Seductora bajo sospecha

Al filo de los sesenta, de nuevo con ese gesto severo que una foto mágica no pudo borrarle del todo, la ingeniera María Julia Alsogaray está entrando con zozobra en su inminente futuro de ex funcionaria.

Lo que no pudieron conseguir en diez años miles de hectáreas de bosques quemados ni las turbias aguas del Riachuelo, lo consiguió en horas un funcionario precozmente enriquecido.

Las denuncias que cayeron sobre su colaborador Mario de Marco Naón la conmovieron como un golpe a la mandíbula, y hasta es posible que se haya visto reflejada en ellas.

El próximo miércoles 27, María Julia Alsogaray, paradigma del eterno funcionario menemista, deberá responderle a la Justicia por sospechas sobre su propio enriquecimiento.

Mujer criada en un mundo de hombres, con un padre dominante, dos hermanos varones, dos hijos y una separación a cuestas, la vida de la secretaria de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable parece un rompecabezas cuyas piezas no siempre encajan a la perfección.

Algunas de esas piezas son públicas y otras privadas. En unas aparece sensual y en otras histérica; en casi todas es frívola y calculadora, y en otras se revela eficiente.

La suma de todas la hace una mezcla rara de personaje de Gasalla con liberal menemista, seductora aborrecida, funcionaria indispensable y mujer bajo sospecha.

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Había una vez una mujer de rodete que en 1985 juró como diputada por un partido de derecha fundado por su padre. La mujer era ingeniera, había empezado a militar en 1973 y en 1977 había sido nombrada agregada comercial en la embajada argentina en el Uruguay.

La mujer de rodete se llamaba María Julia Alsogaray, pero le decían Julita, era una antiperonista furibunda y estaba casada con Francisco Erize, un empresario ecologista. Tenían dos hijos; uno llamado Francisco, como su padre, y el otro Alvaro, como su abuelo.

Años después, según la revista Noticias, la mujer de rodete diría: "Con Francisco tuve mi primera relación sexual porque lo admiro. La tuve dos años antes de casarme. Si lo hubiese conocido antes, la habría tenido antes, porque de nadie me había enamorado tanto como de él."

También contaría: "De mi marido estuve separada un tiempo, en la casa de mi suegra. El vivía en el piso de arriba y yo en el de abajo. Fue en el tiempo en que nació Francisquito. Fue la última vez que nos llevamos mal, porque él me dijo que no quería en casa una mujer que se quedara cuidando el bebé".

Julita aprendió la lección y, con el rodete a cuestas, se lanzó de lleno a la militancia en las filas de la Ucedé.

En los próximos años soplarían vientos de cambio. De Julita pasaría a ser María Julia, de militante se convertiría en funcionaria, de antiperonista en menemista, y la mujer de rodete acabaría transformándose en una efímera femme fatale .

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Si María Julia Alsogaray alguna vez tocó el cielo con las manos, eso pasó en un helado mediodía de julio, en 1990, en Las Leñas.

Para entonces, su idilio político con Carlos Menem ya había comenzado y la relación entre ambos sintetizaba la alianza entre liberales y menemistas que caracterizaba al flamante gobierno.

Primero con dudas, después convencida, la ingeniera Alsogaray había dejado de lado sus prejuicios antiperonistas y había asumido como interventora en Entel para dejar prolija la empresa antes de su privatización.

El 16 de julio de 1990 había llegado a Las Leñas para un weekend en la nieve, y en la montaña se había encontrado con dos amigas famosas: Graciela Borges y Susana Giménez. También estaba allí Osvaldo Dubini, un veterano fotógrafo de la revista Noticias, y sería él quien le cambiaría la vida.

Hoy, casi diez años después de aquel encuentro, Dubini recuerda: "Yo tenía que hacer unas fotos con María Julia para la revista. Cuando terminamos, me invitó al departamento que tenía en un apart y nos pusimos a charlar".

Tomaron café y conversaron un rato, hasta que el olfato de Dubini le hizo adivinar que la ingeniera estaba suelta y distendida. "Ahora podemos hacer otras fotos", le dijo él. Y ella contestó: "Pero si no traje ropa..."

Estaba vestida con una camisa y una pollera, y el fotógrafo la convenció de que se pusiera un tapado de piel y lo acompañara hasta un salón con buena luz y vista a la montaña.

