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Mientras los ojos del mundo se fijan en el fútbol, un equipo femenil en el exilio anhela poder volver a jugar

Un grupo de futbolistas afganas calientan como parte de un club de Melbourne, Australia, el 21 de abril de 2022. (Gabriela Bhaskar/The New York Times).
Un grupo de futbolistas afganas calientan como parte de un club de Melbourne, Australia, el 21 de abril de 2022. (Gabriela Bhaskar/The New York Times).

Cuando la selección femenina de fútbol de Afganistán sintoniza algún partido de la Copa Mundial masculina, cada imagen en la pantalla del televisor le genera sentimientos encontrados.

La bandera de cada país ondeando en lo alto. Cada sección del público vitoreando y gritando a todo pulmón. Cada himno nacional resonando en un tono prístino. La selección femenina afgana, aún en etapa de desarrollo después de años de jugar en un país devastado por la guerra, espera algún día tener el nivel suficiente para participar en el torneo de fútbol más prestigioso del mundo.

Pero el torneo masculino de este año, con todo su esplendor y emoción, es solo un doloroso recordatorio de lo distante que sigue siendo esa ambición luego de que las jugadoras huyeron de su país el año pasado cuando los talibanes tomaron el control.

Los talibanes les han prohibido a niñas y mujeres practicar deportes. La selección femenina de fútbol sigue sintiendo el efecto de la prohibición a pesar de que sus integrantes se han establecido en Australia, a 11.200 kilómetros de distancia y a salvo de los talibanes. Debido a que la Federación de Fútbol de Afganistán no reconoce al equipo como una selección nacional oficial, FIFA, el órgano rector del fútbol, tampoco lo reconoce.

Ahora las jugadoras que arriesgaron sus vidas para jugar fútbol dentro de Afganistán y luego volvieron a arriesgarlas para huir y obtener alguna oportunidad de libertad, ya no son elegibles para competencias internacionales. Es por eso que le están pidiendo a la FIFA que restablezca a la selección afgana para que las mujeres puedan representar oficialmente a su país.

“Tuvimos que abandonar nuestro hogar y detener nuestros sueños, pero nuestro objetivo siempre fue volver a jugar como selección nacional”, afirmó Fati, la portera del equipo que vive en un suburbio de Melbourne. (The New York Times no utilizó los verdaderos apellidos por solicitud de las jugadoras, quienes temen represalias de los talibanes).

“Ahora pareciera que no podremos jugar para la selección. Mi corazón no puede soportar esto”, expresó Fati.

Las jugadoras reciben camisetas con la inscripción "AWT", sigla en inglés de "Selección Femenina de Afganistán", como parte de un club de Melbourne, Australia, el 21 de abril de 2022.  (Gabriela Bhaskar/The New York Times).
Las jugadoras reciben camisetas con la inscripción "AWT", sigla en inglés de "Selección Femenina de Afganistán", como parte de un club de Melbourne, Australia, el 21 de abril de 2022. (Gabriela Bhaskar/The New York Times).

“FIFA tiene el dinero y el poder para ayudarnos, pero no está haciendo nada”, agregó.

Khalida Popal, una de las jugadoras fundadoras de la selección nacional femenina afgana y la persona que orquestó la huida del equipo de Afganistán, afirmó: “La FIFA dirá que no quiere involucrarse en la política, pero esto es un tema de derechos humanos y ellos lo saben. Simplemente han decidido ignorarnos”.

Las autoridades de la FIFA, incluidos el presidente Gianni Infantino y Sarai Bareman, directora de fútbol femenino de la federación, no respondieron a las repetidas solicitudes de comentarios sobre cómo la selección femenina afgana podría regresar a la competición internacional, ya que las jugadoras en Australia están listas para jugar y viajar desde hace meses.

Firooz Mashoof, portavoz de la Federación de Fútbol de Afganistán, dijo que la federación afgana no podía hacer nada para ayudar porque, según explicó, la selección nacional femenina se disolvió cuando las jugadoras y el comité de fútbol femenino huyeron del país. Dentro de la nación, los cerca de 50 equipos de fútbol femenino —desde juveniles hasta clubes profesionales— también han desaparecido, afirmó.

La federación aún tiene que hablar del futuro del fútbol femenino con los talibanes, puntualizó Mashoof, porque “la situación de los derechos humanos y sociales de las mujeres en Afganistán no es buena”. Aseguró que la FIFA tendría que intervenir para que algo suceda.

Las jugadoras afganas y algunos activistas de derechos humanos, incluida Minky Worden, directora de iniciativas globales de Human Rights Watch, afirman que eso tiene que suceder ya. Worden señaló que la selección nacional principal masculina, la cual no clasificó para la Copa del Mundo, y otras selecciones nacionales masculinas afganas, como la de niños menores de 14 años, continuaron jugando a nivel internacional mientras que el lado femenino del deporte ha sido clausurado por completo. Esa flagrante desigualdad de oportunidades, aseguró Worden, es una violación de la Carta Olímpica y de las propias reglas de la FIFA con respecto a los derechos humanos y la no discriminación.

