Romina Biagioli, en Tokio 2020: la triatleta que se fracturó una costilla, se levantó y llegó a los Juegos Olímpicos

Romina Biagioli se recuperó a tiempo de su lesión y quiere tener una actuación destacada en el triatlón de Tokio
Romina Biagioli se recuperó a tiempo de su lesión y quiere tener una actuación destacada en el triatlón de Tokio

Lisboa. La capital de Portugal, ubicada sobre las aguas del río Tajo, recibía una fecha de la Copa del Mundo de triatlón. En esa carrera se definían puntos importantes para la clasificación a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020. Puntos valiosos, vitales. En esa carrera había una argentina nacida en Córdoba: Romina Biagioli, de 32 años y a punto de sufrir un accidente...

Las triatletas se lanzan de cabeza para nadar los 1500 metros, la distancia olímpica. Romina acelera sus brazadas durante poco más de 20 minutos y sale bien posicionada del agua. En 54 segundos se saca el traje de neoprene, la gorra, las antiparras, se coloca el casco, las zapatillas y se sube de un salto a la bicicleta. Busca mantenerse en el pelotón y aprovechar la succión, que resulta muy importante, fundamental. Las cadenas se tensan y las rivales buscan abrir distancia. Rodando a 40 km/h, dos atletas delante de Romina chocan sus bicicletas y se desparraman por el asfalto. La cordobesa aprieta los frenos con todas sus fuerzas. No es suficiente: las pasa por arriba, sale despedida e impacta su pecho contra un guardarrail. “En el momento que sentí el golpe sabía que algo se había roto”, recuerda Romina. “Y me quedé quietita”.

Romina Biagioli y una vida dedicada al alto rendimiento; su clasificación a Tokio llegó con suspenso
Romina Biagioli y una vida dedicada al alto rendimiento; su clasificación a Tokio llegó con suspenso


Romina Biagioli y una vida dedicada al alto rendimiento; su clasificación a Tokio llegó con suspenso

Debido a la lesión le hicieron una placa de tórax y le dijeron que no tenía nada. “Pero no me podía mover del dolor”, reconoce Biagioli. Pidió una segunda placa y el diagnóstico cambió: una costilla quebrada y otra fisurada. La buena noticia era que se descartaba una lesión en un órgano blando. Con buen reposo, en unos meses estaría como nueva. Aunque también es cierto que en ese caso, miraría los Juegos Olímpicos por televisión. ¿Había otra opción? Los médicos le comunicaron que, si aguantaba el dolor, largaría la siguiente carrera, siete días después del choque.

“Largué en Arzachena (Italia) pensando en que no la iba a terminar”, reconoce Romina, “pero me sorprendió que logré aguantar el dolor”. Sucedió que de las tres últimas carreras para clasificarse, en una se fue en el choque, la otra en soportar el dolor de la quebradura y solo quedaba una competencia para obtener el pasaje a Tokio, ahora más incierto que nunca. Quebrada y todo cruzó el Atlántico, aterrizó en suelo mexicano y llegó a Huatulco en dos semanas. Se jugaba la última chance y no solo dependía de su resultado, también del de otras triatletas. “La forma de clasificación es muy compleja, hasta a nosotros nos cuesta entenderlo”, admite Biagioli, pero lo importante es que se dio todo a su favor y ella solo tuvo que llegar entre las 20 mejores del mundo con un par de costillas rotas. De esa manera, los Juegos se volvieron realidad.

“En su momento me sentí súper feliz de la clasificación”, sonríe a medias Romina, “pero la verdad que también estuve preocupada en cómo prepararme para los Juegos de la mejor manera mientras se soldaba la costilla”. Alguien que sabe muchísimo acerca de llegar a Juegos Olímpicos es su hermana, Cecilia. Lo aprendió con su propio sudor y Tokio significarán sus quintos Juegos, esta vez en aguas abiertas.

“Cuando supe del accidente pensé que no iba a poder seguir adelante”, reconoce Cecilia, “pero al escucharla hablar sentí que había una posibilidad”. Cuatro años mayor, Cecilia se fue enterando por las redes: “Nos dijo que no iba a correr la segunda carrera, pero verla que largó y pudo competir significó algo esperanzador”. La nadadora, que estuvo en Sidney 2000 (con 15 años), en Atenas 2004, Beijing 2008 y Londres 2012, confiesa: “Tengo admiración por lo que hizo Romi quebrada. Creo que a veces los mayores obstáculos son los que sacan lo mejor de nosotros”.