El tapado era de Graciela Borges, y cuando María Julia se acomodó en un sillón para posar, Dubini se dio cuenta de que se le veían la pollera y la camisa, y trabajó con ella como si fuera una modelo. "Descubrí un poquito -le pidió-. Desabrochate más y abrí el tapado; quiero hacerte fotos como si fueras Susana o Graciela."

El resultado de la sesión fue un boom periodístico donde la hasta entonces recatada -y de rodete- ingeniera Alsogaray acabó posando como si debajo del tapado no llevara nada. Y de aquella imagen, por la magia de Osvaldo Dubini, surgió otra María Julia.

Pero, en verdad, ¿era otra?

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En julio de 1990, por la misma época en que María Julia Alsogaray había lucido piernas propias y pieles ajenas en Las Leñas, el diario francés Libération publicó una nota titulada " Los amores liberales de Carlos Menem ".

En relación con la actual secretaria de medio ambiente, la nota decía: "María Julia ha descubierto que ella podía y sabía seducir. Se le atribuye una serie de aventuras, particularmente con Enrique Nosiglia -ex ministro del Interior de Raúl Alfonsín-, Jesús Iglesias Rouco y Bernardo Neustadt -dos periodistas estrella- y ahora el presidente Carlos Menem".

Ella misma, y después otros que hablaron en su nombre, desmintieron no sólo esas relaciones, sino, además, las que a lo largo de casi diez años como funcionaria le atribuyeron con su joven asesor Hernán Gómez Bengoa, con los ex ministros José Luis Manzano y Roberto Dromi, y con Raúl Rabanaque Caballero, el ex secretario presidencial Miguel Angel Vico y el actual gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota.

De esa larga lista, la ingeniera eligió referirse sólo al Presidente: "Le admiro su lealtad, su coraje y su falta de amiguismo para gobernar. Creo que a él no le cuesta estar sin pareja estable. (...) Le tengo un enorme afecto. Lo quiero muchísimo, muchísimo".

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Para cuando salió la nota en Libération, María Julia Alsogaray estaba aún casada con Francisco Erize. Sobre la relación decía: "Con él tenemos un proyecto en común muy importante, que es desarrollar a nuestros hijos. Eso es lo que básicamente debe importar a una familia".

Deseos aparte, unas semanas después de esta frase, la pareja se separaba. Ella estaba en pleno trámite de adjudicar Entel a Telefónica de España y él era presidente de la Fundación Vida Silvestre.

Hoy, con su ex mujer en medio de la tormenta, Francisco Erize es parco al hablar de ella. Lo hace con la voz calma, midiendo cada palabra y tomándose tiempo para pensar.

"Soy el ex marido de María Julia desde 1991. Estamos separados. Nunca pedimos el divorcio vincular porque ninguno de los dos piensa en volver a casarse. No voy a hablar de los motivos de nuestra separación, ni voy a decir cómo era como esposa ni cómo es como madre."

Respecto de la situación actual de la ingeniera, de las sospechas que hay sobre ella, Francisco Erize es más parco todavía: "Sólo le puedo decir una cosa: María Julia es una persona con trayectoria política, que sabe qué puede manejar y cómo hacerlo".

No deja de ser una frase enigmática puesta en boca de quien, según el entorno íntimo de María Julia, es su principal enemigo.

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Si María Julia Alsogaray llegara a figurar alguna vez en el "Libro de los Récords", es posible que no sea por su eficacia para resolver problemas prácticos, sino por los enemigos que se supo conseguir.

En casi diez años de funcionaria cosechó una lista interminable y no discriminó si estaban dentro o fuera del Gobierno. Un dato clave: hasta ahora, los sobrevivió a todos.

Primero, en 1990, se enfrentó con los ministros José Luis Manzano y Eduardo Bauzá. Después, con el secretario de Seguridad Andrés Antonietti ("su gestión es caótica", dijo el brigadier) y con el entonces todopoderoso Domingo Cavallo.

Las últimas cuentas de su rosario, conseguidas la semana última, fueron el jefe de Gabinete, Jorge Rodríguez, y buena parte del bloque de diputados peronistas.

