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“Soy muy desagradable”: así gana las carreras la ‘supervillana’ Lilly King

TOKYO, JAPAN - JULY 25: Lilly King of Team United States competes in heat six of the Women's 100m Breaststroke on day two of the Tokyo 2020 Olympic Games at Tokyo Aquatics Centre on July 25, 2021 in Tokyo, Japan. (Photo by Clive Rose/Getty Images)
Lilly King. Foto: Clive Rose/Getty Images.

Por Henry Bushnell

Lilly King aún recuerda la primera vez que ganó una carrera antes de que empezara.

“Es una historia un poco ridícula”, dice antes de contarla.

Tenía aproximadamente 12 años y estaba en una piscina al aire libre de Vincennes, Indiana, preparándose para un famoso torneo de natación local, el Big Bang at the Beach. Una compañera de muchos años se le acercó y le deseó buena suerte de la manera más inocente y amable posible.

Sin embargo, Lilly lo interpretó de una manera única.

Nadó a través de la piscina para llegar primera y luego le dijo a su madre: “Esa chica me ha dado ventaja”.

“¿A qué te refieres?”, le preguntó Ginny King a su hija.

“Ella me deseó buena suerte”, respondió Lilly, con total naturalidad. “Sabía que iba a ganar antes de meterme en el agua”.

Con perspectiva, por supuesto, King sabe lo que ocurrió: “Ella solo estaba siendo una persona agradable y normal. Pero en mi cabeza, pensé: ‘Oh, lo has querido’”, recuerda. Aquella pobre niña de 12 años sería la primera de muchas.

Actualmente, King es medallista de oro olímpica, siete veces campeona mundial y una de las favoritas para seguir consiguiendo éxitos en los Juegos de Tokio. Es todo eso en parte porque, desde la “ventaja” que le hizo esa niña de 12 años, King comenzó a comprender la importancia del tema mental en la natación y descubrió el poder de la confianza y la intimidación. Dominaba las artes oscuras, las miradas previas a la carrera, las preguntas incómodas... Cualquier cosa para hacer que la frágil mente de una rival se volviera loca.

“Soy muy desagradable”, admite.

En los Mundiales de 2017, un año después de su famoso movimiento con el dedo y su enfado con Yuliya Efimova en Río, King acechaba a la rusa por detrás en la sala de llamadas. Se quedó allí, dándose palmadas en la pierna, durante unos buenos cinco minutos, después caminó de espaldas a la piscina para la final de 100 metros de braza, perforando los ojos de su rival. Se quedó mirándola un poco más mientras Efimova se quitaba el chándal y la sonrió con picardía.

Entonces King se lanzó a la piscina y batió un récord mundial. Efimova nadó 0,69 segundos más lenta que en su semifinal.

King disfrutó de esos momentos y los señala como la mejor prueba de que las artes oscuras funcionan.

“Realmente disfruto viendo a la gente desmoronarse bajo presión”, dice. “Sé que eso es como muy malvado por mi parte, pero un poco divertido cuando estás dentro”.

Lilly King levanta la bandera de Estados Unidos delante de Yulia Efimova tras ganar el oro en los 100 metros braza femenino de los Juegos Olímpicos de Río 2016 por delante de la rusa. (Foto: Clive Rose / Getty Images).
Lilly King levanta la bandera de Estados Unidos delante de Yulia Efimova tras ganar el oro en los 100 metros braza femenino de los Juegos Olímpicos de Río 2016 por delante de la rusa. (Foto: Clive Rose / Getty Images).

Cuando King pulsa el interruptor

Lilly King, para quienes la conocen, es una joven de 24 años amante de la diversión que, lejos de las piscinas, es cualquier cosa menos la “asesina de alto nivel” que los aficionados ven por televisión. Se trata de una estudiante de educación física “tonta, una especie de friki” conocida por enviar mensajes con el móvil de vídeos graciosos de animales. Su madre, Ginny, la define como “relajada” y “espíritu libre”. A la propia Lilly le gusta pensar que es “alegre”.

“Pero cuando llega la hora de la carrera soy una persona completamente diferente. Y soy muy desagradable”, dice. “Cuando siento que necesito ser esa persona desagradable y esa competidora malvada es como si presionara un interruptor y algo se apoderara de mí. Haría literalmente cualquier cosa para ganar la carrera”.

“En la piscina es despiadada”, dice su entrenador universitario, Ray Looze.

En cierto modo, Lilly siempre ha sido así. Creció junto a un hermano menor, Alex, y sus padres dicen que competían por todo. “Tocaban el piano y mi madre decía que era como practicar piano de competición porque tocaban las teclas para ver quién podía terminar de practicar más rápido”, recuerda Ginny. “Corrían para ponerse los zapatos o para recoger sus juguetes. Incluso para ver quien se abrochaba más rápido el cinturón de seguridad”.

Las payasadas de Lilly King antes de la carrera son una extensión de esa competitividad, algo natural, dice King. Pero a menudo son conscientes, incluso están calculadas. No están meticulosamente planificadas de antemano, pero “actúa con saña en la sala de llamadas”, dice Looze. Estira sus piernas y sus brazos, se golpea los muslos, pregunta a sus oponentes qué almorzaron… “Cualquier cosa súper aleatoria para distraer a la gente”, explica. En la cubierta de la piscina los observa, esperando que el resto se acerque a la zona de salida antes que ella.

