Súper Muñeco y su sufrimiento para ser profesional

CIUDAD DE MÉXICO, febrero 9 (EL UNIVERSAL).- La batalla más grande enfrenta a dos gladiadores poniendo sus máscaras en juego, y en México un esteta hizo del triunfo en esos combates una adicción: Súper Muñeco, un luchador que sudó sangre para ser profesional, hasta convertirse en una leyenda de los cuadriláteros.

Nació con la lucha libre corriendo en sus venas. A los seis años ya entrenaba, viendo en su padre su principal motivación, después, a los 14 empezó a luchar, pero su progenitor hizo honor a su nombre (Sanguinario) parándolo en seco: "En la arena San Juan, me vieron luchar sus compañeros y cuando llegué a la casa ya me estaba esperando con el cinturón y me dio una tunda", solía recordar el Muñeco.

Pero sabía que su padre tenía razón, solo que la juventud y las ganas de ser luchador lo nublaron hasta que logró darle vida al popular personaje, que inspirado en Cepillín y otro luchador llamado el Vagabundo, dio sus primeros costalazos en 1983.

Los obstáculos surgieron por todos lados, usar una máscara de payaso ofendía a muchos, pero su arrojo le dio el valor para vencerlos: "Te voy a ver luchar y si no respondes, vas a ver cómo te va a ir al bajar", le dijo César Valentino alguna vez. La respuesta la dio el público, que emocionado le aventó dinero por su manera de luchar.

Valentino le pidió que lo buscara después, pero el chamaco no quería luchar en las arenas grandes, hasta que sorpresivamente apareció su nombre en una revista, donde anunciaban su debut en el Pavillón Azteca: "Me daba miedo y no estaba seguro de ir. Recuerdo que en la puerta del lugar, todavía me resistía a entrar", compartió en entrevista con EL UNIVERSAL hace unos años.

Además no contaba con licencia del Distrito Federal, y el comisionado en turno se negaba a dejarlo luchar, pero mucha gente iba a ver al nuevo esteta y tuvo que acceder, con la condición de que aprobara después el examen, la respuesta surgió otra vez del respetable: "Me volvieron a aventar dinero".

Ante la afición, el personaje había aprobado, pero a la hora de buscar su licencia, la rudeza lo azotó: "Hice cuatro veces el examen y lo pasé, pero no me dejaban luchar con esta máscara. Hasta que me rompieron la nariz me la dieron".

La fama se había apoderado de él, pero no se daba cuenta, era sólo su trabajo: "Cuando llegaba a las arenas y la gente se me dejaba venir me asustaba, no sabía lo que pasaba". Su vida había cambiado, la lucha libre se apoderó de ella y él aceptó entregarse por completo: "El hombre encarnó un sueño infantil y demostré que sí se puede hacer realidad".

Las máscaras fueron cayendo, muchas veces temió perder, pero los trofeos se fueron acumulando, desde la primera tapa del Intocable hasta la de Coco Verde, la leyenda fue creciendo hasta presumir más de un centenar de incógnitas ganadas.

El Súper hacía homenaje a su padre en estas batallas, se volvía un sanguinario: "Andas con el personaje en la mochila, sufres y gozas con él, cuando me pongo la máscara cambio, entra otro tipo dentro de mí y me transformo", relataba.

Entonces, admitía que se tendría que ir algún día y al preguntarle qué le diría a Súper Muñeco si lo tuviera enfrente, la persona detrás de la máscara se rompió y se humanizó: "Le diría gracias, y también a Dios por haberme permitido encarnar este personaje".