Hacia afuera del Gobierno, Alsogaray se peleó con dirigentes históricos de su propio partido, como Francisco Siracusano, Adelina de Viola y Alberto Albamonte; con los sindicatos metalúrgicos y telefónicos, al principio de las privatizaciones de Entel y Somisa, en las que se le reconoce eficiencia; con los guardaparques, durante los incendios forestales de 1996 y 1998; con el juez Roberto Marquevich, por la limpieza del río Reconquista, y con los fiscales federales Eamon Mullen y José Barbaccia, quienes sospechan que la funcionaria se enriqueció ilícitamente.

La de las sospechas, justamente, es la pieza que falta para armar este rompecabezas. Porque por alguna razón, y tras casi diez años en la función pública, la ingeniera María Julia Alsogaray no ha logrado inspirar confianza, sino todo lo contrario.

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Aunque ya ha salido airosa de una decena de querellas, la secretaria de medio ambiente actualmente tiene abiertas ocho causas judiciales por enriquecimiento ilícito, malversación de caudales, evasión tributaria e incumplimiento de los deberes de funcionario público, y dentro de tres semanas deberá comparecer ante el juez en lo penal económico Guillermo Tiscornia, quien la indagará por el presunto delito de evasión de impuestos.

De las restantes causas, en la que aparece más comprometida es en aquella en que el juez federal Juan José Galeano y los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia -los mismos que instruyen la causa por el atentado contra la AMIA- investigan si se enriqueció ilegalmente.

La sospecha es porque la funcionaria tiene bienes por más de dos millones de dólares, un patrimonio difícil de justificar con un sueldo de sólo tres mil pesos mensuales.

Según el expediente, esos bienes son: tres departamentos y un petit hotel en la Capital Federal, una bóveda en la Recoleta, una cochera, una camioneta Nissan Pathfinder, un Fiat Uno y dos Mercedes-Benz, inversiones en cinco sociedades anónimas, un departamento frente al Central Park, en Nueva York, y movimientos de cuentas bancarias en la Argentina y Uruguay.

Todo esto sin contar una lapicera francesa de 33 mil dólares que figura en su declaración jurada y que, en momentos en que la democrática birome cumple 50 años, a algunos les podría parecer un lujo exagerado.

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Si la ingeniera María Julia Alsogaray tuvo su propio cielo aquel invierno en Las Leñas, su infierno particular lo tuvo en la Patagonia.

Durante su gestión como secretaria de medio ambiente, en los veranos de 1995-96 y 1998-99 se quemaron casi 200 mil hectáreas de bosques, en la mayor catástrofe natural de que se tenga memoria.

En ambas ocasiones, la actitud de la funcionaria se pareció a querer apagar el fuego con nafta.

En enero de 1996, durante una reunión de gabinete, le dijo al Presidente que el incendio estaba controlado, y mientras los bosques ardían se fue a pasar un fin de semana en La Cumbre, a un chalet que había alquilado el jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado, Hugo Anzorreguy.

En febrero de 1999 superó su marca al decir: "Estamos en manos de Dios". Para ese momento ya había dos bomberos muertos, un helicóptero caído, cientos de vecinos evacuados y se habían quemado 140 mil hectáreas de lengas, pinos, cipreses y araucarias, a lo largo de una línea de 800 kilómetros.

Para la imagen de la funcionaria, que había resuelto con solvencia las privatizaciones que le habían encomendado, esos incendios cayeron peor que las inundaciones de 1998. Por esos días, mientras el Litoral quedaba bajo agua, ella asistía a una conferencia en Nueva York.

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"María Julia es una de esas personas no funcionales al menemismo, que sin embargo son sostenidas contra viento y marea."

La frase, deslizada por un veterano observador político, pone el dedo en la llaga y menciona sin nombrarlo al único protector de la funcionaria en el Gobierno: el presidente Carlos Menem, que el fin de semana pasado volvió a ratificarla en el cargo.

Dos días antes, la ingeniera había reiterado que no pensaba renunciar, pero sus dichos ya no sorprendieron a nadie.

Antes había asegurado que el Riachuelo estaría limpio en un millar de días (plazo vencido hace cuatro años), que los periodistas eran incendiarios y que ella no era "la Gestapo".

Una cosa es cierta: María Julia Alsogaray nunca pidió que le creyeran.

Por Jorge Camarasa De la Redacción de La Nación Con la colaboración de Marysol Antón