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La épica de Rafael Nadal deja otra vez en ridículo al resto de la ATP

Spain's Rafael Nadal (R) embraces Canada's Denis Shapovalov after their men's singles quarter-final match on day nine of the Australian Open tennis tournament in Melbourne on January 25, 2022. - -- IMAGE RESTRICTED TO EDITORIAL USE - STRICTLY NO COMMERCIAL USE -- (Photo by Aaron FRANCIS / AFP) / -- IMAGE RESTRICTED TO EDITORIAL USE - STRICTLY NO COMMERCIAL USE -- (Photo by AARON FRANCIS/AFP via Getty Images)
Rafael Nadal venció a Denos Shapovalov y evidención que la ATP no tiene respuesta para el relevo generacional que necesita. Foto: AARON FRANCIS/AFP via Getty Images

De la falta de competencia frente a los tres tenores del tenis mundial -dos, en realidad: si contamos la última década, Novak Djokovic y Rafael Nadal se han repartido 31 de los últimos 43 grandes- llevamos hablando demasiado tiempo. Siempre aparece una generación de la que decimos "qué cerca se ha quedado" o "qué poco le falta" cuando acaba perdiendo en cuartos o en semifinales contra cualquiera de los tres jugadores más laureados de la historia, pero siguen pasando los años y siguen perdiendo: desde Verdasco en 2009 hasta Shapovalov en 2022. Con contadas excepciones -básicamente, Medvedev- la supuesta progresión no llega nunca a producirse.

Un buen ejemplo ya lo vimos en el pasado torneo de Wimbledon. Roger Federer llegaba tras disputar unos diez partidos en el año y medio previo. Estaba tan cojo que desde entonces no ha vuelto a jugar ni se espera que lo haga durante un buen tiempo. Aun así, a sus casi cuarenta años, se metió en cuartos de final. Puede que parezca poco, pero hay jugadores como Roberto Bautista que llevan ocho años entre los veinte primeros del ranking y solo han disputado esa ronda dos veces en un torneo del Grand Slam. A Federer, no le costó nada. Luego, vino el gran palo ante Herbert Hurkacz, pero esa es otra historia...

Lo mismo le está pasando a Nadal en Australia. Rafa, a sus treinta y cinco años y medio, con el pie partido por la mitad y sin disputar un partido oficial desde agosto, se ha plantado en Australia, se ha impuesto sin ceder un set en el flojito torneo de Melbourne y ya está en semifinales del Open. A dos partidos de lograr su vigésimo primer grande. Todo lo que se diga de Rafa está justificado: durante cuatro largas horas, se sobrepuso al dolor, a las molestias, al calor, a la inspiración puntual de su rival y a las dudas que seguro que surgieron al recordar lo pasado el año anterior, cuando desperdició una ventaja de dos sets ante Stefanos Tsitsipas en la misma ronda.

En resumen, no se le puede pedir nada más a Rafa Nadal. Lo que ha hecho es inhumano, de un mérito colosal, inesperado por todos. Ningún "pero" a su rendimiento agónico, su capacidad para jugar los puntos decisivos como hay que jugarlos y no bajar nunca los brazos. De su enorme capacidad táctica y de ejecución ya hemos hablado tantas veces que sería repetitivo insistir en ello. Queda, por lo tanto, hablar de su rival, y de lo que la derrota de su rival significa para el resto del circuito ATP.

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Decía Nick Kyrgios el pasado domingo que la ATP había puesto todos sus huevos en la cesta del "Big 3" y se había olvidado de cuidar al resto. "Es bueno que se promocionen todo tipo de personalidades", decía el australiano, suponemos que refiriéndose a sí mismo. Sobre el papel, suena bien. Es fantástico que te coincidan en una misma época la sobriedad de Pete Sampras, la competitividad de Ivan Lendl, el carácter volcánico de John McEnroe, la elegancia de Stefan Edberg, la chulería de Boris Becker, la arrogancia de Mats Wilander y los aires revolucionarios de Andre Agassi. Ahí, puedes vender personalidades para aburrir.

Ahora bien, ¿qué tienen en común Sampras, Agassi, Lendl, McEnroe, Edberg, Becker, Wilander y Agassi, además de otros jugadores carismáticos de finales de los ochenta y principios de los noventa como el veterano Connors o el jovencísimo Courier? Que todos eran campeones. Todos habían ganado uno, dos, tres, hasta siete torneos de Grand Slam. Yo puedo vender una rivalidad Lendl-McEnroe o una rivalidad Agassi-Sampras o incluso un enfrentamiento Becker-Edberg... si luego todos esos jugadores responden a las expectativas creadas. Eso hace mucho que no sucede en la ATP.

Ahora mismo, diecinueve años después de que Federer ganara su primer Wimbledon, diecisiete después de que Nadal se impusiera en Roland Garros por primera vez y a catorce años vista de la primera victoria de Djokovic en Australia, lo único parecido a un relevo es Daniil Medvedev, el hombre de las mil quejas. Lo de hoy de Shapovalov es muy representativo de lo que han sido las distintas nuevas generaciones a lo largo de estas casi dos décadas: no son capaces ni de ganar a un rival disminuido por las molestias y en el ocaso de su carrera.

Shapovalov tenía a Nadal a su merced y perdió. ¿Por qué? Porque Nadal, sin rodaje, sin sentir el pie y sin energía, sigue siendo capaz de jugar un quinto set mucho mejor que la mayoría del circuito, incluso mejor que un chico que será el doce del mundo en el próximo ranking. El canadiense sintió el vértigo del triunfo cuando desperdició una bola de break para empezar el quinto set, luego perdió su servicio en blanco y volvió a perder otras dos opciones de rotura para ponerse 0-3 en un periquete. No supo salir de ese agujero: siguió fallando derechas y reveses de manera impropia. ¿Qué hizo Nadal? Resistir. ¿Tiene mérito resistir? En sus circunstancias, un mérito enorme. ¿Dice algo del circuito ATP que, a sus 35 años, solo con resistir le dé para ganar a un top 15 y meterse en semifinales? Pues sí, dice mucho... y nada bueno.

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