La política relacionada con el aborto es un arma de dos filos para las Iglesias

Durante los últimos años, cuando intento ordenar un poco dentro de mi mente el alboroto cada vez mayor con respecto a la política sobre el aborto en todo el mundo, siempre regreso a dos acontecimientos.

Estos ocurrieron en dos países distintos, en diferentes años y sus resultados fueron opuestos. Sin embargo, no podía quitarme la idea de que el hecho de verlos juntos podría ayudarme a entender algo importante sobre el modo en que funciona el mundo.

El primero de estos acontecimientos fue el 25 de mayo de 2018, cuando la República de Irlanda votó de manera abrumadora por una enmienda constitucional que legalizaba el aborto.

El segundo fue el 22 de octubre de 2020, cuando el Tribunal Constitucional de Polonia votó por imponer más restricciones al derecho al aborto, con lo que convirtió la limitación del aborto en el país, ya de por sí una de las más estrictas de Europa, en una prohibición casi absoluta.

Lo más asombroso de esas dos decisiones es que, vistas a la distancia, se podría haber esperado, con justa razón, que tuvieran el mismo resultado.

Durante mucho tiempo, la Iglesia católica de ambos países ha tenido una participación muy importante en la identidad nacional y ha estado muy involucrada en las instituciones estatales. En los dos, la gran mayoría de la ciudadanía es católica. Ambos son miembros de la Unión Europea. En las últimas décadas, los dos han tenido un rápido desarrollo económico y muchos de sus ciudadanos han salido de la pobreza y han pasado a formar parte de la clase media urbana europea.

No obstante, con respecto al aborto, el tema más destacado de la moral católica dentro de la política, Irlanda y Polonia tomaron direcciones totalmente opuestas. ¿Por qué?

Resulta que estos dos países son un ejemplo del arma de dos filos que es la participación de la Iglesia en la política: las campañas sobre moral pueden ser una ruta hacia el poder político para las Iglesias, pero pueden tener un costo muy elevado.

Es posible que, de diferentes maneras, las experiencias de ambos países sirvan como advertencia para los grupos religiosos que han formado alianzas cercanas con el Partido Republicano en Estados Unidos.

Poder, escándalo y luego cambio

“Sí, sí, sí”, coreaba una multitud reunida en el Castillo de Dublín, en Irlanda, después de que el gobierno anunció que la enmienda había sido aprobada por un amplísimo margen. “¡Lo logramos!”. Hombres y mujeres se abrazaban, algunos con lágrimas de alegría, mientras agitaban pancartas y letreros que celebraban la victoria.

La aprobación de la enmienda fue, sin duda, el rechazo público a la doctrina católica más estrepitoso de la historia política de Irlanda. Sin embargo, de muchos modos, este rechazo ya había ocurrido. En la campaña contra la enmienda antes de las votaciones, la Iglesia se había quedado al margen.

El repudio a la Iglesia iba mucho más allá del aborto.

Una serie de escándalos relacionados con violaciones y muertes de mujeres y niños a manos de la Iglesia, incluso en escuelas y centros de cuidado infantil financiados por el Estado, había destrozado la legitimidad de la Iglesia ante la población y había dado lugar a un ajuste de cuentas a nivel nacional acerca de su papel en el Estado irlandés.

Justamente debido a que la Iglesia tenía una participación tan poderosa a nivel político e institucional en Irlanda y a que administraba escuelas, orfanatos, hospitales y otras instituciones, “ningún padre tenía la sensación de que su hijo estuviera a salvo”, comentó Anna Grzymala-Busse, una politóloga de la Universidad de Stanford y autora de “Nations Under God: How Churches Use Moral Authority to Influence Politics”.

“Resultó que esta Iglesia, la cual, en aras del bien común, tenía bajo su cuidado a las personas más vulnerables de Irlanda, había traicionado por completo esa confianza”, aseveró ella.

El apoyo a la Iglesia se desplomó por la subsecuente indignación de la población.

“Prácticamente pasó de ser una de las instituciones públicas más confiables a no solo perder el apoyo dentro del mundo de la religión, sino a ser incapaz de oponerse a los referendos sobre el aborto y el matrimonio igualitario”, señaló Grzymala-Busse. “Ahora, ya no tiene una presencia política en Irlanda debido a la enorme magnitud de su deslealtad y traición”.

El precio de la política

En Polonia, debido en parte a que actuó como mediadora en la transición del país hacia la democracia tras la caída del comunismo e hizo que muchas personas la vieran como guardiana de la identidad nacional y de la religión, la Iglesia también está muy involucrada con el Estado.

