El verano de impacto y sorpresas que el Chelsea planificó meticulosamente

Aquel verano, a David Dein le pareció como si estuviese bajo ataque, junto con todo el fútbol inglés. En junio de 2003, Roman Abramovich, el enigmático multimillonario ruso, llegó al Chelsea y exterminó el mercado de fichajes, prodigando grandes sumas de dinero aparentemente a cualquier jugador de élite que pudiera conseguir.

Nadie podía competir, y casi nadie pudo resistirse. Hernán Crespo y Adrian Mutu vinieron desde el Inter de Milán y del Parma, respectivamente; Joe Cole salió del West Ham United y Juan Sebastián Verón llegó desde el Manchester United el mismo día. “Roman Abramovich estacionó su tanque ruso en nuestro jardín del frente”, dijo en su momento Dein, “y nos está disparando con billetes de 50 libras”.

Unas semanas después, el propio Dein se encontró bajo la mira. En el centro de Londres, durante un almuerzo en un restaurante, dos de los emisarios de Abramovich hicieron una serie de ofertas por la joya de la corona del Arsenal, el delantero Thierry Henry.

En cierto momento, la puja eclipsó considerablemente los 77,5 millones de dólares que el Real Madrid había pagado por Zinedine Zidane dos años antes. Si un solo jugador del Arsenal tenía tanto valor, Dein les preguntó a sus comensales, “¿por qué no compraron todo el club?”.

Este verano también se ha sentido un poco como aquel, esa misma sensación de impacto y sorpresa. En medio de una pandemia global, mientras a la Premier League le preocupa un posible déficit de ingresos de 908 millones de dólares, con estadios que permanecen vacíos, el fútbol europeo bordea un agujero negro financiero de 4500 millones de dólares, pero el Chelsea ha arrasado con el mercado.

Antes del golpe del coronavirus, se había llegado a un acuerdo de 51 millones de dólares para fichar a Hakim Ziyech, el armador del Ajax. Cuando el Liverpool perdió el tiempo tratando de firmar con el atacante alemán Timo Werner, el Chelsea se adelantó, con 68 millones de dólares. Ben Chilwell del Leicester City costó 63 millones de dólares. A Thiago Silva, el experimentado defensa brasileño, se le alejó de la oferta de contrato que le hizo la Fiorentina, mientras que el joven defensor, Malang Sarr, llegó al club en otro traspaso sin costo. Y, finalmente, por una cuota que podría alcanzar los 90 millones de dólares, el Chelsea convenció al Bayer Leverkusen de dejar ir al delantero de 21 años, Kai Havertz.

Es posible que se logren más acuerdos en el futuro: Rennes, el club francés, ha confirmado que se encuentra discutiendo la venta al Chelsea del arquero Edouard Mendy por un monto cercano a los 25 millones de dólares; el centrocampista del West Ham y la selección inglesa, Declan Rice, por su parte, tendría un costo cercano a los 45 millones de dólares. Se respira un aire “del comienzo del camino” para una nueva versión del club, según afirma Frank Lampard, quien era un jugador activo del equipo cuando Abramovich llegó y ahora es el entrenador encargado de convertir esas costosas piezas en un grupo cohesionado.

Esto también fue así en 2003. Pero, aunque se entienda el deseo de ver esto como una repetición del verano cuando el Chelsea sacudió al mundo —tal comparación es una prueba de que, ahora, Abramovich debe reanudar su compromiso con el club, el proyecto y el deporte— las diferencias entre esa época y la actualidad, no sus similitudes, son las que son instructivas.

En ese momento, Dein tenía razón al afirmar que el planteamiento del Chelsea era un poco disperso. Abramovich quería lograr un impacto, no solo adquirir jugadores sino alterar el mercado lo suficiente como para que nadie pudiese competir —una estrategia adoptada, en el verano de 2017, por el Paris Saint-Germain— y no solo quería lograr victorias sino alcanzarlas rápidamente.

Esa urgencia, aunada a una inevitable falta de experiencia en el mercado de fichajes, le dio al Chelsea un aire de niño en una tienda de caramelos. En ese entonces, el fútbol inglés estaba menos preocupado por los modelos de reclutamiento, los perfiles de equipos y las filosofías en general, pero aun para los estándares contemporáneos, los fichajes del Chelsea eran eclécticos.

Había jugadores jóvenes y experimentados, dos punteros, tres arqueros y cuatro mediocampistas. En retrospectiva, de esas primeras adquisiciones solo Claude Makelélé y Damian Duff podrían considerarse éxitos incondicionales.

En todo caso, el verano de 2020 ha sido el polo opuesto. Tal y como lo ha señalado Jürgen Klopp, entrenador del Liverpool, el privilegio del Chelsea es que el impacto de la pandemia no afectó fundamentalmente sus planes, al menos no de manera negativa, porque los retos económicos que enfrentan sus rivales sirvieron para despejarle el camino. Pero eso no hace que sea una “juerga”, al menos en el sentido tradicional. El enfoque del Chelsea en estos últimos meses ha sido quirúrgico, preciso y se ha desarrollado durante varios años.

A principios del año, el Chelsea formaba parte de un grupo que incluía al Liverpool, a los dos clubs de Manchester, al Bayern Munich y al Real Madrid. Pero, en privado, el club inglés se sentía seguro de haber trabajado lo suficiente como para resultar victorioso.

Su destreza resultó fortalecida, por supuesto, por los distintos efectos que causó la pandemia en sus supuestos rivales —para la primavera era evidente que el Chelsea era, por un amplio margen, la opción más viable— pero esto no fue un acto de oportunismo; el club lo había planeado así.

En ese sentido, este verano no ha sido un regreso a esos primeros días después de la compra de Abramovich; el dinero que ha transformado al equipo se acumuló a lo largo de varios años, son las ganancias de la granja de préstamos que imaginó en un principio Michael Emenalo, el exdirector deportivo del club, y a eso se suman las ventas de Eden Hazard y Álvaro Morata.

Ese dinero no se usó para fichar a una falange de nombres famosos que podrían o no encajar en el club sino para adquirir objetivos a largo plazo, jugadores identificados como los mejores candidatos para mejorar a una escuadra forjada alrededor de un núcleo de los mejores jóvenes de la academia del Chelsea. Es una iniciativa de reclutamiento que no está signada por la urgencia sino por la paciencia. En vez de demostrar que el Chelsea es el mismo equipo que solía ser, ilustra lo mucho que el club ha cambiado.

This article originally appeared in The New York Times.

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