La paciencia de la próxima gran historia de éxito

BURNLEY, Inglaterra — Cuando analizó adónde iría el verano siguiente, Vincent Kompany se dio cuenta de que entraba en territorio desconocido.

En toda su carrera, había tenido apenas unos momentos para recuperar el aliento. Durante sus días como futbolista, las temporadas pasaban volando: partidos de liga, de copa, europeos, internacionales... todos amontonados uno encima del otro. Los veranos quedaban atrapados en el breve intervalo entre los grandes torneos y las extensas y agotadoras giras de pretemporada.

Como entrenador, si acaso, los veranos de Kompany habían sido aún más frenéticos. No es que esto le cayera de sorpresa: había elegido al Burnley, un equipo que acaba de descender de la Liga Premier a la segunda división inglesa, como su primer trabajo como entrenador fuera de su natal Bélgica. La “Championship” es orgullosa, descarada y alegremente extenuante, una competencia que se identifica a sí misma como una prueba de resistencia. “Tan solo mencionar el nombre es agotador”, comentó Kompany.

Y así había sido. Desde fuera, Kompany y el Burnley habían hecho que todo pareciera más bien fácil. El club había confirmado un regreso inmediato a la Liga Premier tras conseguir el ascenso a falta de un mes. Terminó la campaña con más de 100 puntos. Sin embargo, para Kompany, era una idea equivocada. “Esta liga es brutal”, admitió.

Como prueba, hizo notar la lista de partidos: 46 juegos de liga comprimidos en 39 semanas y el fin de la temporada para el 5 de mayo. “Y tuvimos un mes de vacaciones por el Mundial”, afirmó. En su opinión, la recompensa más valiosa del ascenso no son las riquezas que aporta, sino la posibilidad de no tener que volver a pasar por todo eso.

“Salir de la Liga Premier es la mejor motivación para volver a ella”, mencionó Kompany.

Por supuesto que todo eso había sucedido tal y como lo había esperado. El problema era averiguar qué hacer una vez que se detuviera el movimiento. El Burnley tendría tres meses entre el último partido en la “Championship” y el primero de la próxima temporada en la Liga Premier, una pausa mucho más larga de lo que Kompany había vivido hasta entonces. De repente, había demasiado tiempo.

La solución que se le ocurrió —algo que nunca había intentado, reconoció— fue en esencia darles dos pretemporadas a sus jugadores. Iban a tener dos periodos de vacaciones antes y después de un campamento de entrenamiento en Portugal, un intento por encontrar un equilibrio entre permitirles recargar energía y no permitir que se les atenuara la agudeza.

Sin embargo, él no practicó del todo lo que predicaba. Su temporada no terminó con la conclusión del calendario de la “Championship”. En su primer fin de semana libre en diez meses, asistió a cuatro partidos: tres de la Liga Premier, echándoles un ojo de inmediato a los rivales para la próxima temporada, y uno en Salford, en la cuarta división inglesa.

Esa combinación de la atención al detalle de un perfeccionista y una ética obsesiva del trabajo es característico de Kompany. Es lo que recuerdan con más claridad quienes jugaron con él, sobre todo en el Manchester City: una concentración, un sentido de la responsabilidad y una diligencia que tal vez la encapsula mejor el hecho de que solía anotar en un libro de contabilidad auténtico toda la gran variedad de sanciones (y la gran mayoría justificadas, no era un gobernante injusto) que le imponían como capitán.

Por eso su transición hacia la dirección técnica —primero en el Anderlecht, el club en el que empezó y terminó su carrera como jugador, y luego, en el Burnley— parece tan natural, tan obvia, tan destinada al éxito a todas luces. Claro está que es imposible predecir con certeza qué jugadores serán buenos entrenadores; sin embargo, Kompany parecía una apuesta bastante segura.

Era tan segura que el Burnley no fue su única opción el verano pasado ni su única oferta desde entonces. Kompany tiene una política de no involucrarse en especulaciones de ningún nivel; la única vez que llegó a ponerse nervioso, durante una entrevista en las instalaciones de entrenamiento del Burnley este mes, fue cuando su determinación para no hablar de ello rozó con su inclinación natural a la franqueza.

Y, aunque reconoció que el verano pasado rechazó a varios “clubes muy grandes” para optar por el Burnley de la “Championship” —y por lo tanto se ofreció como voluntario para participar en lo que él mismo describe como una “pelea con un montón de perros hambrientos”—, no quiso entrar en ningún detalle sobre lo que ha sucedido desde entonces.

Por suerte, otros no son tan discretos. Esas voces dicen que el Tottenham se puso en contacto con él tras despedir a Antonio Conte. El Chelsea, un equipo que parece estar permanentemente a la caza de un nuevo entrenador, también lo contactó. El Leeds lo consideró como sustituto cuando despidió a Jesse Marsch. A todos les dijo que no.

Sin duda, este verano, habría recibido más ofertas, no solo por el hecho de que Kompany ascendió al Burnley, sino por el modo en que lo hizo. En el espacio de diez meses, ha remodelado por completo el estilo del club, al tomar un equipo al que durante años lo había definido un estilo brusco, aguerrido y austero y lo llenó de juventud, estilo e ímpetu.

“Me basé en los valores que definieron al Burnley”, mencionó Kompany. “La cultura es diferente al estilo. ¿Qué era antes el Burnley? Trabajador, valiente, duro. Yo les digo a mis jugadores que, aunque ya no seamos el equipo más grande, podemos seguir siendo los más duros, los más listos, los más valientes. Nuestro juego tiene garra. Eso no ha cambiado. No podríamos tener los jugadores talentosos que tenemos si no entendieran lo que es ser jugador del Burnley”.

Tal vez él no lo vea como la transformación que parece ser, pero sin duda es un trabajo impresionante. En lugar de convertir eso en una oferta lucrativa en otro sitio —el puesto de los Spurs sigue disponible y el del Chelsea seguro volverá a surgir en unas semanas—, Kompany optó, justo antes del final de la temporada, por firmar un nuevo contrato de cinco años con el Burnley.

Fue una decisión poco ortodoxa y vagamente herética. El fútbol de élite es un tiburón que siempre avanza. Los entrenadores, al igual que los jugadores, están condicionados a creer que tienen que aprovechar cosas mejores y más grandes en el instante mismo en el que aparecen.

En definitiva, este era el momento de Kompany. Tan solo tiene 37 años —en su infancia, para los estándares de los entrenadores— y ya ha terminado su formación. Ahora era el momento de subir otro peldaño en la escalera hacia lo que muchos suponen que es su destino final e inevitable: remplazar a Pep Guardiola como entrenador del Manchester City, cuando el catalán decida apartarse.

Sin embargo, su decisión de quedarse se debe sobre todo a su convicción de que la velocidad no debe confundirse con el progreso. Kompany sabe que el fútbol ofrece muy pocos “buenos escenarios” para los entrenadores, lugares donde puedan perfeccionar sus habilidades y definir sus métodos sin preocuparse de interferencias innecesarias o de los cambios de humor repentinos y salvajes que pueden llegar tras un par de semanas desalentadoras.

En el Burnley, Kompany siente que ha encontrado uno. “Si estoy con la gente adecuada, eso es una gran ventaja”, afirmó. Avanzar, moverse en la que la mayoría vería como la dirección general de ascenso, tratar la dirección técnica como una serie de desafíos que cumplir y niveles que superar podría no ser el acelerador que parece. Quedarse quieto podría ser una mejor garantía de llegar a donde quiere ir.

c.2023 The New York Times Company