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Una atleta española, desaparecida en una guerra en el centro de África

Grupo de mujeres atletas corriendo una prueba de resistencia en un estadio.
Trihas Gebre (derecha) representando a España en la prueba de 10.000 metros de los Juegos Olímpicos de Río 2016. Foto: Shaun Botterill/Getty Images.

Trihas Gebre es una de las atletas más importantes de España. Especializada en carreras de larga distancia, es la vigente campeona nacional de 10.000 metros, posee el récord nacional de media maratón y ha representado al país en campeonatos europeos, mundiales y en Juegos Olímpicos. Ahora mismo, sin embargo, lo que causa no es admiración, sino preocupación, porque sus compañeros y amigos no saben nada de ella desde hace unos cuantos meses.

Trihas, de 30 años, tiene nacionalidad española porque llegó en 2010 a Guipúzcoa para correr la Behobia, la carrera popular de San Sebastián, y se quedó allí. Su lugar de origen es Etiopía, concretamente la ciudad de Wukro, en el estado norteño de Tigray. Ante el estallido de la pandemia del coronavirus que paralizó todas las competiciones, y teniendo en cuenta que su padre había sufrido un accidente de tráfico grave el año pasado, quiso volver en abril para estar pendiente de su familia.

El problema es que en Tigray ha estallado una guerra. La situación ya era tensa en los últimos meses, pero a partir del pasado noviembre el conflicto subió de intensidad y se vivieron enfrentamientos armados. Esto ha llevado a una interrupción de las comunicaciones y a desconocer cualquier dato sobre su paradero o su estado.

Lo cuenta Íñigo Eseverri, compañero habitual en los entrenamientos de Gebre en San Sebastián, en el Diario Vasco: “No hay forma de saber cómo está. Lo he intentado llamando, por WhatsApp, Facebook... y como tiene nacionalidad española, probé suerte incluso a través de la embajada. Me han respondido, pero seguimos sin saber nada. Les he pasado las coordenadas pero me dicen que en estos momentos es imposible que puedan ir. La última vez que conseguí hablar con ella fue en septiembre”. En este sentido hay que destacar que la distancia entre Adís Abeba, capital etíope donde se encuentra la delegación diplomática española, y Wukro es de casi 1.000 kilómetros.

Campesino andando delante de un tanque abandonado.
Un campesino camina delante de un tanque abandonado que pertenecía al ejército de Tigray. Foto: Eduardo Soteras/AFP via Getty Images.

La preocupación es comprensible, porque el ambiente en Tigray se han puesto muy feo. En la región vive el pueblo del mismo nombre, una de las muchas etnias que componen Etiopía, con lengua propia sensiblemente diferente al ahmárico estándar que funciona como idioma común de comunicación en el país. En principio, el grupo estaba bien integrado en el conjunto etíope: el partido mayoritario entre los tigray, el Frente de Liberación Popular de Tigray (FLPT), formaba parte de la coalición que llevaba gobernando el país desde el fin de la guerra civil de 1991. De hecho, durante buena parte de ese tiempo el presidente etíope fue el tigray Meles Zenawi.

Pero tras el fallecimiento de Zenawi en 2012 el panorama se fue enturbiando, hasta el punto de que el FLPT se negó a integrarse en la refundación de la coalición gobernante, que desde 2019 se llama “Partido de la Prosperidad”. La llegada al poder de Abiy Ahmed Ali, de la etnia oromo procedente del centro y sur del país, puso todo aún más difícil, porque este acusó a los mandatarios de la región de tigray de “socavar su autoridad”. Factores recientes que han aumentado más la tensión son la cercanía de Ali al gobierno de la vecina Eritrea, a quienes los tigray consideran un enemigo, y el hecho de que las autoridades centrales se negaron a admitir los resultados electorales regionales del pasado septiembre (en las que, por supuesto, ganó el FLPT) alegando que todos los comicios quedaban suspendidos hasta el fin de la pandemia, y además cortaron la financiación estatal a la administración local.

A esto se suma el nivel creciente de autoritarismo del gobierno de Adís Abeba, enfrentado a países de su entorno como Sudán o Egipto por la construcción de una presa enorme en el Nilo. La excusa etíope es abastecer de electricidad a su industria y fomentar el crecimiento económico de una de las naciones más pobres del continente, pero los vecinos del curso bajo del río temen que se reduzca signficativamente el caudal de agua que les llega, lo que les supondría el colapso absoluto.

En este punto, tal como nos cuenta el periodista especializado en asuntos africanos Jaume Portell, entra en juego el sistema de intereses de las distintas potencias tanto regionales como globales. Estados Unidos, China y los países del golfo Pérsico (especiamente Arabia Saudí) mantienen sus ojos en una región de gran interés desde el punto de vista estratégico. Influye también la delicadísima situación económica etíope: Portell relata que “el FMI está aplicando un plan de ajuste estructural de los de toda la vida, con grandes privatizaciones; la moneda se ha desplomado y están muy endeudados en dólares”. Así las cosas, la posibilidad de que la tensión vaya a más y se desencadenen más conflictos no es ni mucho menos descabellada.

Con un clima cada vez más enrarecido, Tigray impidió asumir su puesto a un general designado por Ali (con la excusa de reforzar la presencia militar en la frontera norte, la de Eritrea, país con el que hubo guerra hace dos décadas a cuento de unas fronteras no muy bien delimitadas) y este acusó al FLPT de terrorismo y de perpetrar un ataque contra un campamento del ejército etíope. Ali, ganador del premio Nobel de la Paz en 2019, ordenó cortar los suministros de electricidad, teléfono e internet en la región y desplegó más tropas. Se considera el 4 de noviembre como la fecha de inicio de los combates.

La información que llega al respecto es muy confusa, debido a que ambas partes acusan a la otra de difundir noticias falsas y al citado corte de las telecomunicaciones. Se habla de centenares de miles de soldados en cada tropa, de batallas con centenares de muertos, de masacres y bombardeos aéreos contra la población civil por ambas partes y de decenas de miles de refugiados cruzando a Sudán por la frontera del oeste (se da la circunstancia de que en el propio Tigray ya había otros refugiados: eritreos que escaparon hace tiempo de la también convulsa situación en su país). Volviendo a Gebre, Eseverri no descarta que la corredora y su familia se encuentren entre este grupo de desplazados. “No sabemos dónde está”, insiste.

La española no es la única atleta de élite afectada por tan dramática situación. Letesenbet Gidey, vigente plusmarquista mundial de 5.000 metros y también nativa de Tigray, se encuentra igualmente en paradero desconocido. Tenía previsto haber participado el pasado 6 de diciembre en la media maratón de Valencia, pero los organizadores anunciaron un día antes que la guerra le impedía salir del país. Desde entonces tampoco se sabe nada con certeza de ella.

Refugiados tigray haciendo cola en un campo en Sudán.
Campo de refugiados de Hamdayit, en el estado sudanés de Kassala, que acoge huidos de la guerra en el vecino Tigray. Mahmoud Hjaj/Anadolu Agency via Getty Images.

No obstante, dentro de la incertidumbre parece haber algún motivo para la esperanza. Aunque la guerra no ha terminado, se cree que no le queda mucho, puesto que las tropas gubernamentales se están imponiendo. De hecho, el 28 de noviembre el ejército etíope afirmó haber capturado Mekele, capital de Tigray, aunque las comunicaciones no se han restablecido aún y el FLPT asegura que sigue luchando. Esperemos que esta pesadilla que ya dura un mes y una semana no se alargue más.

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