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Rumores de otro mundo

Todo inicia con las entrevistas. Mohamed Salah concedió la primera al periódico español AS en diciembre pasado. En ella habló sobre su carrera y sus ambiciones para la temporada. Se mostró reacio a responder cuando se le preguntó si terminaría su carrera en el Liverpool. Hizo un par de comentarios banales sobre el poderío crónico del Real Madrid y el Barcelona.

Algunos meses después, poco antes de que el Liverpool enfrentara al Real Madrid en la Liga de Campeones, hizo lo mismo con Marca. La entrevista parecía una calca: Salah habló sobre su carrera y sus ambiciones para la temporada. Se mostró reacio a responder cuando se le preguntó si terminaría su carrera en el Liverpool. Hizo un par de comentarios banales sobre el poderío crónico del Real Madrid (Marca no le preguntó sobre el Barcelona).

Es justo decir que las entrevistas no fueron importantes porque Salah no mencionó nada especialmente revelatorio, sorpresivo o explosivo. Su significado radica por completo en su existencia. El hecho de que Salah, no dado a invitar a periódicos a su casa, hubiera roto con la costumbre para recibir al par de aduladores del Real Madrid decía todo lo que necesitaba ser expresado.

Después de todo, aparecer en las páginas de AS y Marca es parte de un ritual bien establecido, el primer paso de una danza familiar. Es, o ha sido desde hace mucho, una oportunidad para que un jugador coquetee con alguno de los gigantes de España (por lo regular con el Real Madrid). Es una señal de que estarían interesados en caso de que les llegara una oferta por sus servicios. En general, también es una señal de que el Real Madrid, en particular, corresponde al afecto. Y es una advertencia discreta al club actual del jugador de que solo un nuevo contrato, una mejora salarial, podría prevenir lo inevitable.

Entonces, no es ninguna sorpresa que en los últimos meses haya habido rumores constantes de transferencia, aunque con pocas fuentes como respaldo, de que esta podría ser la última temporada de Salah en el Liverpool, de que alguno de los dos polos magnéticos de España podría estar en su hombro, en su oreja, intentando convencerlo de irse.

En la actualidad, el favorito es el Barcelona. No está del todo claro cómo ha ocurrido eso. En los medios informativos anglohablantes, se ha dado el crédito de la historia a El Nacional, un periódico catalán que opina que el Liverpool está a punto de vender no solo a Salah, sino al parecer también a su capitán, Jordan Henderson, y a su contratación récord, Virgil van Dijk.

No obstante, El Nacional no afirma ser la fuente original: atribuye el rumor a un sitio web llamado Fichajes. Por supuesto, eso es periodismo responsable (jóvenes, siempre citen a sus fuentes), pero no aclara nada porque la aseveración original de Fichajes fue que el Real Madrid quería contratar a Salah. Su primera mención del Barcelona fue tres semanas después de que El Nacional publicó la historia.

Nadie sabe con exactitud qué motivó el cambio. Se ha hecho un gran alboroto por una cita de hace algunos años de Xavi Hernández, el nuevo entrenador culé, en la que describe a Salah como un “gran jugador”. No se menciona que en la misma oración también se refirió a Sadio Mané y Roberto Firmino. Tampoco que difícilmente es una admisión impactante. Salah es un gran jugador. Eso es una verdad objetiva.

Por supuesto, lo que omite por completo esta especulación sin control es que el Barcelona no está ni siquiera cerca de tener el dinero necesario para contratar a Mohamed Salah. Recuerden que es un club que ha acumulado una deuda que ronda los 1000 millones de dólares. Opera bajo estrictos controles salariales instigados por La Liga. Tiene, según un cálculo generoso, solo unos 10 millones de dólares de presupuesto para mejorar su escuadra en enero.

Se proyecta que este sea otro año financiero más de pérdidas para el club. El acuerdo de reestructuración de deuda con Goldman Sachs establece que tiene que recortar sus costos operativos de manera drástica para 2025 o ceder a sus prestamistas el control de sus ingresos por derechos televisivos, los cuales son la principal fuente de financiamiento del club. “Una espada de Damocles”, como lo describió International Finance Review. El Barcelona también tiene que construir un nuevo estadio.

No tiene dinero para pagarle al Liverpool la cifra de nueve dígitos que pediría por Salah. Incluso si se tratara de una transferencia gratuita en dieciocho meses, tendría dificultades para cumplir con el salario de 400.000 dólares semanales que el jugador pediría. (No debería pensar en acuerdos como ese por futbolistas de cierta edad: después de todo, eso es lo que metió al Barcelona en este problema).

