‘Ya no puedo seguir con esta lucha’

Tyrell Terry, un exjugador de la NBA, en la Universidad de Stanford, en Stanford, California, el 4 de abril de 2023. (Jim Wilson/The New York Times)
Tyrell Terry, un exjugador de la NBA, en la Universidad de Stanford, en Stanford, California, el 4 de abril de 2023. (Jim Wilson/The New York Times)

Los viñedos aromáticos de Wurzburgo y las obras maestras arquitectónicas de la ciudad apenas dejaron una impresión en Tyrell Terry cuando viajó a la región alemana de Franconia en diciembre. Su vida en el baloncesto, lo cual alguna vez le representó una fuente de alegría, había colapsado hasta convertirse en un bucle debilitante y solitario y podía ver poco más allá de su propia desdicha. Se estaba aventurando a casi 8000 kilómetros de distancia más que nada porque necesitaba un amigo.

Según el razonamiento de Terry, si algo podía renovar su deseo de jugar al baloncesto, iba a ser juntarse con su amigo Nico Carvacho, quien en ese entonces jugaba en una liga profesional de Alemania. Terry había tenido dificultades para hacer amigos durante su breve recorrido por la NBA.

La nieve espolvoreaba el suelo cuando Terry se instaló en su apartamento de una habitación. Con los dolores de la influenza, batalló durante un entrenamiento con Carvacho y sus otros nuevos compañeros de equipo. Luego reaparecieron sus verdaderos síntomas.

En las mañanas, corría al baño, caía de rodillas junto al inodoro y vomitaba. Su peso cayó en picada. Perdió un kilo. Uno y medio. Dos. El ciclo lo había vuelto a atacar, la misma angustia incesante que había drenado el placer de su vida y le había arrebatado su carrera en la NBA.

“Simplemente no regresó esa sensación de placer que creía que me daba el baloncesto”, recordó Terry más tarde. “Y eso me pasó al otro lado del mundo”.

Después de apenas un par de entrenamientos con su nuevo equipo, tomó el iPhone que ya casi no usaba, ni siquiera para responder a los mensajes de texto de su familia y amigos. Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras estaba reclinado en el sofá escribiendo.

“Este mensaje es muy difícil de compartir y me pone sensible escribirlo”, comenzó.

Terry tenía 22 años y medía 1,87 metros, con el tipo de pelo ondulado para el que se crearon las bandas para el sudor. En algún momento, los ojeadores de baloncesto lo imaginaron como otro Stephen Curry. Sin embargo, escribió que iba a dejar el baloncesto, el juego que lo había llevado a la Universidad de Stanford durante un año y luego a Dallas y Memphis en la NBA. “En vez de construirme, empezó a destruirme”, escribió en Instagram.

Y continuó: “Aunque agradezco todas las puertas que me abrió, ya no puedo seguir con esta lucha por algo de lo que me desenamoré”.

La depresión y la ansiedad se han convertido en temas más adecuados en la NBA debido a la franqueza de jugadores estrella como DeMar DeRozan, Kevin Love y Paul George. El fenómeno se extiende a todos los deportes profesionales, con jóvenes atletas como la tenista Naomi Osaka, el nadador Michael Phelps y la gimnasta Aly Raisman, quienes han hablado con sinceridad sobre sus luchas. No obstante, pocos han abandonado por completo el deporte.

Por eso fue sorprendente cuando Terry, quien citó “pensamientos intrusivos” y ansiedad, anunció que abandonaba el deporte que una vez amó y por el que le pagaron millones de dólares.

En entrevistas realizadas a lo largo de cinco meses —en su ciudad natal, Mineápolis, en el campus de Stanford y por teléfono—, Terry habló sobre el lento deterioro de su salud mental, de la fracturada relación con su padre que le hizo sentirse a la deriva y de su deseo por librarse de la identidad que había construido durante toda una vida.

“Quiero ser capaz de deshacerme por completo de esa parte de mí”, afirmó Terry.

De regreso a donde empezó

Un mes después de su retiro abrupto del baloncesto, Tyrell Terry pasó por encima de los montones de nieve derretida que siempre están presentes justo afuera del centro de Mineápolis y se metió en un restaurante de hamburguesas Five Guys. Dijo que estaba disfrutando de sus días, levantando pesas de vez en cuando, pero sobre todo pasando el rato con su novia de toda la vida, Isabelle Florey, y su perro, Touie. Tenía planes de volver a Stanford en abril. Lo llamó “un nuevo capítulo en mi vida”.

El primer capítulo había sido en esta ciudad, donde creció y aprendió a jugar baloncesto.

Su padre, Tyron Terry, y su madre, Carrie Grise, se conocieron de niños en Dakota del Norte y tuvieron a Tyrell mientras todavía estaban en la universidad. Para cuando Tyrell tenía 4 años, la relación de sus padres ya había terminado y Grise se mudó con su hijo a Mineápolis. Su padre jugó al baloncesto en la Universidad de Texas, campus San Antonio, y en la Universidad Estatal de Dakota del Norte, pero su carrera se estancó después.

