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De sargento nazi a leyenda del Manchester City: la historia de Bert Trautmann

La noche del 4 de noviembre de 2004 fue muy especial para la Orquesta Filarmónica de Berlín. El concierto programado en la capital alemana tendría una invitada estelar. Isabel II, la reina de Inglaterra, estaba de visita en la ciudad, y la presentación de la orquesta formaba parte de los homenajes. Como suele ocurrir en esos acontecimientos, varias figuras prominentes de la sociedad ocupaban los asientos del teatro y se acercaron a saludar a la soberana británica. Una de ellas era un hombre mayor, de 81 años y muy buen porte. Isabel lo miró y lo reconoció enseguida: "¡Me acuerdo de usted! ¿Ha podido curarse de su lesión en el cuello?". Bernhard Carl Trautmann, "Bert", no logró disimular la sorpresa: ¡¿cómo podía ser que aquella mujer guardara en su memoria un hecho ocurrido 48 años antes?!

Efectivamente, la reina y el príncipe de Edimburgo se habían preocupado por el estado del cuello de Trautmann en el palco de honor del estadio de Wembley apenas concluida la final de la FA Cup de 1956. "Bert" era el arquero de Manchester City y había subido con sus compañeros a retirar el trofeo, luego de vencer por 3-1 al Birmingham. El detalle era que había jugado el último cuarto de hora con cuatro vértebras cervicales dislocadas y una fracturada, producto de un rodillazo involuntario de Peter Murphy, delantero rival. Trautmann no quiso dejar el campo: "Estaba como en medio de una neblina. Aun así me contaron que hice tres atajadas más en ese rato. Después supe que estuve a tres centímetros de la muerte". Su cuello torcido entró a la historia del fútbol inglés. Su trayectoria lo estaba desde antes.

No siempre la popular frase "una vida de película" halla tantos merecimientos como en el caso de Bert Trautmann. De hecho, que haya habido que esperar hasta 2018 para ver reflejada parte de su peripecia vital en la pantalla grande suena incluso tardío, casi un acto de injusticia. ¿O acaso se puede encontrar muchos héroes de guerra nazis que acabaran condecorados como "oficial de la Orden de Honor" del Imperio Británico? La biopic que narra la increíble existencia de Trautmann, una coproducción germano-británica titulada "The keeper", brinda una primera pista: la clave para transitar un camino incomparable estuvo entre los tres palos de un arco de fútbol.

Bernhard había nacido en el complicadísimo período de entreguerras, el 22 de octubre de 1923, en un barrio de clase media de Bremen. Su padre trabajaba en una fábrica de fertilizantes, empleo que le permitía cierto bienestar social. Pero aquello no duraría mucho.

La familia se vio arrastrada por la hecatombe económica germana, debió mudarse a un barrio más humilde y, como la mayor parte de la sociedad, comenzó a acercarse a las ideas ultranacionalistas del movimiento que lideraba Adolf Hitler. No extrañó entonces que en 1933 apuntaran al pequeño de la casa, que ya se destacaba por sus habilidades atléticas, a la Jungvolk, la rama infantil (de 10 a 14 años) de las Juventudes Hitlerianas, que servían como cocina de adoctrinamiento para la savia nueva del país.

"La situación era lamentable, con enfrentamientos en las calles, casi siete millones de desocupados y una inflación terrible. Mi padre trabajaba el día entero en los muelles de Bremen, llegaba a casa con un millón de marcos, y eso alcanzaba sólo para comprar una barra de pan", recordaría muchos años más tarde en una entrevista con el diario español As en la que explica las razones que llevaron a su pueblo a apoyar a Hitler: "Prometía arreglar las condiciones sociales, construyó autopistas, creó trabajo... Todos le obedecimos, no sólo yo".

Llegó la guerra, y como no podía ser de otro modo, el joven Bernhard se vio envuelto en ella hasta que le consumió siete años de vida. Fue operador de radio, paracaidista y soldado de infantería. Combatió en Polonia, Ucrania, Francia, Bélgica y Alemania. Fue ascendido a sargento, y gracias al valor mostrado en el frente oriental recibió varias medallas, incluida una Cruz de Hierro de Primera Clase. "He visto mucha sangre, también conocí el heroísmo y la camaradería, pero sobre todo fui muy afortunado", dijo alguna vez.

No hay ningún buen personaje de película que no tenga su "momento bisagra", el hecho que define su futuro. Curiosamente, y pese a lo que cabría imaginar, el episodio que torcería el rumbo vital de Trautmann no tuvo lugar en un campo de batalla, sino en los días en que la guerra iba tocando su fin.

Abandonado a su suerte en tierras alemanas, Bert fue capturado por tropas estadounidenses. Logró escapar, tal como lo había hecho de soviéticos y franceses, pero no tardó en ser nuevamente apresado, en esa ocasión por los británicos. Los soldados que lo capturaron, en lugar de maltratarlo, le ofrecieron una taza de té. Quizás por ese detalle, tal vez porque ya estaba agotado de guerras y fugas, no intentó más huidas. Se podría afirmar que se entregó; en realidad, fue el nacimiento a su nueva vida.

