Una final en once años: por qué Pep Guardiola sigue pegándosela en la Champions
Se habla demasiado del Pep Guardiola personaje. Del de las ruedas de prensa, el que cae bien, el que cae mal, el que nos enamora, al que no podemos soportar… Todo futbolero tiene su teoría acerca del técnico de Santpedor: es un visionario, es un presumido, es un tipo educado, es un faltón… Sea como sea la imagen pública de Guardiola, hay dos cosas que nadie puede poner en duda: sus equipos juegan al fútbol a las mil maravillas… y hace once años que no ganan una Champions League.
Pasar once años sin ganar una Champions es algo relativamente habitual. De hecho, lo extraño es haber ganado una alguna vez. Dos, una fantasía. Ahora bien, del mejor entrenador de la década esperamos más. Sobre todo, teniendo en cuenta que en estos once años ha entrenado al Barcelona de Messi, al Bayern de Lewandowski y al Manchester City de los miles de millones en fichajes. Quitando el año que se tomó en blanco tras su marcha del Barcelona, son diez años entrenando equipos muy buenos. Diez años y solo una final: el año pasado, contra el Chelsea, en la que el City apenas tiró a puerta.
Año tras año, se apela a los errores individuales o a la suerte o al “destino” para justificar sus eliminaciones, pero quizá convenga ir más allá: los equipos de Pep tienen serios problemas competitivos llegadas las últimas rondas de la Champions. Dominan perfectamente la parte del juego, la táctica, el orden… pero no consiguen imprimir ese punto de deseo, de desesperación, de convencimiento, que puede decidir una eliminatoria. El fútbol es también eso. Es querer llegar al balón antes, es saber defender centros laterales, es matar el partido en el minuto 85 y que no se juegue más. Eso, a los equipos de Guardiola les cuesta una barbaridad.
En 2012, el Barcelona le pegó un baño tremendo al Chelsea en la vuelta de semifinales. Perdió. En 2016, el Bayern arrasó al Atlético de Madrid en el Allianz. Perdió. En 2021, llegó como máximo favorito frente a un Chelsea al que había ganado con facilidad la Premier League. Perdió. Este año 2022, llegó al minuto 89 del partido de vuelta ante el Real Madrid con un colchón de dos goles para garantizarse la prórroga. Le metieron los dos, no cayó un tercero de milagro y, ya en el tiempo extra, al Madrid le bastaron cuatro minutos para forzar un penalti y meter el tercero. El City era un equipo muerto, como lo fue el Bayern en los diez minutos de locura de Messi en el Camp Nou en 2015.
¿Cuánto de esto es culpa de Guardiola? No lo sé. De entrada, el mérito es llegar ahí año tras año, eso hay que reconocerlo. Pero no puede ser casualidad que sus equipos sistemáticamente se vengan abajo en los momentos decisivos. Parece que les falta sangre, que todo es demasiado académico… y que, cuando se apela a la épica, simplemente no saben hacerlo. Vamos a intentar buscar algunas explicaciones a todo esto, desde la misma perplejidad que tendrán ahora mismo buena parte de los aficionados al fútbol.
Guardiola tiene el control absoluto sobre sus plantillas. Él decide quién renueva, quién se va y a quién hay que fichar. En el City -como antes en el Bayern, y desde luego en el Barcelona- tiene muchísimos millones a su disposición. Ahora bien, él lo que quiere son jugadores inteligentes, que entiendan su manera de jugar -el fútbol de posición, el tercer hombre, los triángulos sobre el campo, la presión ordenada…- más que estrellas. Ayer, el City se jugó la prórroga con Zinchenko, Laporte, Fernandinho, el ciclotímico Sterling y los jovencísimos Foden y Grealish en el campo. Fueron un manejo de nervios. Nadie supo liderar esa nave hacia la portería rival.
Aparte, da la sensación a veces de que Guardiola desprecia las áreas. Desde luego, lo hace en el City. La final del año pasado, con su juego plano y su ausencia de oportunidades, habría hecho pensar en la necesidad de un fichaje diferencial en la punta. Alguien que te haga un gol salido de la nada. Guardiola, en cambio, fichó a Jack Grealish por más de 110 millones de euros. Sí, el mismo Grealish que falló dos uno contra uno en los momentos decisivos. Del mismo modo, Ederson es un portero sensacional en el inicio del juego, con una precisión exquisita en el pase… pero un portero al que le metes dos pases cruzados al área y no sabe si salir, si quedarse, si atreverse, si confiar en sus reflejos… y a sus defensas les pasa tres cuartos de lo mismo.
Kevin de Bruyne puede ser una estrella -aunque, en su mejor momento, el bueno de Bélgica siempre fue Hazard-. También lo puede ser Riyad Mahrez, que ganó una liga con el Leicester City casi él solo. El resto no lo son. No lo es Bernardo Silva, no lo es Gündogan, no lo son los citados Foden, Grealish y Sterling ni, desde luego, lo es Gabriel Jesús. En una liga, eso puede no importar tanto. En una Champions, al máximo nivel, donde te desbaratan todos los planes en cinco minutos, sí que es relevante. El portero hizo aguas, la defensa hizo aguas y los delanteros lo fallaron todo. Eso no es mala suerte. Lo que te dan por un lado -juego fluido, seguridad en el pase, inteligencia en la lectura del juego- te lo dan en el otro: no son depredadores del área.
Lo ideal sería tener jugadores que te combinen las dos cosas. Hay pocos y son caros, pero el City puede pagarlos. El asunto es si quiere. No lo parece. Guardiola sigue pensando que el fútbol, el de verdad, es el que se desarrolla desde el borde de un área al borde de la otra. Ahí, lo borda siempre. El problema es que el resultado lo marcan los goles. Y los goles son, por definición, algo inusual y a menudo imprevisible. Ahí, Guardiola se maneja con desasosiego. Ni encuentra como convertirlos ni cómo defenderlos. ¿Culpa de los jugadores? Puede. Pero al undécimo año, algo habrá que decir del entrenador.
Vídeo | Guardiola: "Si lo han hecho muchas veces, también lo pueden hacer con nosotros"