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El superequipo que tal vez se esté subestimando

En el mejor de los casos, los motivos del complejo de inferioridad del VfL Wolfsburgo son escasos. Este club se coronó campeón de Alemania en cinco de las seis últimas temporadas y alcanzó al menos los cuartos de final de la Liga de Campeones Femenina en todos los años que ha existido la competencia. Llegó a cinco finales y ganó dos de ellas.

Su escuadra rebosa de experiencia y talento: Alexandra Popp, el talismán alemán, y sus compañeras internacionales Svenja Huth, Merle Frohms y Marina Hegering; Lena Oberdorf, tal vez la jugadora joven más emocionante de Europa; la veterana internacional neerlandesa Jill Roord, de regreso en Alemania tras un par de años de ausencia en Inglaterra.

Por donde se le mire, el Wolfsburgo es una auténtica superpotencia, una fuerza dominante a nivel nacional y un viejo contendiente a nivel internacional. Sin embargo, incluso sus jugadoras parecen haber interiorizado la idea de que no son las favoritas. Hace unas semanas, la propia Popp sugirió que el Bayern Múnich —el único rival serio del Wolfsburgo por el título alemán— había empezado la temporada como “gran favorito y así ha sido durante los dos últimos años”.

No está muy claro por qué alguien —y mucho menos Popp, quien está totalmente consciente de la calidad de las jugadoras que alinean a su lado en el campo de juego— podría creer que es así. La razón más obvia es que la reputación del Bayern, sobre todo en Alemania, es tal que ejerce una especie de gravedad reflexiva: tiene tanto peso que es capaz de torcer la luz y la lógica a su alrededor.

En cuanto el Bayern empezó a invertir fuerte en su equipo femenil, hace más o menos una década, la suposición natural fue que este ganaría. Después de todo, eso es lo que hace el Bayern: ganar. Es la tarjeta de presentación del club, una inevitabilidad enhebrada en su ADN. Y hasta cierto punto, es cierto. El Bayern ha ganado tres Bundesligas desde 2015. Ha sido fiel a su palabra. Ha ganado. Solo que no ha ganado tanto como el Wolfsburgo.

No obstante, de alguna manera, el ascenso del Bayern ha eclipsado el éxito de Popp y sus compañeras. A decir verdad, es difícil eliminar la sensación de que el lugar donde juega el Wolfsburgo —y la que podría describirse mejor como su naturaleza— no ha funcionado a favor del equipo.

Wolfsburgo es una ciudad fabril, cuya identidad está ligada a Volkswagen, el mayor empleador de la ciudad y su principal reivindicación de fama. Los equipos varonil y femenil del VfL Wolfsburgo se consideran, a cierto nivel subconsciente, equipos fabriles.

Cuando el equipo femenil levantó su último título de la Bundesliga, Ralf Brandstätter, director ejecutivo del fabricante de automóviles, describió a las jugadoras como “embajadoras agradables y exitosas del club, de Wolfsburgo y, por supuesto, de Volkswagen”. No hace falta decir que ser considerado embajador de Volkswagen no tiene nada especialmente glamuroso.

Y es innegable que —a estas alturas— el fútbol femenil europeo se siente atraído por el glamur (una acusación que también se le puede hacer al fútbol varonil). Desde hace algún tiempo, la Liga de Campeones es el feudo privado del Olympique de Lyon, cuya estrategia de reclutamiento durante mucho tiempo no ha sido más sofisticada que identificar a las mejores jugadoras del planeta y averiguar cuánto costaría convencerlas para que se trasladen a las orillas del Ródano.

En este contexto, un equipo como el Wolfsburgo —en su mayor parte alemán, desprovisto de estrellas genuinas (aparte de Popp y tal vez Oberdorf) y con sede no en una de las grandes metrópolis europeas, sino en una ciudad que a menudo se caricaturiza como poco más que una cadena de producción rodeada de casas— siempre tendrá que luchar para ser el centro de atención.

Sin embargo, cada vez es más difícil ignorar al Wolfsburgo. El equipo de Tommy Stroot va rumbo a conquistar un nuevo título de la Bundesliga. Después de su victoria 1-0 en el campo del PSG esta semana, el Wolfsburgo está a punto de alcanzar su segunda semifinal europea consecutiva.

