En el Tour de Francia solo da positivo el que hace los tests

SARRAN CORRÈZE, FRANCE - SEPTEMBER 10: Start / Egan Arley Bernal Gomez of Colombia and Team INEOS Grenadiers / Mask / Covid Safety Measures / Detail view / during the 107th Tour de France 2020, Stage 12 a 218km stage from Chauvigny to Sarran Corrèze 658m / #TDF2020 / @LeTour / on September 10, 2020 in Sarran Corrèze, France. (Photo by Thibault Camus -
Photo by Thibault Camus -Getty Images

El pasado martes 8 de septiembre, toda la comunidad ciclista contuvo el aliento a la espera de los resultados de los PCR realizados el día anterior a la caravana del Tour de Francia. Las perspectivas no eran buenas: Francia anda en plena segunda ola, con una subida de casos que les coloca en niveles incluso superiores a los de marzo-abril aunque, como sucede en España, este aumento se debe tanto a una transmisión comunitaria del virus como al aumento de tests y la detección de más casos leves y asintomáticos. Para hacerse una idea exacta, cuando empezó el Tour, Francia notificaba una media de 4.932 casos diarios mientras que menos de dos semanas después ya va por 7.297.

El miedo, pues, era razonable: una oleada de positivos como las que estamos viendo en otros deportes sin burbuja (fútbol, baloncesto, béisbol...) sería devastador para la carrera y su imagen. Todo el pelotón vive del Tour de Francia. Las pérdidas serán enormes en cualquier caso esta temporada... pero si al menos se salva el Tour es probable que los patrocinadores se planteen renovar, que el dinero fresco entre en caja y que con él se puedan seguir pagando sueldos razonables no ya a las grandes estrellas del pelotón, que ya tienen para varias vidas, sino para los “jornaleros”, los séptimos u octavos hombres de cada equipo cuyo trabajo pende de un hilo.

Recordemos, además, la regla por la que en caso de que dos miembros de un mismo equipo -sean corredores, masajistas, equipo técnico...- den positivo, todo el equipo hace las maletas y se va. Una regla que la organización se saltó incluso antes de empezar la carrera para no mandar al Lotto a casa, pero bueno. Al final, después de tantos temores, los positivos solo fueron cinco: el patrón de la carrera, Christian Prudhomme, el único que en un principio saltó a los medios y que copó toda la atención de los periodistas... y los de cuatro miembros del staff de cuatro equipos distintos, todo muy equilibrado: Ineos, Mitchelton, Cofidis y AG2R.

No hubo, por tanto, descalificaciones y el show pudo continuar. Lo que sí hubo es suspicacia. Es raro que se hagan tests a casi 1.000 personas y parezca que el que carga con todo el peso del virus es el que más interés tiene en que la carrera siga sin sobresaltos. Conste que yo estoy convencido de que los resultados son verdaderos. Raros, pero verdaderos. No ya porque no crea que una organización pueda falsear u ocultar determinados datos en espera de una milagrosa mejoría súbita -caso Fuenlabrada- sino porque sospecho que el ministerio de Salud francés algo tendría que decir al respecto. No puedes dejar pasear de punta a punta del país a un grupo tan numeroso si se sabe que el virus anda esparciéndose por ahí. Eso ya no es competición, es salud pública.

Con todo, cada día vemos las imágenes y nos asombran: los aficionados apiñados en las cunetas -sí, en menor número porque septiembre no es julio, pero aun así-, algunos de ellos sin mascarilla, y los corredores ahí apretujados, sin distancia alguna, charlando entre sí o recibiendo los ánimos casi en la cara del exaltado de turno. El riesgo es innegable pero ya hemos hablado varias veces de que parece que este deporte solo pueda sobrevivir forzando el riesgo al límite. ¿Cómo es posible que con todas estas circunstancias dándose a la vez los corredores estén completamente limpios? Me temo que solo se puede apelar al factor suerte. En esta pandemia el factor suerte ha estado muy infravalorado porque se sigue buscando una causa a cada consecuencia y es más fácil culpar que asumir. La suerte existe y el virus no contagia linealmente, al peso. Se ceba en algunos contextos y deja incomprensiblemente libres otros.

Puede que el Tour sea uno de esos contextos en los que, por lo que sea, el virus no anide. Se habla en los últimos días de pequeñas “burbujas” dentro de determinados equipos: corredores que no se juntan con otros corredores fuera de la carrera, condiciones extremas de seguridad en los hoteles y un largo etcétera, pero eso suena a marketing más que a otra cosa. Lo cierto es que esta gente está en contacto constante con otra gente y está en contacto entre sí. Y con el organizador, no digamos. Es bueno que se tomen medidas y se proteja a los corredores, pero vuelve a haber ese tufillo de que otro deportista no aceptaría estas condiciones. No aceptaría los gritos sin protección de los aficionados, las llegadas tumultuosas ni prescindir de la obligada cuarentena después de que alguien con quien han convivido haya dado positivo.

Se ha aceptado, al menos en Europa, que el deporte tiene un estatus distinto en relación con el coronavirus. Leyes propias. Supongo que lo necesitamos demasiado y las autoridades tienen miedo de prescindir de un factor tan importante de cohesión y entretenimiento. Aun así, tal vez convenga un poco más de vigilancia y de contundencia: si en una muestra de 1.000 personas (por redondear) tienes cinco casos que no están relacionados entre sí, la situación empieza a ser preocupante. ¿Hay un foco común, de verdad no tenían relación, con quién más han estado interactuando? No se pregunta y por lo tanto no se responde.

El Tour debe continuar y debe continuar con Egan Bernal, con Primoz Roglic, con Tadej Pogacar y ese largo etcétera de estrellas. Al ciclismo le va la vida en ello y no creo que se vayan a andar con medias tintas. Si hay que modificar el máximo de contagiados por equipos, es posible que se haga mientras el gobierno lo permita. Siempre habrá justificaciones, no es nada nuevo en este deporte. En medio, los corredores, un poco como conejillos de indias que a su vez necesitan la competición y necesitan el dinero. Son jóvenes e inconscientes, que diría Laurent Fignon. Ni siquiera saben cuándo van a tener una nueva oportunidad. Se acerca el otoño.

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