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Por qué necesitamos un "último baile" de Simone Biles y Katie Ledecky

Simone Biles y Katie Ledecky.
Simone Biles y Katie Ledecky.

El día que Simone Biles se enteró de que se suspendían los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, no pudo sino echarse a llorar en medio del gimnasio en el que entrenaba, casi vivía. A los 23 años, Biles no era solo la mejor gimnasta del momento, quizá de la historia, sino una de las mejores atletas, de cualquier género, que se haya visto en la última década. Biles había decidido cuatro años atrás, cuando deslumbró en Río de Janeiro ganando cuatro medallas de oro, que los Juegos de Tokio serían el final de su carrera. Ya ven, con 23 años, y ya veterana. En medio, había sucedido de todo: revelaciones íntimas de abusos sexuales en el equipo estadounidense, alguna lesión menor y la presión de sentirse el objetivo de todos los focos, justo ella, acostumbrada siempre al perfil bajo.

"Me pasará factura esperar un año más", dijo entonces Biles, un sentimiento que acompañó sin duda a la gran mayoría de deportistas de disciplinas "minoritarias", es decir, aquellas que no tienen un gran seguimiento en el día a día y que lo fían todo a las grandes citas. Para una perfeccionista como Biles -en el Mundial de Sttutgart 2019 llegaron a reprocharle que un ejercicio era demasiado perfecto, que podía poner en riesgo el físico de cualquier otra competidora que quisiera imitarlo- un año es un mundo. La retirada, que espera con anhelo para poder, por fin, descansar, no le hace confiarse sino todo lo contrario. Si en los campeonatos nacionales de agosto de 2019 sorprendía a todos con un doble salto mortal con triple giro en el aire en el ejercicio de suelo, algo nunca visto en competición femenina; este mismo 2021 se ha superado a sí misma ensayando un Yurchenko con doble mortal hacia atrás en la disciplina de salto del potro.

¿Por qué hace todo eso Biles? ¿Para ganar más medallas de oro? No parece. De hecho, es probable que, si se anima a hacer ese mismo ejercicio en competición, los jueces vuelvan a afearle la extrema dificultad y la penalicen "por el bien de las demás competidoras". Romper moldes en el deporte masculino se premia, por supuesto. Hacerlo en el femenino aún se ve con un punto de temor, de necesidad de protección hacia las frágiles chicas y sus delicados tobillos. Si Biles se mete en estos líos es porque quiere llevarse a sí misma a lugares donde nunca ha estado y huir de la comodidad. Demostrar, de nuevo, que es la mejor, la mejor de todos los tiempos, que nadie antes se atrevió a hacer lo que ella hacía y nadie lo hará después.

La dominadora de la piscina

Algo parecido pasa con la nadadora Katie Ledecky. Ledecky, nacida en 1997 como Biles y, por tanto, probablemente ante los últimos Juegos Olímpicos de su carrera -no todo el mundo puede ser Federica Pellegrini- es una anomalía desde que ganara la medalla de oro en la prueba de 800 metros libres en Londres 2012 cuando solo contaba con 15 años y 4 meses. No solo es que ganara, es que arrasó. Desde entonces, la estadounidense no solo ha logrado el récord del mundo de esa distancia... sino que copa las veintitrés mejores marcas de la historia. Es una auténtica marcianada, se mire por donde se mire, que bastaría por sí sola para colocar a Ledecky en el panteón de las más grandes atletas de todos los tiempos, pero Katie, como Simone, nunca ha querido someterse a límite alguno.

En Río 2016, Ledecky dominó también los 200 y los 400 metros libres. No solo eso, sino que hubiera arrasado en los 1.500 si esa distancia hubiera sido olímpica. Su dominio sobre todas las pruebas de fondo y medio fondo solo es comparable con el que ejerció el chino Sun Yang en su esplendor... aunque el esplendor de Sun Yang está demasiado vinculado a sus problemas con el dopaje como para que la comparación sea justa. De 2013 a 2021, Ledecky ha sido quince veces campeona del mundo. En Kazan 2015, directamente "barrió" todas las distancias desde los 200 a los 1.500. En Gwangju 2019 solo pudo ganar los 800 y ser plata en los 200, lo que dejó dudas sobre su estado de forma... pero en principio su idea para los Juegos Olímpicos de este verano es repetir en las tres grandes pruebas que dominó en Río... y añadir los 1.500, por fin incluidos en el calendario olímpico femenino.

¿Será capaz de algo así? El reto no parece solo ganar sino competir. En cierto modo recuerda a lo que Michael Phelps logró en Pekín 2008. Ese continuo entrar y salir en una piscina. A favor de Ledecky está el hecho de que en largas distancias hay menos eliminatorias. En su contra, está que, obviamente, las carreras duran más tiempo, aunque también hay más margen para la relajación si eres la mejor con diferencia. En cualquier caso, y a la espera de ver qué pasa en los Trials y si el calendario le permite afrontar la hazaña con un mínimo de garantías, la figura de Ledecky, como la de Biles, sobresale entre la gran mayoría de participantes en esta cita olímpica. No ya como figuras del deporte femenino, sino como súperestrellas del DE-POR-TE, así, en mayúsculas. Es la última oportunidad de verlas en su esplendor y da pánico pensar que el coronavirus nos obligue a perdernos de nuevo su actuación. Más que nada porque si un año de espera, tensión y carga física y mental ya pasa factura a este nivel competitivo, dos vuelven loca a cualquiera. Necesitamos Tokio 2020 aunque sea en 2021. Necesitamos a Ledecky y a Biles, a Biles y a Ledecky. Confiemos en que nada nos estropee los que pueden ser mejores Juegos Olímpicos de la historia.

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