Shakira, Qatar 2022 y la hipocresía del futbol en su máxima expresión

Shakira durante una conferencia de prensa previa a la final del Mundial de Sudáfrica 2010. (ANTONIO SCORZA/AFP via Getty Images)
Shakira durante una conferencia de prensa previa a la final del Mundial de Sudáfrica 2010. (ANTONIO SCORZA/AFP via Getty Images)

Shakira ha decidido no estar en Qatar 2022. Es una ausencia importante por sí misma, pero lo es más todavía por el fondo. Hay que tener el valor para decirle que no a una Copa del Mundo. Ella se ha vuelto una insignia de este evento. El Mundial, en honor a la verdad, no será lo mismo: nos acostumbró a verla en los shows de apertura y clausura desde Alemania 2006.

¿Quién no se obsesionó con el Waka Waka? Pero las prioridades están muy claras para Shakira. No hay reflectores que valgan tanto como la dignidad. La colombiana ha dado un paso al costado. Según información de EFE, su negativa se sustenta en el rechazo a las violaciones a los derechos humanos en el país sede del mundial. Igual que lo han hecho Dua Lipa y Rob Stewart.

Y ardió Troya. La cantante recibió críticas por descontado: si no iba, porque no iba (y si hubiera aceptado, lo mismo, pues ya la estaban tundiendo por adelantado). Dicen los insurrectos de monitor que en esta época abundan los moralistas que tuvieron doce años para quejarse de la adjudicación del Mundial a un país como Qatar, como si no lleváramos año tras año leyendo y escuchando sobre las atrocidades que se cometen ahí, y más con el Mundial como telón. Si muchas personas salieran estos días a criticar (incluidos los fans del futbol), ¿qué tendría de malo? ¿No sirven para eso estos eventos? Porque un Mundial, antes que negocio (que lo es, por supuesto), es una radiografía social del mundo que habitamos.

Todos deberíamos entenderlo y aceptarlo. Pero no. Ya hay respuestas de cajón para justificar, por anticipado, a los jugadores. "Déjenlos en paz, ellos se dedican a jugar". Ese manto protector, que aparentemente sirve para quitarles presiones que no les corresponden, en realidad los infantiliza, los vuelve estúpidos, porque así se sentirán con el derecho a decir: "Yo sólo juego y nadie puede pedirme cuentas por esto, que además no es mi culpa". Pero, amigo, nadie dice que sea tu culpa: simplemente estás jugando encima de de los derechos violados de otros y uno agradecería que no fueras indiferente.

Cuando estalló el escándalo de corrupción en la FIFA (2015), el periodista Andrés Oppenheimer entrevistó a Cristiano Ronaldo. La charla habla por sí sola.

—El tema está en todo el mundo. ¿Cómo está afectando esto a los jugadores? ¿Es algo que les preocupa?—preguntó el periodista.

—¿Quieres que te sea sincero? A mí no me preocupa en nada. Yo hago mi trabajo, doy todo para mi club. Lo demás no me importa—respondió Ronaldo.

—¿No hablan de eso en los vestidores?

—Hablamos cero sobre eso.

—¿De qué hablan?

—Hablamos de otras cosas. De música, de mujeres, de moda, de zapatos, de maletas, de joyas, de peinados.

Qatar 2022, un Mundial manchado de sangre. (Getty)
Qatar 2022, un Mundial manchado de sangre. (Getty)

Justamente cuando Oppenheimer estaba a punto de meter el tema de Qatar 2022 en la conversación, el jugador se arrancó al audífono y cortó la entrevista molesto. ¡Cómo osaban preguntarle sobre el mayor escándalo en la historia de la FIFA al jugador estrella del Real Madrid! Que le pregunten mejor cuál es su pulsera favorita y cuántas veces se peina antes de un partido de Copa del Rey contra el Eibar. Eso sí está habilitado para responderlo.

Es momento de mirarse en el espejo y no desde un punto de vista autocompasivo. La Copa del Mundo sirvió como juguete a una dictadura en 1978, solo para aterrizar uno de los ejemplos más flagrantes. No conviene ignorarlo. El futbol es mucho más que futbol. ¿Quién dijo que disfrutar de un gol es incompatible con la crítica, con la toma de postura? No, amigo aficionado ni colega periodista, nadie está a salvo: todos somos hipócritas en alguna medida. ¿Qué hacemos?

Hace poco, Jorge Valdano hablaba del poder pedagógico que este deporte puede tener. Obviamente se puede aprender geografía, historia y (demos muchos pasos adelante) también se puede aprender sobre los países que violan derechos humanos. Y que eso sea un punto de partida para navegar en otros mares y aprender más, y entender más, y cuestionar más. El futbol no necesita menos crítica; necesita más. Ese es el antídoto para todos los males que rodean y que produce esta industria. Si en verdad tenemos cariño por este deporte, no le vamos a aplaudir sus bajezas.

Qatar 2022 será la fiesta en que los invitados beberán el sufrimiento de otros en sus copas. En el mismo lugar donde los héroes de nuestros días celebren gestas hercúleas habrán sido explotados, e incluso muerto, trabajadores, aunque las cifras oficiales digan que solo fueron tres. ¿Por qué nadie le ha preguntado a Lionel Messi qué opina de que no se respeten los derechos humanos en Qatar? ¿Tendrá algo que decir? No, queda mejor criticar a Shakira por la sola posibilidad de haber ido, y luego criticarla por no ir. Fijemos la mira en los que van.

Si ellos, los protagonistas de todo esto, no tienen responsabilidad de hablar, ¿quién puede hacerlo? Es incomprensible ese afán por ver a los jugadores como ignorantes y, peor todavía, que la mayoría de ellos se sienta cómodo con ese rol. Esa actitud paternalista que los eterniza como víctimas, incapaces de expresarse de otra forma que no tenga que ver con los pies, no sirve para nada. Es momento de pedirles algo más. Que deje de importar cómo se peinan y cuánto valen sus collares.

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