La situación financiera del Real Madrid es mejor (aunque también tiene una costosa remodelación de estadio que considerar, así como el fuerte impacto de la pandemia de coronavirus), pero es significativo que cuando intentó contratar a Kylian Mbappé el verano pasado, su club actual, el Paris Saint-Germain, creyó que solo era una pose: el equipo francés concluyó que el Real Madrid en verdad no podía costear el pagarle a algún club 200 millones de dólares por un solo jugador.

Hay una razón por la que el Real Madrid esperó hasta que expiró el contrato de David Alaba, el versátil y multifacético maestro austriaco, para traer a su plantilla al futbolista del Bayern Munich. Hay una razón por la que guarda la esperanza de que el contrato de Mbappé en París se agote. Hay una razón por la que está considerando a jugadores como Antonio Rüdiger, el defensa del Chelsea, y Paul Pogba, el mediocampista del Manchester United, para renovar su equipo.

El Real Madrid sabe que no posee el peso financiero para persuadir a equipos de la Liga Premier a vender esos jugadores si no quieren, ya que gracias a los ingresos por televisión del futbol inglés esos equipos casi nunca necesitan vender. También sabe que pagar una comisión por transferencia y los salarios estelares que los mejores jugadores exigen está más allá de sus posibilidades. Por consiguiente, tiene que recortar costos y apretarse el cinturón.

Este es un cambio evidente en el panorama futbolístico. Durante décadas, hemos asumido que el Real Madrid y el Barcelona representan la cúspide de la jerarquía del futbol: fueron sus alfas, sus destinos finales, sus megadepredadores. Eso ya no es cierto. Por el momento y en el futuro próximo, el Real Madrid y el Barcelona ya no están en el escalón más alto de la cadena alimentaria.

El que la tormentosa industria de los rumores del futbol no haya notado esto no importa mucho. Es, por su propia naturaleza, ligeramente fantasiosa. Eso es parte de la diversión. Si se comprueba que un susurro que rebota entre sitios web europeos hambrientos de clics está basado solo en humo y aire, entonces realmente no hace ningún daño*. Puede que haya una gran decepción al final (cuando esperas a Mohamed Salah y llega Luuk de Jong), pero, mientras tanto, los lectores disfrutan el ilusionarse. Los publicistas obtienen miradas. Los sitios web reciben pagos.

(*Excepto socavar aún más la confianza en el ecosistema de noticias en general y con ello permitir el ascenso del contenido deliberada y cínicamente poco confiable y de las noticias perniciosamente falsas).

No obstante, lo que es significativo es que los jugadores (o, más exactamente, los agentes) no parecen haber captado el cambio. La sacudida estructural del terreno futbolístico significa que, para un jugador como Salah, coquetear con Marca y AS ya no es una gran ventaja para negociar. El Real Madrid ya no es una amenaza inmediata para el Liverpool.

Ese es un cambio importante y no necesariamente positivo. Los jugadores en más o menos los seis equipos más grandes de la Liga Premier están bien atrapados. Los clubes no venderán entre ellos, por lo menos no con facilidad, como demostró el Tottenham al rechazar las insinuaciones del Manchester City para conseguir a Harry Kane el verano pasado. Probablemente, el único club que puede pagar el costo de liberarlos es el PSG.

El Liverpool, el Manchester City, el Chelsea y el Manchester United, en particular, ya no son los campos de pruebas del Real Madrid y el Barcelona. En esas entrevistas, Salah comentó en dos ocasiones que su futuro estaba en manos de su club. En ese momento, el comentario se tomó como un desafío al Liverpool: que le ofreciera un contrato que reflejara su verdadero valor o enfrentara las consecuencias.

No obstante, tal vez era solo un reconocimiento de la verdad. El Liverpool, como el resto de la élite de la Liga Premier, tiene el control de lo que ocurre con sus jugadores estelares, de cuánto dura el baile, de cuándo termina la canción.

Los números correctos

Casi al mismo tiempo que Inglaterra lograba su décimo gol de la tarde contra San Marino, Italia se estaba quedando sin ideas. Los italianos, los campeones europeos, tenían una tarea relativamente sencilla en su último partido clasificatorio, un viaje a Belfast para enfrentar al equipo de Irlanda del Norte, con nada en juego excepto el orgullo: Italia tenía que ganar para asegurar su lugar en Catar el próximo invierno y esperar que Suiza, su rival, no derrotara a Bulgaria al mismo tiempo.

No obstante, diez minutos antes de concluir el encuentro, la situación se volvía desesperada. El marcador aumentaba en Lucerna (2 a 0, 3 a 0, 4...), pero permanecía inmóvil en Windsor Park. Italia no podía atravesar la barrera de Irlanda del Norte. No podía dominar a Irlanda del Norte. Además, al final, de manera desesperada, intentó pasar por encima de ella con una serie de esperanzadores pero infructuosos pases largos al área de penalti. No funcionó. El silbatazo final sonó. Los hinchas rugieron.