No solo Romina y Cecilia llegaron a Tokio. Claudio el hermano mayor y entrenador de la segunda, también se aseguró un lugar en la capital nipona. ¿Qué hay en la casa de la familia Biagioli, que coleccionas anillos olímpicos como estampitas? “Ni papá ni mamá hicieron mucho deporte, de hecho mamá no sabe nadar”, reconoce Romina, “pero creo que nos apoyaron tanto, porque mi viejo quedó muy agradecido cuando mi hermano -al empezar natación- se curó de un asma muy grave que sufría”. Fue entonces que su padre, Enrique, decretó natación para todos y tiró a las hermanas a la pileta.

“Mi casa era un centro de alto rendimiento. Nos íbamos a la cama a las 9 de la noche, mi hermana se levantaba a las 4 para ir a nadar”, recuerda Romina, que un día, cuando tenía 17 años y ya llevaba unos seis transcurridos gran parte en el agua, se encontró con que la pileta cerrada. Así que su entrenador las mandó a correr. Le vieron condiciones y la invitaron a un deporte nuevo que estaba creciendo: el triatlón. “La verdad no me llamaba mucho la atención, casi que no quería”, admite Romina, pero de a poco fue probando en algunas carreras. Hasta que el flechazo definitivo llegó en 2007, en la ciudad de La Paz, Entre Ríos, donde el triatlón se vive como el fútbol en el resto de la Argentina. “Ahí me enamoré para siempre, por el nivel competitivo que vi. Largué con la elite, la sufrí mucho y quedé última, no llegó nadie atrás de mí”, se ríe Romina. Hacía falta que le ganaran todas para desear entrenarse como una campeona.

“Cuando me metí en el “tria”, papá me empujó muchísimo”, recuerda la hija menor. “Me llevaba a todos lados- Una vez volviendo de otra carrera en la Paz se nos quedó la camioneta. Bueno, muchas veces se quedaba. Esta vez estábamos entrenándonos en Córdoba, era muy tarde y tuvimos que hacer noche en un pueblito”. Esa ciudad entrerriana, donde el triatlón es pasión, es la locación de muchas historias para los Biagioli. Cecilia recuerda una de ellas: “Papá fue nuestro gran pilar, siempre nos acompañaba. Falleció a finales de 2012 y Romina corrió en La Paz en enero del 2013 [a seis años de haber salido última]. Esta vez fue sin él y verla ganar la carrera nos emocionó a todos”.

El triatlón le dio a Romina no solo muchas carreras ganadas y un pasaje a Tokio, también le mostró el amor. Hace ya una década que está en pareja con Luciano Taccone, medallista en los Juegos Panamericanos de Lima, en el mismo deporte de las tres disciplinas. “Cuando lo conocí me parecía medio porteño, medio agrandado”, reconoce Romina, “pero luego me di cuenta que estaba errada. Aprendí mucho del deporte con él”.

“Romi es una chica muy divertida, humilde y de gran corazón”, detalla Luciano, que amplía: “Es muy apegada a su familia, le encanta la música y ama a los animales. ¡Admiro la tolerancia al sufrimiento que tiene! Siempre le aconsejo que confíe en ella. Creo que todavía no es del todo consciente de su potencial y, con un poco más de confianza, puede pegar otro salto de calidad”. Quizás sea una lista de virtudes influenciada por el amor, pero también es cierto que pocos la conocen tanto como Luciano, con quien comparte la vida de triatleta, que incluye entre 18 y 20 sesiones de entrenamiento semanales - varias por día- y solo algunos días donde no se entrena durante 24 horas. “El año pasado fueron tres creo, ¿no Lucho? Ahí me dice que quizás cuatro días. Pero para mí fueron tres, incluido año nuevo”.

En busca de una descripción menos “romántica”, aparece Cecilia: “Nos dicen que somos parecidas físicamente. Pero sí somos distintas en cómo encaramos la vida deportiva, incluso personal. Ella es más audaz, yo pienso más todo antes de actuar, para bien y para mal. Ella puede dejar todo desordenado, yo nunca. Así me pierde cosas que le presto para los viajes, y obvio, terminamos discutiendo”. Pero en el tono deja claro que la sangre nunca llega al río.

Y hablando de familia, Romina recuerda a Alfredo: “Con mi viejo hablamos muchas veces de los Juegos, pero él no llegó a verme convertida 100% en profesional. Nunca nos metió mucha presión con eso, pero siempre me alentó a entrenarme y que los resultados vendrían solos. Era una frase muy de él: que los resultados venían solos, no había que quejarse, y entrenarse”.

Con la cantidad de días libres que le brinda el triatlón, seguro los aprovecha al máximo. “Soy lo más aburrida del mundo”, se ríe Romina, “mi hobby es tirarme a dormir la siesta. Disfruto de cosas muy simples como salir a merendar, cuando alguna tarde se entrena menos”. Ahora sí puede que tenga una nueva ocupación para alguna tarde libre. Como es casi una tradición, principalmente en los que acuden a su primera cita olímpica: ¿Vas a tatuarte los anillos?

-Sí, seguro. Y ya sé dónde: en las costillas.