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Una lágrima por la desaparición del número 10 en el fútbol moderno

El delantero argentino de la Juventus, Paulo Dybala, reacciona al final del partido de fútbol de la Serie A italiana entre la Fiorentina y la Juventus el 21 de mayo de 2022 en el estadio Artemio-Franchi de Florencia. (Foto: FILIPPO MONTEFORTE/AFP vía Getty Images)
El delantero argentino de la Juventus, Paulo Dybala, reacciona al final del partido de fútbol de la Serie A italiana entre la Fiorentina y la Juventus el 21 de mayo de 2022 en el estadio Artemio-Franchi de Florencia. (Foto: FILIPPO MONTEFORTE/AFP vía Getty Images)

Paulo Dybala no parecía, particularmente, listo para despedirse. Cuando destellaron y titilaron las luces del Allianz Stadium en Turín, Italia, su hogar durante los últimos siete años, y “The Best” de Tina Turner comenzó su crescendo, Dybala empezó a llorar. No como cuando una única lágrima elegante rueda por la mejilla. Sollozó. Estaba afligido. El pecho le brincaba porque le costaba respirar.

Cuando los aficionados de la Juventus se pusieron de pie al unísono para aplaudir a Dybala, Leonardo Bonucci, su compañero de años, se apresuró a rodearle la espalda con el brazo. No fue tanto un acto de consuelo como uno de apoyo. Por un momento, dio la impresión de que Dybala, con los ojos rojos y el rostro desencajado, podía tener dificultades para mantener la vertical.

Dybala no quería irse. No de verdad, no en lo más profundo de su ser. Sin embargo, le habían torcido la mano. Su contrato con la Juventus expira la próxima semana. En octubre pasado, estaba preparado para firmar uno nuevo, uno que lo mantendría en Turín durante cuatro años, pero la Juventus lo retiró. El club había programado más negociaciones para marzo, pero nunca se materializaron.

Las cosas habían cambiado en los meses que transcurrieron, les explicaron los ejecutivos del equipo a los representantes de Dybala. El ataque de la Juventus iba girar alrededor de Dusan Vlahovic, un delantero serbio fichado de la Fiorentina en enero. No iba a haber espacio para Dybala, ni en el campo ni en la nómina. Se le había terminado el tiempo. Era libre de irse.

Cuando se le secaron las lágrimas y recuperó la compostura, Dybala tal vez pensó que eso no era tan malo este verano. Los equipos de Europa se siguen recuperando del impacto financiero por la pandemia de covid-19. La mayoría no tiene la cantidad de dinero suficiente como para pagar inmensos fichajes, pero eso no ha atenuado su deseo por mejorar. Este es —como siempre lo iba a ser— el verano de las transferencias gratuitas.

Antonio Rüdiger ya ha aprovechado la situación, al cambiar del Chelsea al Real Madrid. Un excompañero en el Chelsea, Andreas Christensen, hizo lo mismo, al sumarse al Barcelona. En los próximos días, Paul Pogba anunciará su regreso a la Juventus después de que expiró su contrato con el Manchester United. Todos ellos se asegurarán de que ahora al menos parte del dinero que habría terminado en las cuotas de transferencia en el mercado abierto mejor les llegue a sus paquetes de remuneración.

Paul Pogba y Cristiano Ronaldo durante un partido del Manchester United contra Norwich City en Old Trafford. (Foto: REUTERS/Craig Brough)
Paul Pogba y Cristiano Ronaldo durante un partido del Manchester United contra Norwich City en Old Trafford. (Foto: REUTERS/Craig Brough)

Dybala tal vez habría esperado atraer más pretendientes que todos los anteriores. Tiene 28 años, está en la cúspide de sus mejores años. Se podría decir que, durante un tiempo, fue el jugador más dotado en uno de los equipos más exitosos de Europa. Ha ganado títulos de la Serie A y ha jugado en la final de la Liga de Campeones. Anotó 113 goles en 283 juegos con la Juventus. Según cualquier métrica, es un delantero de élite. Firmarlo sería un golpe maestro.

