La ola de violencia de los aficionados que enfrenta a Ligue 1 después del regreso a los estadios

El mediocampista del Marsella Dimitri Payet es golpeado en la mejilla con una botella de agua lanzada desde la tribuna. (Foto: Getty Images)
El mediocampista del Marsella Dimitri Payet es golpeado en la mejilla con una botella de agua lanzada desde la tribuna. (Foto: Getty Images)

Habían pasado tan solo 3 minutos y 54 segundos del partido en el Groupama Stadium cuando Dimitri Payet trotó con cautela hacia el banderín del tiro de esquina. El juego entre su equipo, el Marsella, y el local, el Lyon, era joven y todavía le faltaba forma. No se habían anotado goles. Apenas había habido tiempo para que se presentara alguna oportunidad. Todo el mundo, tanto aficionados como jugadores, estaba empezando a acomodarse.

En las gradas que se erigían encima de Payet, Wilfried Serriere, de 32 años, un repartidor de comida, volteó al piso y vio una botella de medio litro de agua a sus pies. Estaba llena. El futbolista estaba colocando el balón para cobrar el tiro de esquina. Le estaba dando la espalda a la tribuna. En las imágenes que captaron las cámaras de seguridad del estadio y que luego se reprodujeron en un tribunal, se puede ver a Serriere cuando levanta la botella, se baja el gorro de la sudadera y la avienta.

Un momento más tarde, Payet cayó al césped, con las manos en el rostro. La botella le había impactado directamente en la mejilla.

Los compañeros de Payet se apresuraron a auxiliarlo. Anthony Lopes, el arquero del Lyon, les hizo gestos a sus propios aficionados para pedirles calma. Más tarde, Serriere dijo en la corte: “No supe qué me pasó por la cabeza: euforia, yo qué sé”. El hombre aceptó haber lanzado la botella que golpeó a Payet, pero no pudo explicar por qué lo hizo.

El resto de Francia ha pasado gran parte de la temporada de fútbol preguntándose lo mismo. Una ola de violencia ha afectado de modo profundo a la Ligue 1, el máximo circuito del país, desde que los aficionados regresaron a sus estadios en agosto después de un año de ausencia por la pandemia de la COVID-19.

En Lyon, sacaron de prisa a los jugadores del campo. En otro incidente, en Niza, hubo una furiosa confrontación en la cancha entre los jugadores del Marsella y cientos de aficionados del equipo contrario. El enfrentamiento también tuvo consecuencias: un aficionado del Niza fue suspendido doce meses por haber pateado a Payet y el entrenador del Marsella fue vetado del resto de la temporada por haber golpeado a una persona que invadió el terreno de juego.

La policīa francesa arresta a un hombre después de que fanáticos del Lens invadieran la cancha. (Foto: Getty Images)
La policīa francesa arresta a un hombre después de que fanáticos del Lens invadieran la cancha. (Foto: Getty Images)

Sin embargo, esos dos incidentes fueron tan solo los de más alto perfil. Los aficionados invadieron el campo durante partidos en Lens y Angers. En varias ciudades, hubo batallas campales entre agrupaciones rivales de ultras antes y después de los encuentros. Han volado misiles en Montpellier, Metz y el Parque de los Príncipes, la casa del París Saint-Germain.

El periódico Dauphiné Libéré describió el asunto como una “epidemia” de violencia, una tan rampante que las autoridades del fútbol francés han llegado a considerarla una amenaza existencial. Vincent Labrune, presidente de la liga francesa, dijo que el asunto es nada más y nada menos que “una cuestión de supervivencia para nuestro deporte”.

Aunque esto suena hiperbólico, al menos tiene su origen en el realismo. Se teme que la violencia pueda tener consecuencias económicas; Roxana Maracineanu, la ministra de Deporte en el país, declaró que el fútbol francés no puede “darse el lujo colectivo” de no aportar el contenido por el que han pagado las televisoras que difunden los partidos de la liga. Sin embargo, también hay inquietudes en torno a que Francia pueda volverse un lugar inhospitalario para que trabajen los futbolistas.

No obstante, aunque las consecuencias potenciales son claras, ha habido menos progreso con las causas. Labrune sugirió que la mejor interpretación del aumento en el desorden es un reflejo del estado pospandémico de la sociedad francesa: “Ansiosa, preocupada, fracturada, pendenciera y —debo decirlo— un poco loca”.

