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Los japoneses ya no quieren los Juegos Olímpicos: ¿ahora qué?

Directivos del comité de organización de Tokio 2020 caminan cabizbajos tras dar una rueda de prensa.
Directivos del comité de organización de Tokio 2020 tras una rueda de prensa. Foto: Issei Kato / Pool / AFP via Getty Images.

En condiciones normales, ahora mismo estaríamos mordiéndonos las uñas de la emoción por los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 que tendrían que empezar el próximo día 22 de julio. Delegaciones de atletas de todas partes del mundo ya habrían llegado a la capital japonesa, los periodistas estaríamos especulando con las maravillas (probablemente hipertecnológicas y con robots por todas partes) que nos ofrecería la ceremonia inaugural, y ya haríamos quinielas sobre quiénes serían los deportistas que nos iban a dar alegrías, los candidatos a medalla más inesperados o las próximas futuras estrellas. Todo eso, claro, en condiciones normales.

Porque el coronavirus lo puso todo patas arriba. La pandemia que azota al mundo forzó, en primera instancia, la retirada de varios participantes, temerosos de contagios masivos, y más tarde la decisión oficial de posponer los Juegos un año. Se han reprogramado para el verano de 2021, también entre finales de julio y primeros de agosto, y esas son las fechas vigentes ahora mismo, así que el verano que viene habrá competición. ¿O no?

Visto lo visto, no deberíamos estar muy seguros, ya que a todas las numerosísimas posibilidades de que algo se tuerza en un escenario apocalíptico como el que estamos viviendo se ha sumado una más: el apoyo popular. O más bien su falta. Con la que está cayendo, el pueblo japonés ya no quiere acoger algo tan complejo como unos Juegos Olímpicos.

Así lo asegura la encuesta que ha hecho Kyodo News, la agencia de noticias más importante de Japón. Según los datos publicados ayer, ahora mismo solo un 23,9 % de los habitantes del país del Sol Naciente están a favor de que la cita se mantenga. Un grupo mucho más numeroso (36,4 %) es partidario de retrasar más todavía su fecha, mientras que bastantes otros (33,7 %) creen que lo mejor sería directamente la cancelación.

El motivo fundamental era fácil de prever. La inmensa mayoría (75,3 %) de los que optan por retrasar o suspender los juegos creen que de aquí a un año no va a haber dado tiempo a contener al virus. Precisamente, la siguiente razón más citada (12,7 %) es que el gobierno japonés debería centrar sus esfuerzos en luchar contra la enfermedad en lugar de en organizar actos deportivos. Para un porcentaje menor (5,9 %) pero también significativo la gran preocupación es el coste económico que, en un escenario de crisis, tendría seguir adelante con la cita.

Porque las cosas en Japón no están ni mucho menos bien. Aunque el país no llegó a pasar por un confinamiento tan radical como el nuestro y el estado de emergencia se levantó en mayo, la economía nacional se está desplomando. El turismo, por ejemplo, ha caído a niveles mínimos debido a las restricciones impuestas a extranjeros para evitar la propagación del virus.

¿Qué pasará ahora? La opinión pública nipona ya miraba con cierto desdén la celebración de unos Juegos en las circunstancias actuales, y estos datos vienen a confirmar que para ellos no es, ni mucho menos, una prioridad, sino más bien una molestia. Lo malo es el dineral que ya han invertido en construir infraestructuras que pueden quedar en desuso si finalmente se opta por suspender.

Porque ahora mismo, en vista de las circunstancias, solo hay tres escenarios posibles. El primero, el vigente actualmente, es seguir con lo previsto, tirar para adelante y celebrar los Juegos el verano que viene. ¿Se atreverá el gobierno de Shinzo Abe a hacerlo teniendo en cuenta la hostilidad de su pueblo y que su índice de popularidad está ahora mismo bajo mínimos, por debajo del 30 %? Es una apuesta, como mínimo, arriesgada, que dependerá sobre todo de que de alguna manera (bien una vacuna milagrosa, bien un debilitamiento repentino del virus) la pandemia se convierta en un mal recuerdo de aquí a unos cuantos meses.

La segunda opción es retrasar aún más. Podría ser unos cuantos meses u otro año entero; en cualquier caso, se generaría un conflicto importante con los calendarios de los distintos deportes... y aún más problemas de sobrecostes en concepto de mantenimiento de instalaciones vacías. O bien directamente suspender, quizás lo más sensato desde el punto de vista sanitario pero una auténtica catástrofe desde el deportivo, que en el fondo es es de lo que va esto.

Y la tercera, improbable pero no descartable, es cambiar de sede: si Japón no quiere, siempre se puede buscar otro sitio. Lugares como Londres o Río, por ejemplo, conservan bastantes escenarios de las últimas dos ediciones y quizás estarían dispuestos a recibir de nuevo al movimiento olímpico. Suena algo descabellado, pero en Inglaterra hay quien se lo llegó a plantear de forma más o menos seria. No obstante, en la práctica esto solo significaría cambiar el problema de sitio, sin garantía alguna de que pudiera salir bien.

Qué acabará pasando es algo que solo el tiempo nos dirá. Lo único seguro es que la visión del asunto que tiene la población tokiota es una piedra más en el camino de unos Juegos que parecen estar malditos. Tal como están las cosas, lo mejor que podemos hacer es alegrarnos de que, pese a todos los esfuerzos y todo el café con leche que teníamos para aportar, el COI prefirió no elegir a Madrid en aquella votación de hace siete años.

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