Tras pasar por un campo de prisioneros en Bélgica, Trautmann fue trasladado a las islas. Encarcelado primero en las cercanías de Londres, unos meses más tarde fue enviado al oeste, al campo de Ashton-in-Makerfield, situado a pocos kilómetros de Wigan, a medio camino entre Manchester y Liverpool. Empezaba a escribirse el primer capítulo de una historia diferente.

Lógicamente, el fútbol era uno de los pasatiempos en la prisión. Trautmann jugaba como volante, hasta que un día, de casualidad, ocupó el arco... y nunca lo abandonó. Cuando en 1948 los ingleses decidieron cerrar el campo, el ex sargento del ejército de Hitler eligió quedarse en las islas: "Me sentía cómodo allí, no me veía regresando a Bremen".

Fiel al peligro, consiguió trabajo en una unidad de desactivación de bombas en Liverpool, y para despuntar el vicio que practicaba en el campo de prisioneros se sumó a un equipo de fútbol aficionado, St. Helens Town. Tenía 25 años y nunca se había entrenado como arquero ni jugado en un club, ningún maestro lo había aleccionado. Detalles poco y nada importantes para quien había superado, física y sobre todo mentalmente, los horrores vistos y padecidos en el frente de batalla.

Trautmann, en aquella final en Wembley

Bert no demoró mucho en dar a conocer sus virtudes: agilidad, valentía, rapidez, determinación... Sus actuaciones trascendieron la modesta liga en la que participaba. "Sabía salir y me gustaba anticiparme a los delanteros", explicaba, tal vez sin ser del todo consciente de que estaba creando un estilo de moverse entre los tres palos. Los clubes del oeste inglés comenzaron a seguirle los pasos. Hasta que uno de ellos decidió correr el riesgo de sumarlo a sus filas.

El 7 de octubre de 1949, sólo cuatro años después de la guerra y con las huellas del bombardeo de Londres todavía visibles, una noticia sacudió al fútbol británico: el Manchester City fichaba como arquero a un ex sargento nazi, condecorado por sus acciones en combate. La novedad causó estupor. Abundaron las cartas de quejas al club, la comunidad judía de la ciudad puso el grito en el cielo y hubo incluso una marcha en la que unos 20.000 hinchas mostraron su indignación. Las hinchadas visitantes le mostraron su odio desde el debut, el 19 de noviembre en Bolton; la del City no terminaba de digerir el trago.

Lee Westwood era el capitán del equipo Blue, y también sabía de batallas: había tomado parte en el desembarco en Normandía. Fue él quien tomó la palabra para acabar con las discusiones cuando la situación se hacía insostenible: "La guerra no existe en nuestro vestuario", dijo, y comenzó a acallar las protestas.

El resto, por supuesto, fue puesto por Trautmann a base de grandes paradas. Su estilo fue atravesando fronteras y los elogios fueron lloviendo sobre su figura. El mítico Lev Yashin consideró que en el mundo sólo ellos dos eran "arqueros de primera clase", y años más tarde Gordon Banks, campeón del mundo por Inglaterra en 1966, admitió que Bert había sido una de sus principales influencias.

Aferrado a sus manos, el City retornó en 1951 a la First Division y alcanzó dos finales de Copa: la de 1955 (cayó ante Newcastle) y la comentada de 1956 frente a Birmingham. Trautmann fue el primer alemán en ganar la FA Cup y en ser considerado "futbolista del año" en Inglaterra.

Luchador infatigable, tampoco fue doblegado por la terrible lesión en el cuello sufrida el día de su consagración. Volvió a ubicarse en el arco en diciembre de ese año y continuó atajando hasta 1964, cuando unas 50.000 personas se congregaron para brindarle la merecida despedida a una carrera que abarcó 545 partidos en el Manchester City.

Su currículum indica también que en 2005 ingresó al Salón de la Fama del fútbol inglés, y como para que no queden dudas de su estirpe legendaria, una pequeña estatua lo recuerda en el museo del club en el Etihad Stadium.

Su mayor logro

Sin embargo, el mayor logro de Bernard Trautmann estuvo fuera de las canchas. Su capacidad para reinventarse, su lucidez para entender que aquellas enseñanzas recibidas de niño perseguían un objetivo siniestro, su afán por mostrar que detrás del soldado nazi se escondía un hombre bueno, consiguieron vencer al odio y ganarse la aceptación de sus viejos enemigos. "Mi educación comenzó cuando llegué a Inglaterra. Se trataba de hablar con la gente y contarle mi historia", comentó alguna vez en una entrevista con el diario El País. "Hoy me siento más inglés que alemán; ellos fueron muy justos conmigo", decía en 2013, poco tiempo antes de fallecer en un pueblo de Castellón, España.

La Trautmann Foundation, organización que él montó una vez retirado para fomentar las relaciones germano-británicas, había sido el final de su obra, y el motivo por el que las autoridades le habían otorgado la Orden de Honor del Imperio Británico. También, una de las razones por las cuales había sido invitado al concierto que la Sinfónica de Berlín dio aquella noche de noviembre de 2004. La otra era mucho más secreta: la reina Isabel quería volver a saludar al hombre que en 1956 había conseguido la hazaña de ganar la FA Cup con el cuello roto.