Y, a pesar de todo, esa explicación no aguanta muy bien el escrutinio. Francia no es el único país que se da cuenta cuando surge cierto malestar civil y se convierte, de manera vacilante e incierta, en una nueva realidad incómoda. Frente a la misma realidad, la mayoría de las otras ligas europeas no han vivido nada parecido al aumento significativo de violencia que ha experimentado la Ligue 1.

“Se siente un poco como psicología charlatana decir que el problema está relacionado con una tensión en la sociedad que se manifiesta en el estadio”, comentó Ronan Evain, director ejecutivo de Football Supporters Europe. Según Evain, lo más probable es que la violencia ilustre una falla estructural e institucional.

“Es como si los clubes hubieran perdido un poco de experiencia”, opinó. “En el incidente entre el Lens y el Lille, no hubo ninguna zona neutral entre los aficionados locales y visitantes. No había visto eso en un juego desde hace 20 años, tal vez más. Los clubes ponen mucho énfasis en los protocolos de la COVID-19 para regresar a los estadios. Tal vez no hubo suficiente atención en la seguridad”.

Evain arguyó que este fenómeno tal vez pueda deberse a la pérdida de los experimentados administradores y miembros del personal de seguridad durante la pandemia y describió un paralelo entre la experiencia francesa y las escenas que se desarrollaron en julio en el estadio de Wembley en Londres, cuando miles de aficionados sin boleto atacaron las puertas de entrada el día que Inglaterra jugó contra Italia en la final de la Eurocopa 2020. Este mes, un artículo con una crítica aguda documentó cómo ese día, debido a la falta de vigilancia, los empleados a cargo de la seguridad del estadio se quedaron frente a una situación imposible, y probablemente mortal. “No le puedes pedir a alguien mal pagado, mal capacitado y en malas condiciones laborales que arriesgue su salud para detener a alguien en el campo”, comentó Evain.

Nicolas Hourcade, sociólogo de la École Centrale de Lyon que se especializa en movimientos de aficionados, sugirió que las dificultades económicas que enfrentan los equipos franceses han agravado la falta de experiencia. Francia, por sí sola una de las mejores ligas de Europa, decidió no dar por concluida la temporada 2019-2020 que interrumpió la pandemia y sus equipos todavía se están tambaleando a causa del colapso subsecuente del acuerdo televisivo de la liga.

“Es posible que los clubes no hayan invertido lo necesario en seguridad, lo cual explicaría por qué a veces las medidas fueron insuficientes”, señaló Hourcade.

No obstante, aunque esto puede explicar por qué el fútbol francés ha sido un terreno tan fértil para la violencia, no ofrece información sobre la raíz del problema. Maracineanu, la ministra de Deportes, depositó la culpa en la puerta de los grupos ultra de Francia, tras instar a los líderes a “controlar a sus tropas”. Sin embargo, no es tan sencillo como eso.

En la audiencia de Serriere, salió a la luz que había sido aficionado del Lyon durante 15 años —aunque hubo reportajes que hicieron notar que asistió al tribunal vestido con un uniforme del Bayern de Múnich—, pero no era miembro de una agrupación organizada. En otras palabras, no era un ultra.

“Ha habido incidentes en los que estuvieron involucradas agrupaciones de ultras”, comentó Pierre Barthélemy, un abogado que ha actuado como defensor del movimiento ultra. En específico, Barthélemy citó dos: la invasión del campo en Lens —la cual, según el litigante, se detonó debido a la presencia de “hooligans belgas” que habían ido con los aficionados visitantes del Lille— y un incidente en un partido que estaban boicoteando los ultras en Montpellier.

“Cuando el juego fue suspendido en Niza, se debió a que las autoridades habían permitido que la gente lanzara misiles al campo durante 40 o 50 minutos”, señaló Barthélemy. “No son incidentes organizados. Son espontáneos y la mayoría no proviene de los ultras”.

Sin embargo, en medio de todo existe la sensación de que el estadio se ha vuelto un lugar donde se pueden cruzar los límites y se pueden romper tabúes; donde, después de los primeros 3:54 minutos del partido, cuando la emoción del silbatazo inicial apenas ha desaparecido y el juego apenas ha comenzado, un aficionado puede ver una botella y, sin siquiera saber por qué, agarrarla para lanzársela a un futbolista y asestarle otro golpe a la imagen que el fútbol francés le presenta al mundo.

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