Pero, a causa del periodo del régimen comunista, la Iglesia solo ha tenido esa participación tan importante en la política polaca hasta las últimas décadas. Así que, aunque en Polonia también ha habido escándalos relacionados con abusos sexuales en la Iglesia, estos han tenido un alcance menor que en Irlanda y se han manejado más como tragedias aisladas que como una catástrofe sistémica, explicó Grzymala-Busse.

Pese a que la reputación de la Iglesia no sufrió el mismo tipo de impacto que en Irlanda, sí tuvo que enfrentarse a las expectativas de la sociedad polaca, sobre todo a las de las mujeres. Durante el comunismo, tenían acceso amplio al aborto y a muchas de ellas les enojó el acuerdo para prohibir el aborto, pues lo consideran el precio que el país tuvo que pagar por el apoyo que brindó la Iglesia en su transición a la democracia.

Así que, en 2016, cuando la petición de un centro de investigación conservador obligó al Parlamento polaco a adoptar una ley que habría endurecido aún más la prohibición del aborto ya de por sí estricta, surgieron manifestaciones multitudinarias y el proyecto de ley no tuvo éxito.

Eso puso en un aprieto al partido gobernante Ley y Justicia, que en Polonia se conoce por la sigla PiS.

La dirigencia del partido se había proyectado como el vínculo entre la Iglesia católica, el Estado polaco y la identidad nacional. Renunciar a las restricciones al aborto ponía en peligro esa función pública y alejaba a las bases políticas del partido, sobre todo a los adultos mayores católicos y conservadores de las zonas rurales.

Pero continuar con esa prohibición tan severa no era bien recibido por la población en general y parecía poco probable que se aprobara en el Parlamento. Entonces, el gobierno tomó un camino lateral e impulsó las restricciones al aborto por medio del Tribunal Constitucional, el cual estaba lleno de partidarios del PiS.

Grzymala-Busse mencionó que, en ese momento, parecía una forma en que la Iglesia podía tenerlo todo: la decisión del tribunal era una señal del poder político que tenían las opiniones de la Iglesia, pero el tribunal asumía gran parte de la presión política.

“La autoridad moral de la Iglesia es su mayor tesoro cuando se trata de influir en la política”, apuntó Grzymala-Busse. “Pero tan pronto como te alías con los políticos o los partidos, tan pronto como muestras alguna debilidad, esta propuesta se convierte en algo mucho menos viable”.

La debilidad al estilo estadounidense

En Estados Unidos, los escándalos relacionados con abusos de la Iglesia han dado lugar a un ajuste de cuentas amplio y continuo, pero no al total desplome del respaldo de la población que ocurrió en Irlanda. Sin embargo, desde el principio, el movimiento antiaborto moderno ha tenido sus raíces en la política partidista, comentó Mary Ziegler, historiadora sobre la ley del aborto.

Antes de las décadas de 1970 y 1980, el aborto se había considerado un tema de los católicos de Estados Unidos que trascendía los electorados de ambos partidos, pero no era un asunto político de primordial importancia.

No obstante, después de la Ley de Derechos Civiles y el surgimiento del movimiento de liberación femenina, el Partido Republicano usó este tema para consolidar el apoyo de los electores blancos del sur. El aborto se convirtió en un tema abrumadoramente republicano.

Mientras el fallo del caso Roe contra Wade estuvo vigente en el país, los políticos republicanos podían aprobar leyes prácticamente simbólicas que prohibían el aborto y cosechar los beneficios políticos de proyectarse como los protectores de la moral cristiana sin tener que enfrentar ningún rechazo.

No obstante, al igual que en Polonia, las restricciones al aborto no son bien recibidas por gran parte de la población general pese a su atractivo para las bases de los republicanos. Y ahora que la Corte Suprema ha anulado el fallo de Roe contra Wade, parece que las restricciones al aborto se están volviendo un lastre para el partido, como lo demuestra la reciente votación en Kansas, en la cual los electores rechazaron rotundamente una enmienda constitucional que habría prohibido el aborto en ese estado.

“Es como el perro que logra atrapar el auto y no resultó como esperaba”, comentó Grzymala-Busse.

¿Y cuál será el costo que pagará la derecha cristiana por su asociación con el Partido Republicano?

La cercanía entre ellos significa que el movimiento antiaborto está vinculado a un partido que, al parecer, cada vez es menos capaz de controlar la radicalización de sus filas (y en muchos casos no está dispuesto a hacerlo). Es posible que, a largo plazo, el costo de eso sea mayor que el poder político que ha ofrecido hasta ahora.

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