Ricardo Osorio, el defensa elogiado por Guardiola y estigmatizado por un error

Ricardo Osorio durante el Mundial de Alemania 2006. (REUTERS/Ivan Alvarado)
Ricardo Osorio durante el Mundial de Alemania 2006. (REUTERS/Ivan Alvarado)

La vida de Ricardo Osorio quedó marcada para siempre el 27 de junio en Johannesburgo, Sudáfrica. El destino cruzó, como cuatro años antes, a México con Argentina. Todo marchaba más o menos en orden. Nada para nadie. 0-0. Un partido de riñones, que debía sufrirse paso a paso. Pero Osorio, ese marcador elegante y avispado, le obsequió el balón a Gonzalo Higuaín. Argentina se encaminó hacia un partido cómodo. Ganó 3-1 y eliminó a México por segundo mundial consecutivo. Así tenía que ser. Sin el error de Osorio, el desenlace había sido idéntico.

Pero el "oso2 fungió como sal en la herida. La jugada fue insólita por donde se le mire: Osorio recibió un pase de rutina, quiso tocar de apoyo y el pecado no tuvo retorno: le dio el balón a Higuaín, que con una frialdad absoluta se quitó de encima a Óscar Pérez para abrir el marcador. Desde ese momento, la carrera de Ricardo Osorio se resumiría a ese instante. Ni el pasado ni el futuro importaban: Ricardo Osorio siempre sería el jugador que falló contra Argentina.

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En el cesto quedaron todos los episodios reseñables de su carrera: el estrellato en Cruz Azul, la Bundesliga ganada en Alemania, el Mundial de 2006 y su graduación como defensa de clase mundial. Eso fue Ricardo Osorio en sus mejores días. Así lo definió Pep Guardiola en una columna publicada en El País:

"Osorio no sólo puede jugar en España. Puede jugar en el Madrid y en el Barça. En un grande porque en todo el Mundial ha jugado de grande. Con talento para defender (no es exclusividad de los atacantes ) y talento para atacar. El mano a mano con Tévez al final del partido, llevando al argentino a la izquierda sabiendo que siempre busca ir a su derecha, es talento defensivo. Salir jugando como lo hizo él es talento ofensivo. Y para jugar en un grande, en España, se necesitan las dos cosas. Con una sola, a veces, no alcanza".

Osorio se quedó en Alemania después del Mundial de 2006: el Stuttgart lo compró. En su primer año, fue campeón de liga —hoy el dominio del Bayern Múnich es arrollador y en ese certamen quedaron en tercer lugar—. Nadie cuestionaba su legitimidad como defensa de categoría: lo mismo podía jugar en el costado derecho que en la central. A pesar de que no era una torre (medía 1.72), su calidad le permitía anticiparse a los delanteros y ganarles por inteligencia, en vez de físico. Los pronósticos de Guardiola no se cumplieron, pues Osorio no llegó al Madrid ni el Barcelona. De hecho, perdió peso en su última etapa en el Stuttgart, pero seguía siendo un defensa de respeto en el Tri.

Osorio marcando a Cuauhtémoc Blanco. (ALFREDO ESTRELLA/AFP via Getty Images)
Osorio marcando a Cuauhtémoc Blanco. (ALFREDO ESTRELLA/AFP via Getty Images)

Eso acabó en aquella noche amarga en el Soccer City. Continuó en la selección por un año más, pero ya nada fue igual. Ganó una liga con Monterrey y otro puñado de títulos menores. Sin embargo, la referencia, cada vez que se hablaba de él, era idéntica. Aquí no hubo ningún guion de Hollywood. Osorio pasó a la hoguera y jamás se le presentó una oportunidad para lavar el fallo. En 2005 el oaxaqueño había errado un penal clave ante Argentina en las semifinales de la Copa Confederaciones. Dolió, pero se entiende que errar un penal entre en el margen de lo posible. Por eso encontró clemencia.

Lo del 27 de junio de 2010 fue otra cosa: un boleto directo al infierno histórico del tricolor. Y no fue justo. Jamás. Osorio es más que ese trastabillo. Un relámpago de infortunio de dos segundos no puede apagar una carrera que destelló con luz natural: Ricardo venía desde abajo, nadie le allanó el camino, y así labró una carrera casi ejemplar para los parámetros del futbol mexicano.

Sería mejor recordarlo como lo definió Guardiola. Pero eso no pasará: en el futbol el pecado siempre borra las virtudes. Es un mandamiento de la tétrica biblia futbolística. Osorio continúa pagando la penitencia allá donde va: no es el lúcido defensor que causó admiración. Es, en cambio, el asistidor de Higuaín. Injusticias fúricas donde las haya.

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