Cuando no puedes creer lo que ves

Nadie sabe a ciencia cierta dónde se originó el término “kayfabe”. Tal vez sea una forma adulterada de “pig latin” (una variante dialectal lúdica del idioma inglés), algo relacionado con la palabra “fake” (“falso” en inglés). Tal vez tenga sus raíces en la cultura de las ferias errantes del siglo XIX, el mundo que habitaban P. T. Barnum, los estafadores y los comerciantes que vendían aceite de serpiente de verdad.

Sin embargo, su uso moderno es tan específico que solo una proporción relativamente pequeña de personas tiene idea de lo que significa. En esencia, “kayfabe” es el manto ilusorio que siempre cubre la lucha libre profesional: mantener la simulación de que lo que se ve en el cuadrilátero no tiene guion, es competitivo, lo que consideraríamos real.

Durante décadas, se esperaba que los luchadores mantuvieran el “kayfabe” incluso cuando no estaban en activo. En teoría, los héroes y villanos de la pantalla no debían ir juntos en auto a eventos ni socializar después de ellos, para evitar que los vieran y se rompiera la ilusión. La “omertá” debía respetarse a cualquier costo. Infringirla no solo era una transgresión. Era una traición.

Como lo define Abraham Josephine Riesman en “Ringmaster”, su magistral biografía de Vince McMahon, un amigo personal de Donald Trump y tirano todo terreno de World Wrestling Entertainment: llegó un momento, alrededor de la década de 1990, en que todo eso simplemente se sintió un poco anacrónico.

Ella sugiere que, a esas alturas, salvo tal vez los más jóvenes, la mayoría de los aficionados a la lucha libre ya habían comprendido la naturaleza de lo que estaban viendo. Es más, les encantaba. La teoría de Riesman es que lo divertido no era tanto ver quién ganaba, sino intentar descifrar el porqué. ¿Qué significaba la propulsión de esta estrella para la política tras bambalinas? ¿Qué indicaba esta derrota sobre el siguiente giro de la historia interminable?

La genialidad de McMahon —de nuevo, según Riesman— fue aceptar la nueva realidad. En vez de intentar aferrarse a la tradición, o insistir en la fantasía, se decantó por el guiño y el codazo.

Por supuesto que nunca nadie dijo que todo fuera una telenovela, una obra de teatro brutal. No obstante, la sensación de que la historia verdadera podía descubrirse en lo que ocurría tras bambalinas, que había un proceso político detrás de quién ascendía y quién caía… todo eso pasó a primer plano. McMahon inventó lo que Riesman llama “neokayfabe”.

A finales de la década de 1980 e inicios de la de 1990, cuando McMahon era el pionero en este nuevo enfoque, el fútbol también estaba cambiando. Había delegaciones de ejecutivos de los principales equipos europeos que observaban con celos el panorama deportivo de Estados Unidos, donde el dinero fluía sin reservas de la televisión, a través de ligas glamurosas y lucrativas, directamente a los bolsillos de sus homólogos.

En particular, la NFL, con sus animadoras, sus fuegos artificiales y su calidad de evento, les llamó la atención y regresaron a casa con cualquier idea que pudieran imitar. En los partidos de la Liga Premier, aparecieron compañías de danza. Gráficos llamativos y música portentosa salpicaron las pantallas de televisión. Los estadios se modernizaron y atrajeron a más familias. Esto permitió que aumentaran los precios de las entradas y que florecieran las secciones corporativas.

No hay ninguna evidencia de que alguien dentro de la industria del fútbol pensara en aprender algo de la lucha libre profesional. Lo más probable es que nadie siquiera lo hubiera contemplado. Después de todo, el fútbol es parte del mundo de los deportes. Incluso McMahon renunció hace tiempo a la idea de que la lucha libre encajaba perfectamente en esa categoría. Mejor, con el típico eufemismo, se refiere a ella como entretenimiento deportivo.

Y, a pesar de todo, detrás de unas diferencias tan evidentes que son casi existenciales, es posible argumentar que el fútbol moderno —el fútbol de la Liga Premier y de la era de la Liga de Campeones, el fútbol de las redes sociales y de la cobertura por saturación, de los canales de noticias constantes y de la hegemonía cultural— le debe más a la lucha libre profesional que a cualquier otra industria.

Al igual que en la lucha libre, cada vez es más difícil escapar de la sensación de que la acción por sí misma es secundaria a todo el ruido que la rodea: los rumores de los fichajes, los pleitos entre entrenadores, el innegable teatro que ahora asiste a las conferencias de prensa semanales y las declaraciones de orgullo, furia y rabia que vienen después de cada palabra, por banal que sea.

Los partidos existen en un tono de frenesí, pero, en vez de ser vistos como el propósito de todo, tan solo sirven para alimentar el hambre insaciable del deporte por una historia. A menudo, la extensión total de cada bloque de 90 minutos se pierde en un miasma de controversia exagerada.

Por supuesto que se reconocen la táctica, la estrategia y la excelencia individual, pero las ahoga un enfoque implacable en las fallas —tanto técnicas como morales— del árbitro, del entrenador derrotado o de cualquiera de los jugadores que se considere que defraudó al equipo al esforzarse demasiado por ganar o no lo suficiente.

En muchos sentidos, esa es la raíz del éxito de este deporte. Como lo ha escrito el comentarista cultural Neal Gabler, vivimos en la era del entretenimiento; para sobrevivir, para prosperar, todos los aspectos de la vida tienen que convertirse en entretenimiento. Sin embargo, el fútbol lo ha hecho mejor que la mayoría.

Con el tiempo, todo se convierte en parte de la historia. Y lo que importa, más que el deporte, es la historia. Eso venden las cadenas de televisión, los medios informativos y todos los demás que hacen tanto por mantener un ecosistema mutuamente benéfico. Es el truco de magia que se esconde detrás del fútbol moderno.

Te muestra justo lo que es, te lleva detrás del telón, aprovecha tu indignación, preocupación, asco y miedo cuando ves lo que se esconde ahí y te lo vuelve a vender. Es McMahon puro y duro, un monumento al “neokayfabe”, tomado directamente del libro de jugadas del entretenimiento deportivo, con énfasis en el entretenimiento.

c.2023 The New York Times Company