todo el mundo debería pensar en cómo volver más competitivo el deporte: entre clubes, entre ligas, entre continentes. En otras palabras, todo el mundo debería pensar un poco más como Whitfield.

c.2023 The New York Times Company