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Novak Djokovic se juega en Australia que no se le pase el arroz de la Historia

Tennis - ATP Finals - Pala Alpitour, Turin, Italy - November 20, 2021  Serbia's Novak Djokovic reacts after losing his semi final match against Germany's Alexander Zverev REUTERS/Guglielmo Mangiapane
REUTERS/Guglielmo Mangiapane

Novak Djokovic es un personaje desconcertante. De ahí, obviamente, su atractivo. Todos los años luchando contra los amores establecidos, al margen de la pasión del gran público por Federer y Nadal. Labrando un palmarés de ensueño sin grandes alharacas, como si fuera llegando el último a todos lados para recoger lo que queda de la fiesta ajena. Siempre con un punto de "antihéroe", de hombre a la sombra. Siempre quejándose de esa condición y a la vez cultivándola. Siempre a punto de caer en lo fácil para acabar volviendo a refugiarse en el lado oscuro.

Por palmarés, es casi imposible dudar que Djokovic es el mejor jugador de la historia. Otra cosa es que el palmarés lo sea todo, porque entonces mi hijo de siete años podría determinar al mejor jugador de cada deporte sin haber visto ni un partido. En cualquier caso, después de ganar tres grandes este año y quedarse a un partido de completar el Grand Slam, algo que solo Rod Laver ha conseguido en la Era Open (1969), parecía por fin haber consenso en que el serbio estaba un peldaño por encima de todos sus competidores de todos los tiempos... y que, si el problema era el triple empate a veinte grandes, muy pronto se iba a solucionar.

Tan claro lo debe de ver Djokovic, tan entregado está a su condición de estrella indiscutible, que parece muy dispuesto a sabotearse, como si se sintiera incómodo en el elogio y necesitara la sombra de la duda. Lleva tiempo insinuando que no va a ir al Open de Australia si se ve obligado a vacunarse. Todo esto sin reconocer siquiera si se ha vacunado o no. Puede que decida que él sí se vacuna, pero que sabotea el torneo porque le parece injusto que obliguen a los demás a hacerlo. Puede que aparezca con cualquier otra historia y acabe quedándose en casa mientras los demás se juegan el primer grande de la temporada, el mismo que él ha ganado nueve veces, las tres últimas de forma consecutiva.

A los 34 años, no sé si Djokovic está para saltarse muchos torneos de esta envergadura si quiere disipar las pocas dudas que quedan sobre su supremacía generacional e histórica. Si algo se ha demostrado en este final de temporada es que tiene ya casi a su altura a dos animales de las pistas duras que no se lo van a poner nada fácil: Tsitsipas y Zverev. Si a eso le unimos la incógnita de Rafa Nadal en tierra batida y la posible mejora de Stefanos Tsitsipas en esa misma superficie, lo mismo nos estamos equivocando al dar por hecho que Djokovic va a ganar tres o cuatro grand slams más. Lo mismo no le es tan fácil.

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Vamos a dejar a un lado, por el momento, el pésimo ejemplo que da Djokovic en esta cuestión. Este "sí pero no", esta duda constante cuando viene justo de un país y de una zona de Europa donde la ola de otoño ha dejado más muertes por Covid que en ningún otro momento de la pandemia. Precisamente, por el empeño en no vacunarse. Puede que esto no se sepa en España porque estamos a otras cosas, pero noviembre está siendo el mes con más muertos por Covid en Serbia. Más que en marzo y abril de 2020, más que en enero y febrero de 2021. Mientras que en España se ha vacunado más del 80% de la población total, en Serbia no llega al 45%. No es el momento de ser ambiguos.

En cualquier caso, insisto, vamos a dejar eso a un lado y centrarnos en las repercusiones deportivas de que Djokovic deje pasar su slam favorito, dejando el récord en solitario para más adelante. Bueno, de entrada, hay que repetir lo que decíamos antes: Roland Garros siempre va a ser un territorio moderadamente hostil y el US Open se le da tradicionalmente mal. La lucha en pista dura va a ser atroz en los próximos años y dar por hecho que Djokovic va a dominar siempre es absurdo. Queda la hierba, eso sí, donde no se le ve posible rival a corto plazo. Si al final no va a Melbourne, la posibilidad más factible de que el serbio gane su vigésimo primer grande será Wimbledon. Ojo, en cualquier caso, a los grandes sacadores como Berrettini o el propio Zverev.

El problema es que, para cuando llegue Wimbledon, y aun en el caso de que ahí ganara Djokovic, lo mismo Nadal ha ganado antes Roland Garros. Yo sé que esto es arriesgar mucho porque hablamos de un tipo que tendrá por entonces 36 años, que lleva veinte de profesional y que arrastra meses sin competir por una lesión. Ya, ya... pero es Rafa Nadal y es Roland Garros. Si Federer se quedó a un punto de ganar Wimbledon con casi 38, ¿cómo vamos a descartar al mallorquín en un torneo que ha ganado trece veces? Aparte de Djokovic y el mencionado Tsitsipas, ¿qué rivales de entidad va a encontrarse en 2022?

Por todo ello, si a Djokovic de verdad le importa que no haya dudas sobre su estatus como número uno histórico (y todo apunta a que es así, aunque quién sabe), saltarse el Open de Australia es una locura. Lo que se puede ganar hoy no vuelve mañana. Saltárselo, además, para multiplicar las dudas sobre un fármaco que está salvando millones de vidas en todo el mundo mientras sus compatriotas mueren más que nunca es un despropósito. Pero, en fin, es Djokovic. Hay que quererlo como es o no quererlo en absoluto, ustedes eligen.

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