La selección española fue a la guerra y, ahora, tiene que ganar la paz

La selección española de la Copa Mundial Femenina ha decidido, a mitad de la competencia, reubicar su lugar de concentración.
La selección española de la Copa Mundial Femenina ha decidido, a mitad de la competencia, reubicar su lugar de concentración.

Un par de días antes de la primera prueba de fuego real de España en este Mundial —un choque contra Japón en Wellington, Nueva Zelanda—, los directivos del equipo se percataron de un problema. Resulta que las jugadoras estaban aburridas. Sus familiares y amigos, quienes habían recorrido medio mundo para ver sus partidos, estaban aburridos. A algunas de las seleccionadas las acompañaban niños pequeños. Ellos también estaban aburridos.

España había elegido la ciudad de Palmerston North como base para el torneo. Tenía mucho sentido. El equipo había garantizado jugar todos sus partidos hasta la semifinal en la Isla Norte de Nueva Zelanda. Palmerston, una ciudad universitaria a un par de horas al norte de Wellington y a un corto vuelo de Auckland era una elección perfecta.

Sin embargo, después de tres semanas de haber llegado —España arribó a Nueva Zelanda mucho antes de su primer partido, con la esperanza de recuperarse del desfase horario—, el lugar había empezado a cansarlas. La segunda ciudad no costera de Nueva Zelanda tenía muy poco de qué presumir, en particular por las noches. Las jugadoras y sus familias querían mudarse.

Incluso con el partido contra Japón a la vuelta de la esquina, la federación española accedió a la petición de las jugadoras. Los directivos iniciaron la laboriosa tarea de trasladar a todo un equipo deportivo de élite —23 jugadoras, 31 entrenadores y personal de apoyo, un montón de equipo y accesorios— al Hotel James Cook de Wellington a la mitad del torneo.

Y, por si fuera poco, la federación también hizo lo posible por ayudar con sus preparativos a las docenas de familiares que formaban la caravana itinerante de la selección. Desde el punto de vista logístico, fue un esfuerzo considerable. Del tipo que está lejos de ser ideal desde la perspectiva deportiva. No obstante, en el caso de España, valía la pena, tan solo para mantener la paz.

Pocos equipos llegaron a Australia y Nueva Zelanda con más pedigrí que España. Después de todo, el equipo de Jorge Vilda no solo puede presumir de contar con Alexia Putellas, la dos veces ganadora del Balón de Oro, sino también con Aitana Bonmati, la mediocampista considerada su heredera. Ellas son dos de las nueve seleccionadas provenientes del Barcelona, la potencia indiscutible del fútbol europeo de clubes.

Sin embargo, ningún equipo llegó en un estado tan frágil. En septiembre pasado, después de la eliminación de España de la Eurocopa más o menos un mes antes, 15 jugadoras le enviaron un correo electrónico modelo a la federación española en el que se retiraban de la convocatoria para la selección nacional.

Entre las firmantes no solo estaba Bonmati, sino también Patri Guijarro, Mariona Caldentey y Mapi León, figuras centrales del gran Barcelona, así como Ona Batlle, Laia Aleixandri y Leila Ouahabi, algunas de las exportaciones de más alto perfil del país. Tres jugadoras —Putellas, la delantera Jenni Hermoso e Irene Paredes, en aquel entonces la capitana de la selección— no enviaron el correo electrónico, pero se consideró que le dieron su apoyo tácito.

En un instante, España había perdido el núcleo de su generación dorada.

La naturaleza precisa de las quejas que habían orillado a las jugadoras a tomar esa decisión seguía siendo sesgada en público —el correo electrónico tan solo se refería a “los últimos acontecimientos acaecidos en la selección española y la situación generada”— pero, en privado, la lista de quejas era larga y, en el contexto del fútbol femenil, claramente conocida.

Las jugadoras, ahora arropadas por los entornos profesionales de sus clubes, sentían que el programa de la selección nacional era anticuado, que no estaba a la altura de lo que esperaban. Creían que las instalaciones que les proporcionaba la federación eran mediocres. Viajaban a algunos partidos en autobús, en vez de en avión, como lo hacían muchos de sus rivales o como ellas harían a nivel de clubes.

Se decía que Vilda, el entrenador, había fomentado un ambiente de trabajo opresivo, en el que su personal monitoreaba todos los movimientos de las jugadoras. Nadie lo confirmó nunca, pero se supuso de forma generalizada que su destitución sería necesaria si las jugadoras contemplaban regresar.

