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El sueño de la casa propia por parte de dos clubes que ayudan a la comunidad

Donde uno toca, aparece una dificultad. La pandemia no ha dejado prácticamente actividad sin dañar, y dentro de esa cruda realidad están los clubes. Pero también donde uno toca, encuentra en los clubes la pasión, el esfuerzo y la perseverancia, que se multiplican cuando aparecen estas situaciones complicadas y dolorosas que, sobre todo, se llevan vidas. No se sabe aún cuándo será la vuelta, pero sí que los clubes estarán ahí, con sus puertas abiertas y sus instalaciones intactas y aun mejoradas (por ejemplo, la tribuna de cemento emblemática del CASI quedó impecable después de un tratamiento de impermeabilización) para compartir sentimientos alrededor de la práctica del rugby.

Dos clubes de Buenos Aires que llevan el nombre de ciudades del noroeste y el oeste del conurbano afrontan, además de las dificultades que se les presentan a todos (bajas de socios y de jugadores, gente que no puede pagar la cuota), un inconveniente crucial: la posibilidad de perder el lugar. San Miguel, que lleva 35 años activo (25 en la URBA, y antes en la UAR), vive en un terreno prestado desde hace 12 temporadas, donde antes estaban las canchas de polo del club Los Indios, y viene pugnando para que se lo cedan. Marcos Paz, que hasta 2015 se llamó "SAPA" (Sociedad Atlética Pabellón Argentino), siempre se ubicó en uno de los lugares más pintorescos del rugby: una estación de tren de un ramal cerrado como tantos otros en la década de los noventas. Hoy, ese corredor de carga del Belgrano Sur va a ser reabierto -ya están realizando las obras- y Marcos Paz no sólo no sabe si podrá retornar ahí, sino que tampoco le han dado una alternativa para mudarse.

"Nosotros somos bien de San Miguel. Hasta compartimos los colores. No queremos ser más un club errante. En nuestra corta historia tuvimos ¡once mudanzas! Muchas veces nos preguntan cómo logramos seguir. Siempre fuimos para adelante", cuenta Ignacio Alegre, socio fundador que llegó, como tantos otros, desde Regatas Bella Vista. San Miguel también se nutrió de ex integrantes de Los Cedros. El club cumple además una función social en los barrios de bajos recursos de la zona, que se incrementó durante la pandemia. Colabora con comida y ropa para los chicos mediante colectas que hace entre sus miembros.

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Con 450 socios, el rugby llega a todas las divisiones, a las mujeres y a los veteranos. También hay práctica de hockey. Entre los de más años están elaborando un libro para contar la historia del club. "Al llegar a un lugar donde se jugaba al polo, nuestras canchas han de tener el mejor césped de Buenos Aires. Tenemos todo impecable, invertimos y aspiramos a que nos den estos terrenos para poder seguir creciendo", agrega Alegre.

Marcos Paz también tiene rugby para las mujeres, que ascendieron el año pasado. Su historia es como la que ocurrió en muchos polideportivos. Empezó en SAPA, pero ahí no había afinidad con el rugby, por lo cual sus cultores -el club fue fundado con ex integrantes de DAOM y de GEI- se separaron y fueron a la cancha que tiene como sede lo que era la estación Trocha. El bar, con su salamandra, es una postal del rugby. "Nadie nos comunicó nada, pero se sabe que las obras del tren avanzan y van a llegar adonde estamos nosotros, porque las vías pasaban por ahí", relata Juan Manuel Soto, que además de presidente es el manager de los infantiles y, de vez en cuando, juega en la intermedia. Con 35 años, forma parte de la generación que empezó a jugar al rugby en el club.

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"Este lugar, que venimos manteniendo desde hace 20 años, nos fue cedido por la Municipalidad. Claro que entendemos que un tren es más importante, pero esperamos que nos den un lugar. Sin embargo, hasta ahora no tuvimos respuestas", agrega Soto. En Marcos Paz juegan 100 chicos. Muchos de ellos estaban en la calle, por lo cual el club se transformó en un lugar de contención. Como en San Miguel. Como en tantos otros clubes del país.