¿Qué sucede cuando exjugadores dirigen el club?

Graeme Le Saux pasó el último año planificando dos futuros.

En uno, el club que él ayuda a dirigir, Real Mallorca, permanecería en la Segunda División de España. Su presupuesto sería reducido a la mitad y sería necesario tomar decisiones difíciles. Es posible que algunos jugadores tuvieran que ser vendidos. Los horizontes se reducirían. Ese era, para utilizar un término que se ha vuelto familiar este último año, el peor de los casos.

En la alternativa —el mejor de los casos— el Real Mallorca ascendería y volvería a los focos brillantes de La Liga. El flujo de dinero del club se incrementaría, de manera considerable, a medida que los ingresos por derechos televisivos llegaran. El equipo tendría que ser reforzado en vez de deconstruido. La ambición, aunque modesta, revolotearía por el club.

Como director del Mallorca, Le Saux entendió la complicación. Dijo que era como ir a la NASA a pedirle que pusiera un satélite en órbita o que organizara una misión totalmente tripulada a Marte, pero negarse a elegir uno de los dos proyectos hasta el día del despegue. Y sin conocer el presupuesto. Además, las mismas cuatro personas tendrían que trabajar en ambos proyectos. Le Saux se estaba preparando para dos futuros que abrían puertas a realidades divergentes.

Como todos los demás en el Mallorca, Le Saux está acostumbrado a ese tipo de incertidumbre. Hace cinco años, un grupo liderado por Robert Sarver —dueño de los Phoenix Suns de la NBA— compró el club mientras languidecía, anclado por las deudas, en la Segunda División de España.

La adquisición atrajo atención en ese momento porque los coinversores de Sarver no eran los tipos anónimos habituales de Wall Street: entre ellos estaba Steve Nash, actualmente entrenador de los Brooklyn Nets, y Stuart Holden y Kyle Martino, ambos exjugadores de la selección de fútbol de Estados Unidos que ahora se desempeñan como narradores deportivos.

Andy Kohlberg, extenista profesional, se desempeñaría como presidente del equipo. Le Saux —antiguo campeón de la Liga Premier y exjugador de la selección de Inglaterra, quien en la actualidad es pilar de la cobertura de fútbol de la NBC en Estados Unidos— se incorporó un par de años después, primero como asesor y luego como director.

Todo esto le dio al Mallorca un aura de experimento ambicioso. Varios equipos en Europa —sobre todo el Ajax y el Bayern de Múnich— emplean a exjugadores en puestos ejecutivos y directivos. Pero son grandes instituciones, lugares vinculados a tradiciones de larga data, más acostumbrados a tratar de preservar métodos comprobados que a forjar nuevos caminos. Mallorca, en contraste, era en realidad una pizarra en blanco. Fue una oportunidad para ver qué pasaría si un grupo de atletas pudiera construir un club a su propia imagen.

En cierto modo, el resultado es casi decepcionante. Resulta que los atletas, cuando están al mando, son extraordinariamente sensibles. Piensan a largo plazo. Dedican gran parte del tiempo y la energía a construir lo que Kohlberg denomina “una cultura ganadora”, aunque Le Saux por lo general prefiere el término “identidad”.

Eso no quiere decir que su inversión e interés no tengan una mentalidad comercial. Antes de la pandemia del coronavirus, una de las grandes innovaciones del Mallorca fue presentar el primer “club del túnel”, o “tunnel experience” del fútbol español, un lugar donde los invitados corporativos o aficionados acaudalados podían pagar un precio superior por un asiento de primera calidad, y ver el juego mientras disfrutaban de una pizza recién horneada y unos cócteles.

Es el tipo de idea que, en general, sería recibida con desprecio y burla en muchos lugares de Europa: propietarios estadounidenses que pisotean las orgullosas tradiciones del fútbol solo para ganar dinero fácil. Sin embargo, la explicación de Kohlberg suena sumamente razonable: era una manera de “segmentar la experiencia del fanático y la del cliente”, al permitir que los aficionados habituales disfrutaran el juego como siempre lo han hecho, y al mismo tiempo aceptar que algunas personas quieren, pues, comer pizza y beber cócteles.

A todos ellos les preocupa mucho más la forma en que se maneja el lado deportivo del Mallorca. Los principios son los mismos que unen a la mayoría de los equipos europeos en ascenso: tener un mismo hilo estilístico que recorra desde el equipo principal hasta las categorías juveniles; centrarse e invertir en la academia para permitirle al club cosechar talentos locales; hacer citas de entrenamiento con esa visión en mente, en lugar de abordar a quien sea que esté de moda o sea exitoso en ese momento.

