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YouTube, Spotify, Netflix y cómo varias generaciones no saben lo privilegiadas que son

Las nuevas generaciones desconocen cuán difícil era acceder a contenido hace años.(Getty Images).
Las nuevas generaciones desconocen cuán difícil era acceder a contenido hace años.(Getty Images).

¿Sarcasmo o realidad? Una youtuber soltó una bomba de relojería en Twitter que no tardó en estallar.

“Mmmm la peñita pretende que paguemos Netflix, HBO, Prime Vídeo, Disney +, AppleTv... etc etc cada mes? + pagar el móvil e internet? Es una locura shavales STOP THE MADNESS”, publicó en un tuit.

Su mensaje recibió miles de interacciones y las hubo para todos los gustos, desde personas que la criticaron hasta la saciedad por su ignorancia sobre la realidad de las plataformas y sus producciones, a otras que la defendieron tras afirmar que estaba siendo sarcástica. Hubo otro nutrido número de usuarios que empatizaron con una realidad que gusta poco o nada a las nuevas generaciones: pagar por consumir contenidos.

El fácil acceso a todo tipo de medios a través de Internet ha facilitado tanto las cosas y los tiempos han cambiado de tal manera que hay quien no vivió la época en la que el conocimiento había que pagarlo, y ya no hablemos del entretenimiento. Hace no muchos años, los estantes de las casas contaban con unos libros gordos cuyas portadas eran idénticas entre ellas y que ocupaban mucho espacio. Raro, ¿verdad? A eso se le llamaba enciclopedia, y cada libro era un tomo. Las había de Historia, de Arte… de todos los temas habidos y por haber.

El dar por sentado el acceso a contenido gratuito puede degradar a la juventud. (Getty Images)
El dar por sentado el acceso a contenido gratuito puede degradar a la juventud. (Getty Images)

Los hijos adolescentes de las familias que las tenían se ahorraban ir a la biblioteca cada vez que debían hacer un trabajo para la escuela y lo dejaban para última hora. Los más curiosos ojeaban los tomos de manera aleatoria y había quien no sabía ni lo que era un índice. Esas enciclopedias eran auténticas reliquias, ya fueran antiguas o contemporáneas, porque en ambos casos guardaban un romanticismo y una labor de documentación encomiables. Eso se veía reflejado en su precio. Tener una enciclopedia puntera era una inversión costosa que valoraba el trabajo de aquellos que las escribían.

Sumergirse en sus páginas era compatible con ir a un videoclub y abalanzarse sobre el último estreno. Si la película era un taquillazo, había pocas opciones de alquilarla a la primera. Siempre estaba la alternativa de apuntar tu nombre en la lista de espera e intentar persuadir a la dependienta o dependiente para que se portara. Los días o las semanas se hacían eternos antes de que esa cinta VHS estuviera entre tus manos, y entre medio, llamadas telefónicas al establecimiento - no muchas porque costaban dinero - y visitas a otros videoclubs para ver si había mejor suerte. La paciencia y la perseverancia eran dos cualidades claves para poder disfrutar de un viernes de cine a buen precio.

Las horas no pasaban cuando recibías como regalo un CD de tu grupo favorito o te aventurabas a escuchar aquellos vinilos familiares que durante años estuvieron prohibidos. Devorar las carátulas, poner canciones en bucle o soñar con verles en directo. Qué diferencia en comparación con las cintas y el Walkman. Incluso un VHS con ellos en concierto hubiera sido un lujo caído del cielo. Aquellos niveles de atención a un álbum, a una canción específica o a las fotografías de la banda no tenían precio… bueno, sí lo tenían, y no era barato para la juventud.

Closeup of young girl listening to nineties music on boombox or CD player
Closeup of young girl listening to nineties music on boombox or CD player

En la actualidad, las puertas están completamente abiertas. El acceso al conocimiento y al entretenimiento se percibe como un derecho merecido por defecto en lugar de como un lujo. Eso cambia por completo la percepción de las cosas porque ya no hay que elegir qué enciclopedia tener en casa y cómo hacer para pagarla a plazos, ya que dos palabras en un buscador y un click son suficientes para entender aquello que queramos. Porque las producciones audiovisuales se han multiplicado exponencialmente a través de plataformas que siguen siendo más económicas que ir al videoclub, y si no, en YouTube ya se puede ver casi todo, incluidos los conciertos de tus grupos favoritos.

Aquella imaginación pasó a la historia para dar paso a la inmediatez, a tener álbumes o discografías completas en Spotify en lugar de una limitación de alrededor de 10 canciones en un disco. Apenas se valora el que hace décadas eso hubiera sido una ostentación. Y si no hay acceso, pues descargas pirata, claro que sí, porque yo lo valgo. Hay tanto contenido que los padres deben luchar contra la tentación de tener a sus hijos pegados a la pantalla de un celular, un iPad o una computadora. A veces esa tentación les puede.

Con sus defectos y con sus virtudes, el actual acceso a todo es una realidad. Su buen uso puede ser magnífico siempre y cuando a las generaciones futuras no se les olvide que detrás de las artes hay artistas que se estrujan el cerebro para que sus creaciones lleguen al público, y eso no es gratis. Lo contrario es crear individuos que perciben el contexto actual como un privilegio, algo que se ve reflejado en su comportamiento en otras facetas de la vida. Son aquellas personas que se sienten con el derecho de tenerlo todo al alcance de la mano.

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