En la escuadra de Stroot se está arraigando una discreta seguridad de que no tiene nada que temer, ni siquiera en la Liga de Campeones. “Lo único que puede impedir que el Wolfsburgo la gane somos nosotras mismas”, declaró Popp a FIFA.com a principios de este mes.

Su triunfo en París, ante un público ferviente y bullicioso, aplacó algunos de los fantasmas de la temporada pasada, cuando el equipo de Stroot se congeló frente a más de 91.000 aficionados en el Camp Nou, donde perdió contra el Barcelona 5-1 en la ida de su semifinal.

“Experimentamos el mismo ruido del público en Barcelona la temporada pasada”, comentó Dominique Janssen, la mediocampista neerlandesa. “Intentas llevarte esa experiencia contigo y sabes que se vuelve más fácil mientras más te pasa”.

Tal vez el club no ha levantado el trofeo de la Liga de Campeones desde 2014, pero ni el Lyon ni el Barcelona parecen tan imponentes esta vez como en temporadas pasadas. Al igual que el Bayern, el Chelsea y el Arsenal, el Wolfsburgo tiene la sensación de que el campo se está nivelando un poco. Tal vez no se considere un favorito, pero el superequipo que todo el mundo ha olvidado, en el lugar donde nadie se molesta en mirar, no tiene motivos para sentirse inferior.

Hacer negocios en público

Cuando se trata de posibles adquisiciones de grandes equipos de fútbol, la regla general es que hay una correlación inversa entre el calor y la luz. Mientras más público sea un pretendiente, menos probabilidades tiene de tener éxito. Entre los ejecutivos que suelen estar involucrados en estas transacciones, se dice que los postores serios también son los más discretos.

Por supuesto que el proceso en curso para encontrar un nuevo dueño del Manchester United ha cambiado todo esto por completo. Como era de esperarse, todas las partes interesadas tuvieron que firmar un acuerdo de confidencialidad “estricto” y “vinculante” antes de que les ofrecieran acceso a las cuentas financieras detalladas del club. (Es evidente que hay una tautología aquí: los acuerdos de confidencialidad rara vez se describen como “laxos” o “en realidad más como un lineamiento”).

No obstante, valdría la pena revisar la redacción. No es solo que se hayan hecho públicas las identidades de los dos principales contendientes que luchan por el club: Jim Ratcliffe, un multimillonario del sector petroquímico, y el jeque Jassim bin Hamad Al Thani, hijo de un ex primer ministro catarí y quien POR SUPUESTO NO TIENE vínculos con el Estado catarí. Sino que todo lo demás también lo ha sido.

De hecho, ha sido posible seguir esta transacción multimillonaria a un detalle sorprendentemente forense. Hubo declaraciones que acompañaron la presentación de sus ofertas, así como cifras aproximadas de sus valoraciones del club. Ha habido detalles sobre cuándo y dónde han mantenido más conversaciones con la jerarquía actual del United antes de una fecha límite muy pública —y completamente artificial— para las ofertas. Ratcliffe incluso fue fotografiado en Old Trafford junto a su equipo negociador.

Las organizaciones noticiosas no suelen oponerse a la transparencia. Mientras más gente quiera hablar, mejor, en particular cuando concierne a un club que despierta tanto interés como el United. Sin embargo, en este caso, valdría la pena hacer una pausa y preguntarse quién se beneficia, exactamente, de que salga a la luz un proceso que de otro modo tendría una pizca de clandestinidad.

Para los contendientes, representa una oportunidad de ganarse corazones y mentes y quizá eso no sea malo. Para la familia Glazer, los dueños actuales, es una manera de desvelar el mayor interés posible y eso es su prerrogativa por completo. Para Raine, el banco encargado de supervisar la operación, es una oportunidad de subir el precio y —qué coincidencia— su comisión.

En otras palabras, todos los involucrados están utilizando al United —un club que se considera, no por nada, la principal institución deportiva del mundo— para sus propios fines. El United se ha reducido a un mero activo, una baratija con la que se baratea y regatea, un participante pasivo en las guerras subsidiarias de los multimillonarios. Y, a la hora de la verdad, esa es la mejor definición del fútbol moderno que se puede encontrar.

c.2023 The New York Times Company