Jennifer Hermoso de España y Aoba Fujino de Japón  (Foto Jose Breton/Pics Action/Nurfotovia Getty Images)
Jennifer Hermoso de España y Aoba Fujino de Japón (Foto Jose Breton/Pics Action/Nurfotovia Getty Images)

No obstante, la federación decidió un enfoque menos conciliador. En palabras de Luis Rubiales, presidente de la federación, Vilda era “intocable”. Si el grupo de “15 más tres”, como se le llegó a considerar, no quería jugar para España, no pasaba nada: España iba a buscar gente que sí quisiera. Vilda convocó a una escuadra improvisada y de inmediato se embarcó en una racha de dieciséis partidos en los que su equipo empató una vez, perdió otra y ganó el resto. Entre los equipos a los que derrotó estaba el poderoso Estados Unidos, pero también Japón, Jamaica y Noruega.

Sin embargo, a medida que se acercaba el Mundial, la postura intransigente empezó a suavizarse. Hermoso y Paredes, quienes solo habían participado en la huelga de manera informal, otra vez fueron convocadas al equipo y les abrieron el camino a las demás. El sindicato español de jugadores se ofreció como voluntario para mediar en una reunión entre las huelguistas y Ana Álvarez, directora de fútbol femenil de la federación.

La federación se rehusó, pero hizo una sugerencia alternativa: Álvarez se reuniría con cada jugadora individualmente, para darles la oportunidad de presentar sus quejas. Durante mayo y junio, sostuvo más de una decena de reuniones con las jugadoras marginadas, a algunas las invitó a Madrid y para ver a otras viajó a Barcelona.

Según varias personas del mundo del fútbol con conocimiento directo de las conversaciones, quienes hablaron bajo la condición de permanecer en el anonimato para hablar de las pláticas privadas y personales, cada reunión duró dos o tres horas. Álvarez buscaba entender las raíces de su descontento, recabar retroalimentación, preguntarle a cada jugadora cómo le gustaría que cambiaran las cosas en el futuro. La mayoría de las reuniones fueron cordiales y constructivas.

No obstante, a final de cuentas, hubo una coda incómoda. Las jugadoras se habían retirado de las competencias internacionales por correo electrónico. Tenían que volver a estar disponibles de la misma manera. La federación no se iba a arriesgar a convocar a nadie que pudiera rechazar la rama de olivo.

Conscientes no solo de sus propias ambiciones profesionales, sino de varios acuerdos comerciales, la mayoría de las jugadoras accedió. Guijarro y León fueron de las pocas que se negaron. “Hay unas cosas que se tienen que cambiar y, si no se cambian, no se irá”, declaró León al diario español Mundo Deportivo a inicios de año. “Yo quiero estar ahí, pero hay unas cosas que son unos valores que yo tengo y unas creencias”. Guijarro, su compañera en el Barcelona, citó la “coherencia” como su explicación.

Sin embargo, cuando Vilda nombró su lista para el Mundial, tan solo incluyó a tres de las jugadoras que habían firmado el correo electrónico original: Bonmati, Batlle y Caldentey. Omitió a todas las demás. En cambio, el seleccionador había decidido darles prioridad a las jugadoras que habían ayudado a España a prepararse para el torneo.

Por lo tanto, la decisión de hacer caso a las peticiones de las jugadoras de trasladar su base a la mitad del torneo tal vez sea la ilustración más dramática de esa tregua, pero no es la única. España ahora presume de tener un cuerpo técnico mucho más amplio, que incluye por primera vez un nutriólogo y un podólogo en el grupo itinerante. También ha mejorado el nivel del alojamiento y el transporte.

A las jugadoras se les ha permitido pasar mucho tiempo con sus familiares y amigos. Incluso después de que el partido contra Japón terminó con una derrota desmoralizadora de 4-0, se les dio una mañana libre para ver a sus seres queridos. Según las integrantes del equipo, el ambiente es mucho más relajado y “flexible” que en torneos anteriores.

Entre las seleccionadas también ha habido un intento concertado por calmar cualquier tensión persistente. Han virado hacia lo tradicional: largas sesiones de dos juegos de cartas, Virus y Brandy, y un renovado interés por los castigos —cantar o bailar enfrente de sus compañeras— para las jugadoras que pierdan partidos en los entrenamientos.

“Las cosas no se olvidan”, comentó Paredes en una entrevista con El País. “Pero debemos hacerlas a un lado pues sabemos que tenemos un objetivo común y que queremos conseguirlo”.

El sentido del propósito es tal que Bonmati, una de las firmantes del correo electrónico original, incluso considera la derrota frente a Japón como un vínculo. “Esto nos va a unir más que nunca”, afirmó.

Por supuesto que falta ver si así se dan las cosas. Si España pierde contra Suiza el sábado en octavos de final, no es difícil imaginar que se rompa la tregua incómoda.

La preparación de España para este Mundial, un torneo que en verdad creía que podía ganar, ha sido tensa y, en ocasiones, tóxica. Ha tenido suficiente drama.

A partir de este momento, necesita que todo sea lo más aburrido posible.

c.2023 The New York Times Company

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