“A veces puedo controlarlo y a veces no”, dice King sobre sus juegos mentales. Recuerda su mirada fija a Efimova en 2017 y dice: “¿Cómo y por qué lo hice?”.

“Es muy extraño”, cuenta King. “Normalmente, yo nunca haría eso”.

Pero hay una razón por la que lo hace. Aunque no pueda meterse en la cabeza de una rival, solo el hecho de que exista la posibilidad o la creencia de poder hacerlo le hace aumentar su propia confianza hasta niveles nunca antes vistos.

“Me gusta que me teman. Me da poder”, declaró una vez. “No hay nada mejor antes de una carrera que sentirse empoderada”.

Hablar de ella misma para ganar

King siempre ha tenido también mucha confianza. “Al límite de la arrogancia”, dice cariñosamente su padre, Mark. “Hasta un punto en el que es arrogante, descarada. Ella se lo cree. Es una creencia delirante”, agrega Looze. La nadadora estadounidense cree en sí misma y en su manera de hacer las cosas, ya sea cocinando, armando muebles, construyendo un muñeco de nieve o nadando.

Y a medida que fue creciendo como nadadora, su confianza se convirtió en una de sus armas. “Suena muy cursi, pero cuando tenía 12 años me convencí de que iba a ganar mi primer título estatal”, dice King. Su entrenador en ese momento, Mike Chapman, recuerda que Lilly, a pesar de que era la séptima cabeza de serie, decía durante toda la semana: “Voy a ganar, voy a ganar, voy a ganar”.

Efectivamente, desde una de las calles exteriores, lo hizo.

“Pensamos: ‘Wow, mierda’”, recuerda Chapman.

“Ese fue un gran hito para mí”, cuenta King. “Decir que ganaría esa carrera y luego ganarla fue como el primer paso de mi carrera. Pensé que podía ser realmente buena en esto y que de verdad podía aprovechar el poder mental”.

Su confianza se convertía en pensamientos que se cumplían. “Es su característica más importante”, dice Looze. Antes de las carreras, King lo proyecta exteriormente y cree que se confianza agotará a sus oponentes. Esa creencia la mezcla con la competitividad y se convierte en arrogancia y desvergüenza, cualidades necesarias para oponerse a la cortesía de la natación y desestabilizar a sus rivales por muy amueblada que tengan la cabeza.

Lilly King compite en la final femenina de los 100 metros braza durante las pruebas olímpicas de natación de Estados Unidos el 15 de junio en Omaha, Nebraska. (Foto: Charlie Neibergall / AP).
Lilly King compite en la final femenina de los 100 metros braza durante las pruebas olímpicas de natación de Estados Unidos el 15 de junio en Omaha, Nebraska. (Foto: Charlie Neibergall / AP).

Dejar que sea ella misma

Hay momentos, confiesan sus entrenadores y sus padres, que la arrogancia y la personalidad de King se vuelven un poco excesivas. “Conforme iba creciendo no le caía bien a todos”, dice Ginny entre risas. “No gusta a todo el mundo”, agrega Mark con una sonrisa. “Ella es excesivo. A veces he gastado mucha energía tratando de mostrarle cómo hacer las cosas cuando era niña”.

La respuesta de Lilly, a menudo, era que podía hacerlo por ella misma y sus padres se dieron cuenta de que su comportamiento podía llegara a ser realmente molesto.

Sin embargo, también eran conscientes de que podría “serle útil más adelante. Así que la dejamos ser ella misma sabiendo que en algún momento no demostraría ese carácter con otros niños”.

Looze ha adoptado una postura similar. Le encanta el 99% de la forma de ser de King y no ve sus palabras o sus acciones como “antideportivas”. De vez en cuando, dice Looze, la ganarán y se cogerá “una rabieta” o “pondrá alguna excusa”. Cuenta de ella que es “una perdedora terrible” y que a veces ha intentando corregir eso. “Pero me habría sentido como si estuviera reprimiendo algo bueno de ella”.

La mayoría de las personas a lo largo de su carrera han aprendido a no hacerlo. King declaró recientemente que pensaba que las nadadoras estadounidenses “podemos ganar todos los oros individuales si estamos a nuestro nivel” en Tokio. El comentario no sentó nada bien en Australia y avivó la rivalidad entre ambos países. Lo cierto es que la profecía parece poco probable

Pero cuando a otros estadounidenses les preguntaron por ello no intentaron puntualizar o corregir a King.

“Lo que me encanta de lo que dijo Lilly es que es ella”, aseguró el jefe de los entrenadores de Estados Unidos, Greg Meehan. “Esa es su personalidad. Ella es competitiva. Ella es alguien a quien queremos en el equipo de EE.UU.”.

Incluso su movimiento con los dedos en Río, aunque fue celebrado por muchos, generó bastantes críticas negativas. A los más tradicionalistas no les gustaron sus comentarios y sus gracias. La propia King sabe que fue “un shock para el mundo de la natación. Realmente no estaban preparados para mí”.

Sin embargo, le agrada ver que su forma de ser se ha vuelto cada vez más aceptable. “Creo que muchos deportistas y nuestro equipo se han acostumbrado a cómo soy”, dice.

“Es que como que dejan que Lilly haga de Lilly y así todo estará bien”.

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