No es un proceso particularmente rápido. “Se necesitaron 15 años con los Suns para construir esa cultura”, dijo Kohlberg. Tampoco es absoluto. “No significa que se vaya a ganar todos los años”, dijo. “Significa llegar a las eliminatorias tanto como se pueda”. Y, sobre todo, no es un proceso que tenga atajos.

El fútbol está obsesionado con la idea de que existe algún tipo de fórmula mágica para el éxito: una que se le puede atribuir por completo a la decisión de un entrenador de montar bicicleta o que la camaradería puede desarrollarse con un panque de plátano muy esponjoso. Más célebremente, permitirles a los jugadores comer salsa de tomate ha sido un ingrediente crucial tanto en el éxito como en el fracaso.

Hay una razón para esto: lo trivial está impregnado de poder explicativo porque la diferencia real entre la victoria y la derrota es larga y meticulosa y, en el fondo, no es especialmente llamativa.

“Una cultura ganadora comienza con los directivos y los propietarios, y luego consiste en encontrar personas que comulguen con eso”, dijo Kohlberg. “Ya sea que estén involucrados en el entrenamiento, la nutrición o la fisioterapia, todos tienen que estar alineados con eso. Y eso implica no seguir adelante con personas que no encajen en esa cultura”.

Tener un grupo de propietarios que entienda eso de forma instintiva —que haya experimentado de primera mano los tipos de entornos que prosperan y los que no— le da al Mallorca una idea de lo que marca la diferencia, de lo que importa. Según Kohlberg, los exjugadores profesionales en los que puede apoyarse tienen una conciencia instintiva de cómo luce una cultura ganadora.

Y, aun así, también saben que sin importar lo mucho que te esfuerces, lo bueno que seas y cuántas cosas hagas bien, nada está garantizado. Es posible que la visión a largo plazo del Mallorca siempre haya estado bien enfocada, pero su perspectiva rara vez ha estado quieta. En los cinco años desde la llegada de Sarver y su grupo, el club no ha jugado en la misma división en temporadas consecutivas.

En la primera temporada completa del grupo propietario, el club fue relegado a la tercera categoría regionalizada del fútbol español. “Creo que fue una verdadera conmoción para ellos”, dijo Le Saux. “Pero sabían que tenían que convertir ese revés en lo mejor que les había pasado”. El club ascendió de nuevo a la Segunda División un año después, y luego también brincó directamente a La Liga. “Tuve que explicar que eso había sido una rareza absoluta”, dijo Le Saux. “No es el tipo de cosas que suelen suceder”.

El Mallorca no logró mantener, por estrecho margen, su lugar en la máxima categoría el año pasado. Durante el verano perdió a su director ejecutivo y su delantero estrella se declaró en huelga, buscando forzar una transferencia.

El equipo pasó esta temporada luchando por el ascenso, y la logró el mes pasado, confirmando así otro cambio de estatus, a tres juegos de la final. Solo en ese momento fue que Le Saux supo cómo sería el futuro del club. En lugar de pasar otro año en órbita, Mallorca iría rumbo a Marte. Y tenía apenas unos dos meses para prepararse.

Al igual que Le Saux, Nash y Holden —Martino se ha despojado de su interés en el club— Kohlberg entiende que a veces no se gana. A veces haces tu mejor esfuerzo y no funciona. “Solo puedes controlar lo que puedes controlar”, dijo.

Al final de la temporada pasada, una vez asegurado el ascenso, el entrenador del Mallorca, Luis García, decidió darles a algunos de sus jugadores menos utilizados la oportunidad de salir al campo. “No es un equipo más débil”, aclaró Le Saux. “Es solo un equipo diferente”. Con el objetivo principal ya asegurado, los jugadores podrían haber simplemente cumplido con el trámite: después de todo, nada estaba en juego en estos partidos.

En cambio, el Mallorca ganó dos veces y, con la temporada casi terminada, estaba en camino no solo a ganar el ascenso sino el campeonato. “Estábamos a tres minutos de ganar la liga”, afirmó Le Saux.

Pero entonces, su último rival, la Sociedad Deportiva Ponferradina, anotó lo que Le Saux describió como “un muy buen gol”, y ese sueño se acabó. El Mallorca ascendería, pero como subcampeón. Le Saux no lo maquilla como mala suerte, ni afirma que al club le robaron una gloria que le correspondía. A veces, el otro equipo marca un gol. A veces, en el deporte, no obtienes lo que quieres. No lo puedes controlar todo. Los atletas saben eso, incluso cuando están al mando.

This article originally appeared in The New York Times.

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