Las cosas no se han dado de esa manera. A falta de una semana para dejar de ser futbolista de la Juventus, Dybala todavía debe encontrar un empleador nuevo. El Inter de Milán, su destino más probable durante semanas, de pronto dejó en pausa la idea, tras haber recuperado a Romelu Lukaku en sus filas. El AC Milán, el campeón que regresó a la cima de la Serie A, sería una alternativa, pero aún no ha surgido una oferta.

Todavía más curiosa es la evidente apatía de afuera de Italia. Dybala, un jugador que había captado las imaginaciones del Manchester United, el Tottenham, el Barcelona y el Real Madrid, ha recibido una solo propuesta seria del extranjero, del Sevilla, ese gran coleccionista de volátiles romperredes argentinos. La trampa es que viene con una importante reducción salarial. Uno de los mejores futbolistas de Italia está disponible sin ningún costo y la mayoría de Europa apenas ha parpadeado.

En parte, esto se debe al mismo Dybala. Sus expectativas salariales descartan a la gran mayoría de los clubes. Su historial de lesiones podría poner a pensar a otros. Su nivel, durante el último par de años, ha sido un poco inconstante, aunque sin duda él dirá que la Juventus casi no ha jugado de una manera en la que pudiera extraer su mejor rendimiento.

De hecho, ese podría ser el factor más pertinente. En una era en la que la mayoría de los equipos juega con alguna versión de un tridente en ataque —dos jugadores abiertos que cortan hacia el centro, un centro delantero empleado para crear espacios—, Dybala no tiene un hogar natural.

Por su inclinación y disposición, es un número 10, una posición que casi ha dejado de existir en el fútbol moderno. Incluso la Juventus, donde el puesto —tanto como el número— tiene cierto “peso”, como lo dijo uno de los ejecutivos del club este año, lo está aboliendo. En la actualidad, el fútbol de élite no tiene un lugar para el jugador que en Italia desde hace mucho tiempo es llamado “fantasista”. Dybala tal vez podría ser el último en la lista.

Sin embargo, el limbo en el que se encuentra Dybala también es parte de una tendencia más generalizada. El fútbol italiano es un ecosistema cada vez más aislado, un mundo propio.

Llegó el momento de decir adiós

El Bayern Munich presenta a su nuevo fichaje Sadio Mane en el Allianz Arena de Múnich, Alemania. (Foto: REUTERS/Andreas Gebert)
El Bayern Munich presenta a su nuevo fichaje Sadio Mane en el Allianz Arena de Múnich, Alemania. (Foto: REUTERS/Andreas Gebert)

Ustedes que no suelen estar expuestos a la complejidad de contenido industrial que existe en el fútbol británico podrían tener la dicha de no estar al tanto de que varios futbolistas retirados han declarado que la transferencia de Sadio Mané al Bayern Munich es mala. A Michael Owen le “cuesta entender” por qué un jugador al que le falta un año de contrato dejaría al Liverpool por un gigante europeo.

Mientras tanto, para Ally McCoist, es “muy extraño”. Paul Merson estaba igual de desconcertado. Dean Saunders cree que Mané, el delantero senegalés, “arruinará los dos mejores años de su carrera”.

Hasta cierto punto, los que salen peor de todo este fárrago confeccionado son los medios futbolísticos del Reino Unido, gracias a su disposición para darles crédito a las palabras de casi cualquiera que haya pateado un balón y su necesidad urgente por prolongar más de lo necesario cualquiera que sea el débil tema de discusión que se haya encontrado en un largo, lento y templado junio.

La realidad es que no hay nada que decir sobre la salida de Mané del Liverpool. De hecho, es una especie de unicornio: un jugador que intercambia un gran club por otro sin ninguna acrimonia.