Tyrell creció atormentado pues se sentía más una carga que una alegría. Con el tiempo, le costaría establecer relaciones sólidas o conservar las que tenía.

“Desde muy pequeño me di cuenta de que, si no hubiera nacido, es probable que la vida habría sido mucho más fácil para mis padres”, opinó Tyrell. “Quizá mi padre habría llegado más lejos en el baloncesto. A mi madre no le habría costado tanto terminar la carrera”.

No obstante, Terry también tenía un talento extraordinario. En Minnesota, se unió a un equipo de baloncesto que creó Larry Suggs, un excompañero de clase de Grise. Según Suggs, Terry “podía jugar al baloncesto mientras dormía”.

“No siempre fue el chico más seguro de sí mismo, pero podía dar la impresión de que lo era porque era muy bueno”, comentó.

Terry también era un estudiante excelente, de los que fastidiaban a los maestros para que le dieran más tarea. Una vez, le preguntó a Suggs si podía faltar a un partido para lanzar un cohete que había hecho para un proyecto de ciencias.

Los chicos del equipo de baloncesto de Suggs se inscribieron en la Academia Minnehaha para la secundaria y Terry, el base del equipo, llevaba la batuta. Sin embargo, durante años sintió que el hijo de Suggs, Jalen, lo eclipsaba.

“Éramos muy cercanos, pero él lo tuvo antes que yo”, mencionó Terry. “Tuvo la mentalidad antes que yo, la confianza, la habilidad, el tamaño. Desde que era muy chico, la gente sabía que estaba destinado a la grandeza”.

Y agregó: “Siempre me costó ser el segundo en esa situación”.

‘Todavía quería ser un niño’

Terry acababa de cumplir 19 años cuando debutó con Stanford en 2019. A los pocos meses de su llegada, algunos analistas lo imaginaban como un francotirador como Curry, la estrella de los Guerreros de Golden State, o Trae Young, de los Halcones de Atlanta.

Terry anotó 13 puntos en su primer partido y lanzó con una precisión milimétrica durante toda su temporada de primer año, en la que encestó el 40,8 por ciento de sus triples y casi el 90 por ciento de sus tiros libres. El entrenador de Stanford, Jerod Haase, le envió fotos de luces verdes antes de un partido, con lo cual le hizo saber que tenía libertad para lanzar el balón cuando quisiera. No obstante, a Terry le parecía incómodo el énfasis en tirar. Dijo que siempre se había sentido orgulloso de ser un verdadero base concentrado en hacer pases oportunos.

Empezó a preguntarse si debía seguir adelante. Los equipos de la NBA estaban husmeando y Terry sabía que Stanford planeaba darle la bienvenida a Ziaire Williams, uno de los mejores prospectos, la siguiente temporada. Según Terry, Haase le había dicho que no podía garantizarle tantas oportunidades de disparo una vez que llegara Williams.

“Creo que no estaba listo a nivel emocional para ir a la NBA”, admitió Terry. “Todavía quería ser un niño, todavía quería estar en la universidad con mis amigos. Pero no me arrepiento de la decisión”.

Haase señaló que Terry había estado en una “situación difícil”.

Terry pesaba unos 72 kilos, pero el personal de la NBA le sugirió que aumentara de peso para sobrevivir a la exigencia física de la liga. Hizo pesas y comió hasta las náuseas. Para el reclutamiento de la NBA de octubre de 2020 (se retrasó debido a la pandemia de la COVID-19), Terry pesaba 77 kilos y le preocupaba no haber subido el peso necesario.

Los Mavericks de Dallas lo eligieron en el lugar 31 general. La noche de la ronda de selección, habló de meditar y leer libros a fin de prepararse a nivel mental para la NBA. Sin embargo, cuando empezó la temporada dos días antes de Navidad, se sintió solo. Apenas tenía 20 años y vivía solo en Dallas. Su padre ya no estaba en su vida.

“Todos los días rindes al máximo nivel”, opinó Jalen Suggs. “No solo por un puesto en el equipo, sino también por el sueldo, el dinero y tu futuro y se siente como si estuvieras persiguiéndolos todo el tiempo. La vida se mueve muy rápido. Si no tienes ese tiempo para bajar el ritmo, de verdad procesar todo y acostumbrarte, en definitiva, puede ser difícil para cualquiera y lo fue para mí”.

Dallas tenía jugadores de renombre como Luka Doncic, Kristaps Porzingis y Tim Hardaway Jr., pero Terry dijo que ningún veterano lo apadrinó. (Terry admitió que a menudo había salido corriendo después de los entrenamientos, a pesar de que los entrenadores hubieran querido que se quedara).

Para marzo, después de una temporada en la liga de desarrollo de la NBA, ya estaba harto. Llamó al director de psicología del equipo. “Ya no puedo más con esto”, Terry recordó haberle dicho. “Esto no me gusta. Me provoca ataques de pánico”.

