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Qatar 2022, el Mundial en que la poderosa FIFA no pudo someter al anfitrión, por primera vez

Qatar 2022 ha sido un golpe duro para la FIFA. En la foto, Gianni Infantino, su presidente, conversa con un fan catarí. (REUTERS/Yara Abi Nader)
Qatar 2022 ha sido un golpe duro para la FIFA. En la foto, Gianni Infantino, su presidente, conversa con un fan catarí. (REUTERS/Yara Abi Nader)

Qatar 2022 ha representado una cachetada irreversible a la FIFA. El país sede del Mundial no dio su brazo a torcer ni siquiera a costa de una contradicción de urgencia: prohibir el alcohol en los estadios y sus inmediaciones de manera terminante (habían dicho que en ciertas zonas interiores estaría permitido). Budweiser, la cervecera que paga 75 millones de dólares anuales a la FIFA, según The New York Times, se dijo "incómoda" con la decisión. Y cómo no, si el truco ya les había funcionado en el pasado.

Pero tranquilos: todavía habrá Budweiser Zero, cerveza sin alcohol, y también Coca-Cola (y eso parece un milagro a estas alturas). Además, los aficionados podrán consumir bebidas alcohólicas en los Fan-Fest y en los hoteles internacionales. Le lectura puede darse desde muchos ángulos, como la consabida necedad de los fans de que si no toman no pueden disfrutar de la experiencia. Pero, principalmente, se trata de una derrota sin comparación para el emporio de la FIFA, que se ha acostumbrado a fungir ya no como una megaempresa, sino directamente como un Estado interventor.

La mancuerna FIFA-Budweiser había logrado que Brasil hiciera una pausa en su legislación para permitir la venta de alcohol en sus estadios durante la Copa del Mundo. Poco importó que la ley tuviera once años en vigor y que, con todo y eso, Brasil fuera, en ese momento, el país de Sudamérica en el que más violencia había dentro de sus estadios. El negocio prevaleció también en Rusia 2018: el régimen de Vladimir Putin finalmente accedió a que Budweiser pusiera a la venta sus bebidas durante el periodo mundialista.

Pensaron, con certeza, que si habían pasado por esa prueba, también lo harían con Qatar. Vamos, que por algo eran amigos y se llevaban tan bien: te doy el Mundial y te doy también doce años para que te vayas acostumbrando a mis modos.

Cuando invitas a alguien a tu casa, se entiende que debes adecuar tu compartimiento a reglas convenidas para convivir como seres civilizados. No puedes ser invitado a un lugar e imponer tus reglas y menos llevar a alguien, un no-invitado por la fuerza, y que llegue sólo a romper con las normas de un hogar que no le pertenece. Pues eso había hecho la FIFA hasta ahora y Budweiser estaba muy a gusto con la postura.

¿Es realmente sorprendente el poder que puede tener la FIFA? Quizá no. Su omnipotencia se constata no solo cada cuatro años, aunque esa sea la manifestación más pública y absoluta. En todo el mundo, rigen no como el organismo encargado de supervisar el futbol; no son eso. O no son solamente eso. Esa es la más básica de sus tareas. Pero, en realidad, operan tal cual como si fueran un país, uno muy rico, poderoso e intervencionista

"Los gobiernos cobran impuestos y redistribuyen lo que ingresan. Y la FIFA también, aunque lo hace de una forma bastante extraña: su principal fuente de ingresos es la Copa del Mundo y los equipos tienen que liberar a sus jugadores para que disputen los mundiales. Es una especie de impuesto indirecto sobre los equipos profesionales", explicó el académico Stefan Szymanski para BBC Mundo.

Lo de Qatar 2022 en una derrota incomparable para la FIFA. No sólo queda la humillación ética (que nunca les importó) de otorgar un Mundial a un país que pisotea los derechos humanos —nunca serán suficientes recordatorios—, ni tampoco se acaba el ridículo al recordar la corrupción que envolvió todo el proceso de asignatura; encima de todo, tienen que ver cómo sus presiones son inútiles para los jerarcas catarís. Ya ni siquiera se puede traer a cuento la quimera de que pudieran reformar las leyes inhumanas del país al que dio la sede del Mundial. Si van a intervenir que lo hagan por el bien, soñamos ilusamente. Pero esta vez ni siquiera pudieron hacerlo para ellos y sus patrocinadores.

Qatar sigue en lo suyo. No les importa la imagen pública ya. Se puede hablar que ven al mundo como un parque de diversiones: se pueden burlar de todo mundo y ya nadie les puede llamar cínicos. Si querían el Mundial como herramienta geopolítica, lo tuvieron. Si querían a un equipo en Francia, en la capital además, lo compraron y han acaparado el mercado con grandes fichajes (otra vez: ¿alguien puede preguntarle a Neymar y Messi qué se siente colaborar con ese régimen?). Desde 2010 sabíamos qué rumbo tenía todo esto. Y podemos pensar en los próximos doce años. A lo mejor así nos preparamos mejor.

Nadie sabe qué va a pasar con la Copa del Mundo en veinte años. El torneo que se verá en 2026 no tendrá nada que ver con lo que conocemos hasta ahora: 48 selecciones para disputar el torneo que algún día tuvo diez participantes. Y luego 16, y luego 24 y luego 32. La FIFA hará lo que quiera con su producto estrella, pero su condición de país interventor se ha puesto en duda al menos por el momento.

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