La lógica detrás de la decisión de Mané es evidente a todas luces: ha estado seis años en Anfield, ha ganado todo y ahora quiere probar algo nuevo. El Bayern Munich le ofrece no solo una garantía de trofeos, sino un lugar constante en (al menos) los cuartos de final de la Liga de Campeones y el tipo de salario que el Liverpool no estaba preparado para pagar.

Es tan simple que incluso la única facción de la que se podían esperar críticas hacia la decisión de Mané, los aficionados al Liverpool, parece satisfecha. Por supuesto que hay una decepción en que ya no existirá el querido tridente ofensivo del club, pero no ha habido nada de furia, resentimiento ni acusaciones de codicia o traición.

Bienvenido a la fiesta de la FIFA. Trae lo que vayas a beber.

Vista exterior del Estadio Azteca el 17 de junio de 2022 en la Ciudad de México, México. México será sede de la Copa Mundial de la FIFA 2026 compartiendo la organización con Canadá y Estados Unidos. Será la primera vez que tres países acojan el torneo internacional más importante del fútbol. (Foto: Héctor Vivas/Getty Images)
Vista exterior del Estadio Azteca el 17 de junio de 2022 en la Ciudad de México, México. México será sede de la Copa Mundial de la FIFA 2026 compartiendo la organización con Canadá y Estados Unidos. Será la primera vez que tres países acojan el torneo internacional más importante del fútbol. (Foto: Héctor Vivas/Getty Images)

En términos ambientales, roza en lo criminal. En términos logísticos, será una pesadilla. Hay demasiados equipos, demasiados partidos y, por envidioso que parezca, demasiados estadios. Si la Copa del Mundo Qatar 2022 amenaza con ser demasiado compacta, demasiado apretada, la versión de 2026 parece ser demasiado extensa, demasiado vasta.

Sin embargo, a pesar de esto, es difícil no encontrar seductora la posibilidad de un Mundial desperdigado por Norteamérica. ¿Una final en Los Ángeles, Miami o (la respuesta correcta, por razones no tan partidistas como podrían parecer) Nueva York? ¿Un regreso a México, al Azteca, el recinto prototípico de la Copa del Mundo? ¿Fútbol en el Arrowhead? Todo esto es perfecto.

Por supuesto que no es por esto que la FIFA le asignó el torneo a Norteamérica. Lo hizo porque será el Mundial más lucrativo de la historia. Perfectamente podría ser el Mundial más lucrativo que vaya a haber. Las propias proyecciones del equipo de la candidatura norteamericana estimaron que la FIFA les dejará a Estados Unidos, Canadá y México con un superávit de 11.000 millones de dólares.

No es que la FIFA necesite el dinero, claro está. Las reservas de dinero de efectivo de la organización ya se cuentan en los miles de millones de dólares. Y, a pesar de todo, sintió la necesidad de exigir varias exenciones tributarias de las ciudades candidatas, solo para que todo el ejercicio fuera una mina de oro más jugosa para sí misma.

No obstante, todo eso solo hace que la pregunta sea más urgente. ¿Qué pretende hacer, exactamente, con la inyección de fondos que producirá 2026? ¿Habrá una mejora repentina y dramática en la cantidad de dinero que puede inyectar en el juego de las naciones futboleras menos desarrolladas?

Un empleado de la FIFA tal vez haya dado la respuesta. Arsène Wenger —de una manera un poco torpe— sugirió este mes que al fútbol le faltaba talento debido a que la infraestructura que se encuentra en África no es tan avanzada como la de Europa. No hay premios por adivinar en quién recae esa responsabilidad. La FIFA ya tiene el dinero para corregir el equilibrio entre Europa y, bueno… el resto del mundo. Después de 2026, no tendrá excusas para no hacerlo.

VIDEO: Gallardo: "Suárez tiene el deseo y el entusiasmo por venir a River"