Y así, a escasos seis meses de haber conquistado un continente, Italia tienen en el horizonte una peligrosa ronda eliminatoria simplemente para poder llegar a Catar. La idea trae consigo recuerdos tristes: después de todo, han pasado solo cuatro años desde que Italia perdió en la misma fase con Suecia (un rival potencial esta vez) y no asistió a Rusia 2018.

Vale la pena considerar esos dos resultados juntos. La demolición 10 a 0 de Inglaterra de la diminuta ciudad-Estado reencendió el debate anquilosado sobre si la UEFA necesita hacer una precalificación para eliminar a algunos de los equipos más débiles en su zona. El empate a cero de Italia convenció a Derek Rae, el respetado comentarista de ESPN, de sugerir que tal vez Europa merece más lugares en la Copa del Mundo.

Ninguna de esas ideas tiene tanta carga como podría parecer (advertencia: nadie será fulminado de inmediato). Solo dos confederaciones, Europa y Sudamérica, no filtran el conjunto de equipos antes de la etapa final de calificación. Se hace en África, Asia y América del Norte. No es algo anticompetitivo. No es el equivalente a una Superliga Europea. Solo es cambiar la estructura de cómo clasifican los equipos al Mundial.

De igual manera, el concepto de expandir la huella de Europa tiene mérito. La presencia en la ronda eliminatoria no solo de Italia, sino también de Portugal (los dos campeones europeos más recientes) indica de manera contundente la fortaleza de Europa.

Hay una buena probabilidad de que el 50 por ciento de los equipos sudamericanos lleguen a Catar, en comparación con el 25 por ciento de Europa y solo el 10 por ciento de África. Definitivamente, África está subrepresentada. Sin embargo, eso no significa que Europa esté sobrerrepresentada: según la (imperfecta) clasificación de la FIFA, 18 de los mejores 32 equipos del mundo están en Europa. Sin embargo, el continente tiene 13 lugares para la Copa del Mundo.

En el núcleo de ambos argumentos está lo que piensas que la Copa del Mundo debe hacer y ser. Si existe para reunir a los mejores equipos del mundo, entonces Europa debería tener más lugares y probablemente debería haber preclasificación. Si tiene otra misión, como ser un carnaval inclusivo o ayudar a países de todo el mundo a aspirar a algo, entonces no debería haber más lugares para Europa ni preclasificación.

Por supuesto, al menos uno de estos argumentos se ha vuelto irrelevante gracias a la FIFA: después de todo, esta será la última Copa del Mundo con 32 selecciones. A partir de 2026, calificarán 16 equipos europeos (y 9 de África), pero la calidad aspiracional de la competencia no habrá disminuido. Es fácil protestar contra la expansión de la Copa del Mundo. Sin embargo, para algunos, posee cierta lógica.

Ganando dinero con Maradona

La mayoría de los correos electrónicos especulativos que recibo estos días están relacionados con el naciente romance del futbol con el mundo de los tokens no fungibles (NFT, por su sigla en inglés). Después de todo, es una combinación natural: por un lado, un mundo nihilista y egocéntrico en el que el costo ha quedado completamente separado del valor inherente y, por el otro, las criptomonedas.

Es un tema que me hace sentir profundamente incómodo. El futbol apenas está comenzando a reconocer su relación malsana con las apuestas, y parece estar llenando ese vacío con los NFT (que, desde mi punto de vista, siguen en gran medida la misma dinámica). Creo que el deporte debería ser un poco más cuidadoso con dónde pone su dinero y, precisamente, con lo que sus socios hacen. Pero el deporte no opina lo mismo.

No obstante, el volumen de esos correos electrónicos de repente ha encontrado un rival que lo desafíe: correspondencia que me alerta sobre uno que otro proyecto acerca de Diego Maradona. Hay una serie de Amazon Prime sobre su vida, una que parece tomar prestada la estética dramática de las telenovelas y sacar sus escenas de futbol de la revista When Saturday Comes. Hay una reimpresión de la biografía escrita por Jimmy Burns. Hay un pódcast en Spotify sobre sus últimos días, conducido por el renombrado periodista de investigación Thierry Henry.

Claro que todo esto es inofensivo; mucho más inofensivo, potencialmente, que los NFT. Aun así, también aquí hay una ligera sensación de explotación, de que la historia de Maradona ha sido empaquetada como contenido, de que su legado ha sido usado como alimento para guiones, de que su mito ha sido segmentado en derechos y vendido. Ha pasado solo un año de su muerte. En cierta forma, se siente como demasiado pronto para empezar a grabar en piedra lo que debemos pensar de su vida.

© 2021 The New York Times Company