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Sebastián Córdova, el jugador "pecho frío" que calló bocas con Tigres en la Liga MX

Sebastián Córdova dio vida a Tigres empatando el partido final contra Chivas. (César Gómez/Jam Media/Getty Images)
Sebastián Córdova dio vida a Tigres empatando el partido final contra Chivas. (César Gómez/Jam Media/Getty Images)

Algo hay de cautivador en Sebastián Córdova. Su caminar lento, ni siquiera disimulado, que a muchos sirve para confirmar la conjetura — jugador pecho frío—, es atrapante. Esa displicencia ha sido el argumento de sus detractores. Dicen que no tiene sangre para jugar al futbol. Por eso no pudo en el América y se borró del panorama de la Selección Mexicana rumbo al Mundial. Le faltaba ese ardor para encenderse a sí mismo y llevar su juego al nivel que todos esperan de alguien así.

Cuando el partido contra Chivas, por la Final de la Liga MX, tenía a Tigres contra las cuerdas, Córdova apareció con lo que siempre se le ha pedido: futbol y personalidad. Su cabezazo representó el empate y, desde ese momento, podía leerse que el partido era de Tigres. El momento anímico le pertenecía a ellos. El cotejo llegó hasta los tiempos extra y ahí lo ganaron un cabezazo letal de Guido Pizarro. Nada habría sido posible sin Córdova.

Y no por el partido de ayer únicamente, en el que su estirpe explotó en cada pelota peleada, en cada toque con el balón que ponía a sudar al Akron. Toda la Liguilla de Córdova fue un recital, una clase maestra de cómo cargarse a un equipo al hombro. En el torneo regular, apenas jugó trece partidos (cinco como titular) y anotó un gol. Sus números, hasta ese punto, reflejaban ya no conformismo, sino directamente a un jugador que naufragó en una dimensión insalvable: no tenía remedio.

Pero llegó la Liguilla y Tigres validó su estatus de equipo experto. Están Nahuel, Pizarro, Carioca y Gignac todavía. La generación de oro que le ha dado grandeza a la Autónoma de Nuevo León. Las luces, sin embargo, estaban reservadas para un héroe inesperado. Fue así desde el inframundo del repechaje, cuando el canterano americanista le marcó al Puebla. Parecía nada, pero sin ese gol, que ahora da sentido a toda la odisea, el torneo habría sido un fracaso para Tigres, con todo y sus tres entrenadores —empezaron con Diego Cocca, llegó Marco Antonio Ruíz y finalizaron con Robert Dante Siboldi—.

Después vino el drama de Toluca. Otra vez Córdova como salvador. Anotó en la Ida, goleada de 4-1, pero el momento clave fue la vuelta. Los fantasmas fueron exorcizados con el gol que desempató el global contra los Diablos y dio el pase a Tigres a las Semifinales. Ahí Tigres vivió momentos de tensión ante el rival de la ciudad. Pero Córdova tenía otros dos goles bajo la manga. En la Ida y en la Vuelta. Pocas veces se vio una actuación individual tan determinante en una Liguilla del futbol mexicano. Adonde no llegó Gignac, llegó Córdova.

Se le ha reclamado que únicamente tiene como gran virtud la de ser un finalizador de jugadas. Y eso, aun si fuera cierto, bastaría para entender la brillante Liguilla que tuvo: su amenaza constante como cargador de área fue una pesadilla para todos los equipos. Y cuando tenía que jugar en los márgenes, se fajó como nade: peleó todos los balones, usó la inteligencia para dar los pases correctos, sin meterse en complicaciones y siempre al filo de la prudencia, tan técnico y efectivo como enérgico —aun así, es seguro que hoy el americanismo lo prefiere por encima de Álvaro Fidalgo—.

Le sacaron roja en los minutos finales del partido. Y es que Córdova nunca deja de ser él. Capaz de lo mejor y de lo incomprensible. Se ha dicho y se sabe: si jugara siempre como lo hizo en esta fase final, no estaría en México y no se hablaría de que juega bien cuando quiere. Cuando los años pasen, esa será la proclama porque, incluso cuando juega como sabe hacerlo, queda ese vacío: ¿y si llevara sus capacidades al limite?

Nadie sabe lo que pasará después de este campeonato. Podría venir lo mejor de él o podría desvanecerse otra vez, como pasó después de los Juegos Olímpicos. Es un jugador diseñado para apreciar, no para exigir. Cuando los años pasen, Sebastián Córdova se convertirá en un futbolista de culto. No será aclamado unánimemente y eso será lo mejor. No lo necesita. Juega para la gente que sabe de futbol. Y con eso basta.

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