“En este momento, la federación afgana está en plena y patente violación de la política de derechos humanos de la FIFA y debería ser expulsada del mundo del fútbol hasta que las mujeres y niñas puedan volver a jugar fútbol en su país y para su país”, declaró Worden. “Los talibanes están quedando totalmente impunes con esas prohibiciones a las mujeres y las niñas. Los órganos rectores mundiales como la FIFA tienen la obligación de frenar lo que está sucediendo”.

Worden afirmó que ya era hora de que el Comité Olímpico Internacional (COI) suspendiera al Comité Olímpico de Afganistán. El COI lo hizo en 1999, luego de que los talibanes les prohibieran a las niñas y las mujeres practicar deportes la primera vez que llegaron al poder, al igual que lo está haciendo ahora.

La acción del COI contra el Comité Olímpico de Afganistán podría concretarse la próxima semana. Mark Adams, portavoz de la organización, afirmó que el COI estaba “muy preocupado por los acontecimientos relacionados con la participación de mujeres y niñas en el deporte en Afganistán” y que la junta ejecutiva revisaría el tema en su reunión del martes.

Si el COI implementa esa suspensión, ejercerá una presión necesaria sobre todas las federaciones internacionales de todos los deportes para que decidan si los atletas afganos pueden participar en competencias internacionales no olímpicas. Pero la FIFA no tiene por qué esperar a que esto suceda. Ya tiene el poder —y el deber, según Worden— de suspender a la Federación de Fútbol de Afganistán por su exclusión de niñas y mujeres, y omitir a la autoridad talibana para que niñas y mujeres puedan competir.

Para las mujeres afganas, el objetivo es volver a jugar bajo el paraguas de la FIFA. Para lograr eso, Popal, quien vive en Dinamarca, ha enviado varios correos electrónicos a las autoridades de la FIFA, pidiéndoles ayuda para reincorporar a la selección afgana. Desde hace muchos meses, no ha recibido respuesta alguna.

El mes pasado, también presentó una queja oficial ante la FIFA, en la que escribió: “Se debe respetar el derecho de todas las entrenadoras y jugadoras a jugar y la FIFA tiene la responsabilidad de garantizar nuestro derecho a representar a Afganistán, incluso desde el exilio”. Al menos media docena de jugadoras actuales y retiradas también han presentado quejas formales, sostuvo Popal.

Nuevamente, no ha habido respuesta.

“Los hombres les quitaron el derecho a las jugadoras de practicar fútbol en Afganistán, y ahora la FIFA les está quitando el derecho a jugar fútbol en cualquier otro lugar del mundo”, sentenció Popal. “Me frustra demasiado que las mujeres no tengan voz. ¿Por qué las mujeres afganas siempre tienen que pagar el precio?”.

Popal y las jugadoras de la selección nacional afirmaron que no buscaban que el COI o la FIFA prohibieran la participación de la selección masculina solo porque ya no existe la selección femenina. Debería haber una manera de que ambas selecciones jueguen, incluso mientras los talibanes controlen el país, afirmaron.

Si la FIFA no está dispuesta a ayudar, Popal afirmó que le gustaría establecer una asociación de fútbol que incluya a todas las jugadoras que vivan en la diáspora afgana y dirigir esa asociación desde fuera de Afganistán. Otros países afectados por la guerra o naciones que restringen los derechos de las mujeres podrían seguir su ejemplo, indicó.

Popal ya tiene algunas ideas sobre organizar una concentración de entrenamiento para las jugadoras de la selección principal que están Australia, las jugadoras menores de 17 años que terminaron en Inglaterra, las jugadoras menores de 15 años que ahora están en Portugal, o cualquier jugadora de fútbol afgana. Durante esa concentración, podría realizarse una prueba para la selección final que, en teoría, jugaría torneos de la FIFA, explicó.

A Fati, en lo personal, le encanta esa idea. Su sueño como joven portera fue jugar en la Copa del Mundo. Pero en este momento, con las restricciones actuales a la selección nacional y la práctica que necesita el equipo afgano para alcanzar el nivel más alto del deporte, lo más cerca que estará Fati de ese sueño es cuando la Copa Mundial Femenina se celebre en Australia y Nueva Zelanda el próximo año. Melbourne, el nuevo hogar de Fati, será ciudad anfitriona.

Mientras espera a conocer su destino con la FIFA, la selección afgana ha estado jugando en el club profesional Melbourne Victory, el cual financia sus viajes, entrenamientos y equipamiento. El equipo compitió en una liga estatal y terminó tercero en su división.

Pero las jugadoras quieren mucho más.

“Estoy tan enojada con la FIFA en este momento”, declaró Fati. “Siempre dicen que el fútbol es una familia y que ellos cuidan a su familia futbolística. Pero no es cierto. No les interesamos. Nos han olvidado”.

© 2022 The New York Times Company