Tomó una licencia con goce de sueldo con los Mavericks. Ignoró los mensajes de su madre. Había jugado once partidos de la NBA.

Para ese otoño, la ansiedad de Terry lo estaba aplastando y no creía que nadie, ni siquiera su madre, lo fuera a entender de verdad. Empezaba el campamento de entrenamiento para la nueva temporada, pero Terry no podía lidiar con ello. Una mañana, llamó a su representante y le dijo que ya no podía más. Los Mavericks accedieron a liberarlo.

Unos meses más tarde volvió a intentarlo y firmó un contrato conforme el cual dividía su tiempo entre los Grizzlies de Memphis y su equipo de desarrollo en la G League, los Hustle. Comentó que había buscado camaradería en los Hustle, pero había descubierto que para la mayoría de sus compañeros de equipo la prioridad era ganarse una oportunidad en la NBA. Se dio cuenta de que con cosas insignificantes se creaba tensión entre él y sus compañeros. Por ejemplo, se sentaba en primera clase en los vuelos debido a una estipulación en su contrato, mientras que había jugadores mayores y más altos que lo veían pasar en su camino a la clase turista.

Memphis lo recortó después de la temporada y en otoño se fue a jugar a Alemania, aferrado a la posibilidad de que un nuevo entorno pudiera desbloquear algo en su interior.

Una ruptura con su padre

Un día fresco y soleado de inicios de abril, cuatro meses después de haber dejado su vida en el baloncesto, Tyrell Terry viajó los 25 minutos que se hacen desde su nuevo apartamento hasta el campus de Stanford en Palo Alto, California.

Se estacionó cerca del Maples Pavilion, el cálido estadio donde alguna vez lo habían vitoreado miles de personas. Se ajustó una mochila de Stanford sobre una camisa a cuadros de manga larga y se subió a su bicicleta. Se dirigió a sus primeras clases en tres años.

Pensó que, tal vez, su trayectoria en el baloncesto pudo haber sido distinta.

El padre de Tyrell Terry también había sido un dotado del baloncesto. Tyron Terry fue nombrado Sr. Baloncesto de Dakota del Norte en 2000, el mismo año en que nació Tyrell.

Tras la separación de los padres de Tyrell, Tyron formó una nueva familia en Dakota del Norte, por lo tanto, padre e hijo no pasaban mucho tiempo juntos.

A pesar de todo, Tyron mencionó que Tyrell era su prioridad, pues condujo a través de tormentas de nieve para verlo, lo llevó a Disneylandia y a un partido eliminatorio de los Lakers de Los Ángeles contra los Soles de Phoenix. Tyrell se quedó un verano con él en Dakota del Norte.

Para ellos, el baloncesto fue una fuente tanto de conexión como de distanciamiento.

Tyrell recordó cuando le mostró con orgullo su primera mezcla de YouTube a su padre, para que Tyron tan solo le respondiera que las mezclas no hacían jugadores decentes. Tyron mencionó que su hijo disfrutaba hablar de los pormenores del baloncesto, pero que había preferido los tiros ligeros al entrenamiento intenso. comentó que Tyrell había sido consentido en la infancia.

“Cuando las cosas se pusieron difíciles, nunca tuvo la oportunidad de aprovecharlas para crecer”, dijo Tyron.

Tyrell dijo que su padre lo había intimidado en un partido de uno contra uno hasta hacerlo llorar para dejar claro su punto.

“Entiendo el amor duro”, comentó Tyrell. “Pero durante una época de mi infancia solo buscaba que mi padre se sintiera orgulloso de mí. En realidad, nunca lo logré”.

Las riñas pequeñas se convirtieron en grandes conflictos y en cierto momento, cuando Tyrell cursaba el bachillerato, su padre y él dejaron de hablarse y no han vuelto a hacerlo desde entonces.

La elección de sus clases

Terry sigue lidiando con la respuesta de su retiro repentino. Algunas personas le habían deseado lo mejor, pero otras, entre ellas un antiguo entrenador del bachillerato, seguían esperando que les contestara los mensajes.

“No tenía el valor para tener una conversación con ciertas personas”, admitió Terry. “Ahora que estoy mejor, es difícil lograr que ese tipo de gente entienda que no era algo personal, sino que simplemente estaba en una situación tan mala que, de verdad, para mí era más cómodo estar solo”.

El campus de Stanford le parece familiar a pesar de la presencia de algunas construcciones nuevas. Muchos de sus compañeros de primer año se están graduando y empiezan sus vidas. Terry ya ha vivido al menos una versión de la suya. Se inscribió a cuatro clases y quiere especializarse en ciencia, tecnología y sociedad.

Le puso candado a su bicicleta justo afuera del patio principal y caminó al interior de un aula cavernosa, donde se mezcló con docenas de estudiantes, se instaló y se relajó.

c.2023 The New York Times Company